Ayer, como nos recordó Google con
su viñeta, se cumplían 340 años de un descubrimiento fundamental que tiene al
astrónomo Ole Romer como protagonista, pues fue capaz de dar con la clave de la
velocidad de la luz, que Galileo había intentado determinar sin éxito veinte años
antes cuando el rey español Felipe III ofreció una recompensa a aquel que fuese
capaz de medir la longitud de un barco fuera de vista terrestre. El tema de la
velocidad de la luz ha sido un tema de controversia desde la Antigüedad ya que se participaba de una teoría de la visión que sostenía que para ver, el ojo
emitía unos rayos que alcanzaban a las cosas y permitían ver gracias a la luz
del Sol (Platón); de todas formas eran meras especulaciones.
La hazaña de Romer ha sido importante para la ciencia, pero aquí lo que me interesa es señalar su interés para comprender, lo que hemos estado trabajando en clase: el valor de la creación de las hipótesis, porque como sucede en la mayoría de las ocasiones, Romer formuló una hipótesis a partir de un fenómeno, que aparentemente no tenía nada que ver con eso. Por lo que sin imaginación e intuición creadora, o pensamiento divergente, la ciencia y el pensamiento se habrían quedado dando vueltas en torno a los modelos teóricos heredados.
A partir de entonces, la letra “c” se transformaría en una de las constantes claves y centrales de la naturaleza. Hoy lo explica muy bien el científico y periodista Javier Sampedro en este artículo en el diario El País.
La hazaña de Romer ha sido importante para la ciencia, pero aquí lo que me interesa es señalar su interés para comprender, lo que hemos estado trabajando en clase: el valor de la creación de las hipótesis, porque como sucede en la mayoría de las ocasiones, Romer formuló una hipótesis a partir de un fenómeno, que aparentemente no tenía nada que ver con eso. Por lo que sin imaginación e intuición creadora, o pensamiento divergente, la ciencia y el pensamiento se habrían quedado dando vueltas en torno a los modelos teóricos heredados.
A partir de entonces, la letra “c” se transformaría en una de las constantes claves y centrales de la naturaleza. Hoy lo explica muy bien el científico y periodista Javier Sampedro en este artículo en el diario El País.
Con c de Römer
Cuando Galileo descubrió que
Júpiter tenía lunas, y que por tanto había objetos en el sistema solar que no
giraban alrededor de la Tierra, como era su deber aristotélico y teológico,
percibió también que los eclipses de esas lunas podían constituir un reloj
universal, uno que no dependiera de las elecciones arbitrarias de los hombres
ni de sus prejuicios, sino de los ritmos intrínsecos de la naturaleza. La luna
de Júpiter Io, por ejemplo, en su giro constante y perpetuo alrededor del
planeta gigante, desaparecía (se eclipsaba) periódicamente cada vez que pasaba
por detrás de Júpiter, desde nuestro punto de vista terrícola. Ese periodo de
aparición y desaparición podía utilizarse, razonó Galileo, como el tic tac de
un reloj universal. Como ocurre a menudo con la investigación de vanguardia,
toda aquella cosa salió mal y no sirvió para nada. Excepto para una cosa:
inspirar a un joven científico que nació dos años después de su muerte.
Ole Römer tenía 28 años cuando llegó a París desde
su Dinamarca natal. Por entonces el mundo estaba desconcertado por el auge del
protestantismo y las tropas de Luis XIV cruzaban el Rin para ocupar Utrecht,
por alguna razón. Pero Römer estaba en otra historia. En el Observatorio Real
de París, donde pasaría nueve años, se concentró en la propuesta de Galileo y
pronto se dio cuenta de que el tic tac de Io no era un reloj tan bueno como
había creído el padre de la ciencia. El tic tac variaba nada menos que 10
minutos según la estación del año, inutilizándolo por completo como reloj
universal. Pero entonces Römer tuvo una percepción genial: que la variación del
tic tac de Io correlacionaba a la perfección con la órbita de la Tierra: el
eclipse de Io tardaba más cuando la Tierra estaba en su punto más lejano de
Júpiter, y menos cuando estaba en el más cercano.
¿Qué puede significar eso? Pensad un minuto antes de seguir leyendo.
¿Qué puede significar eso? Pensad un minuto antes de seguir leyendo.
La solución en los comentarios.....
Solución: que lo que varía no es el ritmo de rotación de Io alrededor de Júpiter. Es lo que tarda la luz de Io (o su ausencia) en llegar a la Tierra, o más en concreto al telescopio de París. Esto no solo fue la demostración de que la luz no era instantánea, sino que viajaba a una velocidad finita (c, de ahí el titular), sino que permitió medir su velocidad por primera vez. Corrigiendo los errores de la época, eso son los famosos 300.000 kilómetros por segundo que estudiamos en el colegio. Ayer hizo exactamente 340 años de ese descubrimiento fundamental, como nos recordó el doodle de Google a todo el planeta, aunque sin un artículo decente que lo explicara.
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