
El pasado jueves 7 de noviembre se
cumplieron cien años del nacimiento del pensador Albert Camus, tenía 47 años
cuando la muerte le salió al encuentro en la carretera; dos años antes, en 1957,
había sido premiado con el Nobel de literatura por la “seriedad penetrante con
la que su obra literaria aborda los problemas de la conciencia humana”, y no se me ocurre pregunta más apremiante que
el sentido de la vida, pero ¿cómo contestarla?
En 1942 Camus publica un ensayo en el
que reflexiona sobre el valor de la vida. Al comienzo podemos leer lo
siguiente: “No hay más que un problema
filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale
la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía.”
A través de una serie de reflexiones Camus realiza una lectura contemporánea del clásico mito de Sísifo como metáfora del aparente esfuerzo absurdo del ser
humano por perseverar en una vida sin sentido:
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No sabemos si el mundo tiene sentido
pero sí sabemos que no conocemos ese sentido, por lo que si nos empecinamos en responder
a esa pregunta, debiéramos asumir la dificultad que entraña, pues
es una pregunta que se me resiste porque un ser humano solo puede comprender aquello
que se expresa en términos humanos:
“¿Qué otra verdad puedo reconocer sin mentir,
sin hacer que intervenga una esperanza que no tengo y que no significa nada
dentro de los límites de mi condición? Si yo fuese un árbol entre los árboles,
un gato entre los animales, esta vida tendría un sentido o, más bien, este
problema no lo tendría, pues yo formaría parte de este mundo. Yo sería este
mundo, al que me opongo ahora con toda mi conciencia y con toda mi exigencia de
familiaridad…Por lo tanto, debo mantener lo que creo cierto. Debo sostener lo
que me parece tan evidente, inclusive contra mí mismo. ¿Y qué es lo que
constituye el fondo de este conflicto, de esta fractura entre el mundo y mi
espíritu, sino la conciencia que tengo de él? Así saco de lo absurdo tres
consecuencias, que son mi rebelión, mi libertad y mi pasión. Con el solo juego
de la conciencia transformo en regla de vida lo que era invitación a la muerte,
y rechazo el suicidio”.
La
rebelión es el resultado de esa confrontación perpetúa en el que somos
conscientes de que no hay sentido. Lo único seguro es la muerte, mas no
teniendo ninguna razón para vivir, ¿por qué la tendría para morir?”
Al final de este prolongado esfuerzo por
llegar a la meta “…Sísifo contempla
entonces cómo la piedra rueda en unos instantes hacia ese mundo inferior del
que habrá de volver a subirla a las cumbres. Y regresa al llano…….Sísifo me
interesa durante ese regreso, esa pausa... Esa hora que es como un respiro y
que se repite con tanta seguridad como su desgracia, esa hora es la de la
conciencia”.
El ser humano rebelde vive con ese fardo
en su conciencia y actúa como si fuera libre, quiere vivir, quiere luchar,
quiere rebelarse.
Sin duda un pensador que debe
acompañarnos en la mesilla de noche.
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