En esta última
semana, han sido muchos los sucesos que han tenido lugar a lo largo y
ancho del mundo: la violencia en el fútbol, el futuro de la
exploración espacial con nuevas sondas a Marte, la reforma de la
Constitución, el famosísimo “Pequeño Nicolás” y sus
controvertidas declaraciones, la dimisión de la ministra de
Sanidad... decenas de noticias han copado la actualidad y abierto los
telediarios de nuestro país.
Sin embargo, no he
podido evitar fijarme en que todas ellas se han visto acompañadas
por múltiples reportajes y alusiones a la tan cercana época
navideña. Y es que parece que una vez entramos en el último mes del
año, todo acaba conduciéndonos a las señaladas fechas.
Hace poco más de un
mes, se concedía en nuestro instituto el Premio Spinoza de Ensayo a
José Ovejero por su obra “La ética de la crueldad”. Para
aquellos que no habéis tenido oportunidad de leerlo, a lo largo de
la obra se destaca la idea de que vivimos en la sociedad del
entretenimiento: todo en nuestra sociedad busca simplemente
entretenernos desde la música o el arte hasta la literatura o mismo
los medios de comunicación, ya no experimentamos grandes pasiones ni
grandes tormentos, nos dedicamos a pasar por la vida de puntillas.
Primera imagen: Una
de las últimas masacres cometidas por el Estado Islámico. Una voz
en off nos informa del número
de muertos, heridos, desalojados... mientras una sucesión de
imagénes pasa rauda ante nuestros ojos, casi no
somos capaces de comprender una imagen cuando ésta ya ha sido
sustituida por otra. Apenas unos minutos después la segunda imagen:
una familia decorando el árbol de Navidad entre risas y juegos. Poco
después otra imagen: los disturbios en EEUU, miles
de personas manifestándose, enfrentamientos con la policía y más
muertos. Unas pocas palabras
a modo de introducción y cómo preparar la cena de Nochebuena...
Supongo
que os preguntaréis a donde quiero llegar con esto, bien intentaré
no irme más por las ramas, sentados
bien calentitos ante la tele, pasamos en segundos del “horror”
más absoluto a la emoción de pensar en nuestros próximos regalos
de Reyes. Nada llega al interior, nada nos cala, todo pasa ante
nuestros ojos sin pena ni gloria. Nos lamentamos ante lo sucedido
pero cuando se nos plantea la pregunta de ¿qué podemos hacer? O
incluso otra más incómoda como ¿qué debemos hacer al respecto? ,
escurrimos el bulto, nos resguardamos y parapetamos tras la
recurrente excusa de: no hay nada que hacerle,
el mundo es así o
esto es culpa de los políticos...
¿Por qué? Quizás porque siempre es más fácil evitar afrontar la realidad que aceptar nuestra responsabilidad en el discurso del mundo y de la sociedad. Resulta mucho más llevadero la idea de que ninguno de nuestros actos pueden en el fondo alterar un mundo donde los que toman las decisiones son unos "poderosos" indefinidos, lejanos e inalcanzables que intentar poner nuestro granito de arena para promover un cambio social.
Pero
no hablemos de acciones, preguntémonos por el pensamiento: ¿Llegamos
a reflexionar, ya no digo
sobre todas, solo de alguna pequeña parte de las noticias que se nos
presentan cada día? ¿Vivimos en una sociedad donde prima el
entretenimiento? ¿Pensamos, reflexionamos, discurrimos? ¿O nos
dedicamos a pasar por la vida de puntillas, no vayamos a remover lo
que no debemos y acabar hundiéndonos en arenas movedizas?
Raquel Fernández Vieitez 1ºBI
En respuesta a las preguntas que planteas al final de la entrada, sobre si nunca nos paramos a reflexionar sobre lo mal que lo están pasando tantas personas en nuestra sociedad, creo que, desgraciadamente, es eso exactamente lo que ocurre. Cuando vemos una noticia trágica en el telediario, nos conmovemos en un primer momento en el que la vemos, pero a costa de que se repite constantemente a lo largo de los días, junto con otras horribles imágenes, acabamos por hacernos imunes a ellas y unicamente nos impactan cuando las vemos por primera vez, pero nunca nos planteamos hacer algo que pueda cambiarlo, sino que nos limitamos a volver a nuestras vidas que, por lo general, aunque tienen sus defectos, también tienen otras muchas cosas buenas.
ResponderEliminarY ¿realmente queremos cambiar algo? Y en ese caso ¿qué queremos cambiar? Ahora no tenemos edad ni influencia suficiente para realizar grandes cambios. Si algún día alguno de nosotros tiene la posibilidad de influir en la economía de un país o en su política de apoyo a otros países en desarrollo, ¿seguiremos pensando igual o el idealismo será un “mal” que se cura con la edad?
ResponderEliminarPor ejemplo, para la sociedad occidental el SIDA no existió hasta hasta que empezó a afectar a “personas como nosotros”. Para entonces habían muerto miles de personas en esos países “acostumbrados” a las desgracias. Entonces, las grandes farmacéuticas empezaron a investigar y a invertir grandes cantidades de dinero hasta convertirlo en una enfermedad crónica, aunque sólo para algunos; para otros sigue siendo mortal porque no disponen de dinero suficiente para pagar los carísimos tratamientos. Nos parece horrible que en su afán por lucrarse las farmacéuticas ignoren a todos los enfermos que no pueden pagar los tratamientos, pero... quizá esos tratamientos no se habrían desarrollado si no hubiese existido ese afán por lucrarse de los laboratorios. Entonces seguirían muriendo todos los infectados por el virus.
Este ejemplo es uno de tantos de la difusa línea que separa lo bueno de lo malo. Por eso creo que promover un cambio social no es sólo una cuestión de voluntad, es algo mucho más complejo y hay que tener claro hacia donde se quiere ir. Ideas aparentemente tan sencillas como igualdad de oportunidades o respeto de tradiciones de un país pueden chocar con la religión o costumbres ancestrales que no se cambian de la noche a la mañana.