La teoría
de Einstein sobre la gravedad, el espacio-tiempo y el cosmos cumple 100 años
Decía
Paul Dirac, un poeta de la física, que la belleza no es monopolio del arte,
pues llegó a su famosa ecuación, no tanto intentando resolver los enigmas que
le mundo natural le retaban sino buscando la belleza. Dirac afirmaba que el
investigador “en su sus esfuerzos por expresar las leyes de la Naturaleza, debe
preocuparse principalmente de la belleza matemática. Debe tomar la simplicidad
en consideración, pero subordinada a la belleza”. No es la utilidad sino el
sentido como nos recalca “simplemente examinando cantidades matemáticas que los
físicos utilizan, e intentando darles sentido de manera interesante, sin
importar las aplicaciones que el trabajo pueda tener”.
Hace
ya 100 años que Albert Einstein llegó a formular su gran teoría sobre la
gravedad, el espacio, el tiempo y el cosmos, pero Einstein no partió tanto de
los datos como de la intuición y la imaginación para recrear la, a juicio de
sus colegas, la teoría más bella de la historia de la ciencia.
Esta es la
historia que nos relata Javier Sanpedro en este interesante artículo que así
continúa:
“Que
la belleza tenga algún papel en la ciencia es algo que deja perplejo a casi
todo el mundo. La ciencia, según la percepción común, es el terreno del cálculo
preciso, la observación rigurosa y el razonamiento implacable, y no se ve muy
bien qué pueden pintar en ese marco las consideraciones estéticas. Y todo esto
es cierto, muy probablemente, para la inmensa mayoría de la producción
científica. Pero los grandes saltos conceptuales son obra de gente muy rara, y
ahí los prejuicios del rigor y la austeridad patinan de manera estrepitosa. Los
que se salen del marco son gente muy inteligente, sí, pero también muy
imaginativa, muy creativa y muy sobrada.
Las
matemáticas de la relatividad general son de una dificultad disuasoria para el
lego, pero el punto de partida de Einstein no puede ser más simple e intuitivo.
“La idea más feliz de mi vida”, según la propia descripción de Einstein, que la
contó así: “Estaba sentado en la oficina de patentes de Berna, en 1907, cuando,
de repente, me vino una idea: una persona en caída libre no sentirá su propio
peso. Quedé sorprendido. Esa sencilla idea me causó una profunda impresión y me
impulsó hacia una teoría de la gravitación”. Lo que hoy puede experimentar
cualquier visitante de un parque de atracciones –la ingravidez en caída libre—
fue el disparador de la teoría que fundó la cosmología moderna. Qué cosas”.
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en La belleza cumple un siglo
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