sábado, 9 de noviembre de 2013

Me rebelo luego existimos. Albert Camus




 El pasado jueves 7 de noviembre se cumplieron cien años del nacimiento del pensador Albert Camus, tenía 47 años cuando la muerte le salió al encuentro en la carretera; dos años antes, en 1957, había sido premiado con el Nobel de literatura por la “seriedad penetrante con la que su obra literaria aborda los problemas de la conciencia humana”,  y no se me ocurre pregunta más apremiante que el sentido de la vida, pero ¿cómo contestarla?  

En 1942 Camus publica un ensayo en el que reflexiona sobre el valor de la vida. Al comienzo podemos leer lo siguiente: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía.”

A través de una serie de reflexiones Camus realiza una lectura contemporánea del clásico mito de Sísifo como metáfora del aparente esfuerzo absurdo del ser humano por perseverar en una vida sin sentido:

"Los dioses condenaron a Sísifo a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza… Se habrá comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte, y su pasión por la vida le valieron ese suplicio indecible en el cual todo el ser se dedica a no rematar nada….”

No sabemos si el mundo tiene sentido pero sí sabemos que no conocemos ese sentido, por lo que si nos empecinamos en responder a esa pregunta, debiéramos asumir la dificultad que entraña, pues es una pregunta que se me resiste porque un ser humano solo puede comprender aquello que se expresa en términos humanos:

 “¿Qué otra verdad puedo reconocer sin mentir, sin hacer que intervenga una esperanza que no tengo y que no significa nada dentro de los límites de mi condición? Si yo fuese un árbol entre los árboles, un gato entre los animales, esta vida tendría un sentido o, más bien, este problema no lo tendría, pues yo formaría parte de este mundo. Yo sería este mundo, al que me opongo ahora con toda mi conciencia y con toda mi exigencia de familiaridad…Por lo tanto, debo mantener lo que creo cierto. Debo sostener lo que me parece tan evidente, inclusive contra mí mismo. ¿Y qué es lo que constituye el fondo de este conflicto, de esta fractura entre el mundo y mi espíritu, sino la conciencia que tengo de él? Así saco de lo absurdo tres consecuencias, que son mi rebelión, mi libertad y mi pasión. Con el solo juego de la conciencia transformo en regla de vida lo que era invitación a la muerte, y rechazo el suicidio”.
La rebelión es el resultado de esa confrontación perpetúa en el que somos conscientes de que no hay sentido. Lo único seguro es la muerte, mas no teniendo ninguna razón para vivir, ¿por qué la tendría para morir?”

Al final de este prolongado esfuerzo por llegar a la meta “…Sísifo contempla entonces cómo la piedra rueda en unos instantes hacia ese mundo inferior del que habrá de volver a subirla a las cumbres. Y regresa al llano…….Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa... Esa hora que es como un respiro y que se repite con tanta seguridad como su desgracia, esa hora es la de la conciencia”.

El ser humano rebelde vive con ese fardo en su conciencia y actúa como si fuera libre, quiere vivir, quiere luchar, quiere rebelarse.

Sin duda un pensador que debe acompañarnos en la mesilla de noche.

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