lunes, 5 de diciembre de 2016

En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo


Como la mayoría de las personas de mi entorno, fui bautizado en la iglesia católica e hice mi primera comunión después de dos años de catequesis. Según he ido adquiriendo conocimiento sobre la existencia de otras religiones, me he dado cuenta que me podía haber tocado cualquier otra que defendería como la autentica con el mismo convencimiento que lo hago con la que “practico” (tampoco es que la practique demasiado). Este pensamiento me ha llevado a indagar sobre el origen de las distintas religiones de occidente, descubriendo el apasionante periodo de la historia comprendido entre los siglos IV y VII.
A los nueve años de edad aceptas lo de “padre, hijo y espíritu santo”, como otras tantas cosas del mundo de los mayores que no entiendes pero que “si ellos lo dicen” debe ser porque es así. Claro que pasa el tiempo y vas entendiendo otras cosas que no entendías entonces, pero esto queda ahí estancado sin terminar de ver la luz. Ahora veo que hace 1700 años un tal Arrio tampoco lo veía claro y en el Concilio de Nicea (año 325 d.c.) decidieron declararlo hereje. El obispo Arrio, padre del arrianismo que sería la religión que practicaran los Godos, defendía que Jesucristo era hijo de Dios pero no Dios mismo. Así en el año 381 se celebra el Concilio de Constantinopla, con el fin de condenar definitivamente al arrianismo, y se llega a la conclusión de que en Cristo existen dos naturalezas: la divina y la humana, “sin separación y sin confusión”. Pero poco tarda en aparecer otra creencia: el monofisismo defiende que en Cristo conviven las dos naturalezas “separadas pero confundidas”, de forma que la naturaleza divina absorbe a la humana. Y en contra del monofisismo surge el Nestorianismo (también llamado difisismo) que considera que las dos naturalezas están completamente “separadas pero unidas en Cristo” que es Dios y hombre al mismo tiempo. Ambas doctrinas son refutadas en el Concilio de Éfeso (431). Finalmente, en el Concilio de Calcedonia (451) se incorpora el Espíritu Santo considerándolo consustancial al padre y al hijo y adoptando la trinidad como dogma de fe de la Iglesia Católica.
Aproximadamente un siglo después nace Mahoma que será el fundador del Islam afirmando la existencia de un Dios único y rechazando la trinidad. Aunque el Islam une a muchos pueblos y se extiende rápidamente, nada más morir Mahoma surge las dos corrientes más importantes por su sucesión como guía religioso: los seguidores de su yerno (chiíes) y los seguidores de su suegro (suníes).
Todas estas religiones (arrianos, monofisistas, católicos, judíos, chiítas, sunitas...) están de acuerdo en lo más difícil: aceptar la existencia de un mismo Dios que es el Yahvé del Antiguo Testamento. En cambio el hecho de pertenecer a una u otra, ha sido desde el siglo IV y sigue siendo en la actualidad, motivo suficiente para matar a quien no comparte la misma creencia.
Me surgen varias dudas:
¿Es la naturaleza humana inconformista por naturaleza y esto produce que cada vez que alguien consigue un consenso tiene que haber otro que lo contradiga o lo matice?
¿Conocen la mayoría de los seguidores de cada una de las religiones el origen y los razonamientos por los que se llegó a a la creencia que practican? Al menos en mi caso no era así.

¿Realmente esas diferencias han sido el resultado de un razonamiento por el que se ha llegado a una conclusión de la que están completamente convencidos sus seguidores, o no ha sido tan importante la conclusión como el tener una justificación para defender unos intereses que poco tienen que ver con la religión? Más bien creo que las religiones han sido un instrumento de poder, para controlar a la población y conseguir unos intereses que poco tienen que ver con creencias y cultos.

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