sábado, 5 de mayo de 2018

La pseudoapertura mental

Recientemente, he alojado a un alumno ruso en mi casa.
El chico en cuestión era de tez morena, muy morena, y de ojos y pelo oscuros.
Reconozco que su aspecto me chocó; yo me esperaba a un joven de metro ochenta, piel muy pálida, cabellos rubios y ojos azules.

Pensando algo más sobre mi impresión al conocer la apariencia de mi compañero, reparé en que yo nunca me había considerado racista. Yo no era de la clase de personas que hacía prejuicios. O eso creía.

Pero, si lo pensamos más profundamente, los prejuicios tienen esa horrible capacidad. Tienen el poder de instaurarse en nuestras mentes de una forma tan profunda y definitiva que ni siquiera podemos percatarnos de su presencia. Pero ahí están. Aunque no lo sepamos, ahí están. Pero, ¿cómo combatir un mal cuya existencia ignoramos?

Pues yo diría que la realidad es que apenas combatimos realmente los prejuicios. Pero, por supuesto, tampoco podemos soportar admitir que, en el fondo, sí que somos homófobos, senófobos o racistas.

Y, si no podemos superar -no al menos de forma eficiente- los prejuicios, ni tampoco podemos resignarnos a vivir con ellos, ¿qué es lo que hacemos?

Fingimos. Ni siquiera nos damos cuenta de que lo hacemos, pero lo hacemos. Fingimos.

Traigo algunos ejemplos de esas veces que realmente no somos tan abiertos de mente como pensamos.
Por ejemplo, cada vez que decimos que "los alemanes son muy inteligentes", "los italianos son muy alegres" o "las rusas son muy guapas" (o otras muchas frases que también decimos más a menudo de lo que deberíamos y que resultan bastante más despectivas y ofensivas), estamos siendo racistas.
Cada vez que decimos que "respetamos a los homosexuales pero su inclinación es antinatural" o que "pueden hacer lo que quieran, pero no deberían poder casarse", en realidad estamos siendo homófobos.
Cada vez que decimos que "las mujeres se están victimizando", "no todos los hombres somos así", "también los hombres lo pasan mal y no se dice nada" o que "la desigualdad no es tanta", estamos siendo machistas.

Y, ¿qué peligro pueden entrañar estas frases, que parecen completamente inofensivas?
Precisamente ese es el problema. Parecen inofensivas. Pero en realidad, alimentan los prejuicios. Siembran, a pequeña escala, el odio.

Y esto es especialmente peligroso en una época en la que todo el mundo adora decir lo abierta que tienen la mente sin realmente pararse a pensar la verdad que hay en sus palabras, porque si hacemos esto, si pasamos por alto nuestros prejuicios, jamás podremos combatirlos.

Por tanto, mi conclusión es que deberíamos ser más críticos con nosotros mismos y tomar una mayor conciencia de lo que realmente pensamos.

Os dejo con una redundante pero seria pregunta:
¿Pensamos realmente lo que pensamos que pensamos?

Daniel Couso, 1º B

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