Como
la mayoría de las personas de mi entorno, fui bautizado en la
iglesia católica e hice mi primera comunión después de dos años
de catequesis. Según he ido adquiriendo conocimiento sobre la
existencia de otras religiones, me he dado cuenta que me podía haber
tocado cualquier otra que defendería como la autentica con el mismo
convencimiento que lo hago con la que “practico” (tampoco es que
la practique demasiado). Este pensamiento me ha llevado a indagar
sobre el origen de las distintas religiones de occidente,
descubriendo el apasionante periodo de la historia comprendido entre
los siglos IV y VII.
A
los nueve años de edad aceptas lo de “padre, hijo y espíritu
santo”, como otras tantas cosas del mundo de los mayores que no
entiendes pero que “si ellos lo dicen” debe ser porque es así.
Claro que pasa el tiempo y vas entendiendo otras cosas que no
entendías entonces, pero esto queda ahí estancado sin terminar de
ver la luz. Ahora veo que hace 1700 años un tal Arrio tampoco lo
veía claro y en el Concilio de Nicea (año 325 d.c.) decidieron
declararlo hereje. El obispo Arrio, padre del arrianismo que sería
la religión que practicaran los Godos, defendía que Jesucristo era
hijo de Dios pero no Dios mismo. Así en el año 381 se celebra el
Concilio de Constantinopla, con el fin de condenar definitivamente al
arrianismo, y se llega a la conclusión de que en Cristo existen dos
naturalezas: la divina y la humana, “sin separación y sin
confusión”. Pero poco tarda en aparecer otra creencia: el
monofisismo defiende que en Cristo conviven las dos naturalezas
“separadas pero confundidas”, de forma que la naturaleza divina
absorbe a la humana. Y en contra del monofisismo surge el
Nestorianismo (también llamado difisismo) que considera que las dos
naturalezas están completamente “separadas pero unidas en Cristo”
que es Dios y hombre al mismo tiempo. Ambas doctrinas son refutadas
en el Concilio de Éfeso (431). Finalmente, en el Concilio de
Calcedonia (451) se incorpora el Espíritu Santo considerándolo
consustancial al padre y al hijo y adoptando la trinidad como dogma
de fe de la Iglesia Católica.
Aproximadamente
un siglo después nace Mahoma que será el fundador del Islam
afirmando la existencia de un Dios único y rechazando la trinidad.
Aunque el Islam une a muchos pueblos y se extiende rápidamente, nada
más morir Mahoma surge las dos corrientes más importantes por su
sucesión como guía religioso: los seguidores de su yerno (chiíes)
y los seguidores de su suegro (suníes).
Todas
estas religiones (arrianos, monofisistas, católicos, judíos,
chiítas, sunitas...) están de acuerdo en lo más difícil: aceptar
la existencia de un mismo Dios que es el Yahvé del Antiguo
Testamento. En cambio el hecho de pertenecer a una u otra, ha sido
desde el siglo IV y sigue siendo en la actualidad, motivo suficiente
para matar a quien no comparte la misma creencia.
Me
surgen varias dudas:
¿Es
la naturaleza humana inconformista por naturaleza y esto produce que
cada vez que alguien consigue un consenso tiene que haber otro que lo
contradiga o lo matice?
¿Conocen
la mayoría de los seguidores de cada una de las religiones el origen
y los razonamientos por los que se llegó a a la creencia que
practican? Al menos en mi caso no era así.
¿Realmente
esas diferencias han sido el resultado de un razonamiento por el que
se ha llegado a una conclusión de la que están completamente
convencidos sus seguidores, o no ha sido tan importante la conclusión
como el tener una justificación para defender unos intereses que
poco tienen que ver con la religión? Más bien creo que las
religiones han sido un instrumento de poder, para controlar a la
población y conseguir unos intereses que poco tienen que ver con
creencias y cultos.
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