Me gustaría vivir
en un mundo donde fuera imposible entregar el Premio Nobel de la Paz.
Esa es la conclusión que he sacado tras la visita del activista
indio Kailash Satyarthi a nuestro instituto. Y es que aunque parezca
una idea muy extremista y dura, tiene una explicación.
Estos días en clase de filosofía hemos explorado temas como la filosofía política, la ética, los derechos, los deberes, las libertades... Ideas muy amplias y en un primer momento muy abstractas pero que, sin embargo, desempeñan, o al menos deberían desempeñar, un papel fundamental en nuestra sociedad.Pero cada día estos conceptos parecen difuminarse más y más, desaparecidos entre titulares sobre corrupciones, indemnizaciones, programas electorales y encuestas y sondeos varios. Y una frase parece haberse puesto de moda “crisis de valores”. Así es, parece ser que esta “crisis económica” ha provocado una”crisis de valores” en nuestra comunidad. ¿Pero qué valores están en crisis? ¿Por qué están en crisis? Y sobretodo, ¿por qué asumir que ha sido la crisis económica la que ha provocado esta crisis de valores? ¿Podría ser que la crisis de valores sea anterior a la económica? ¿Puede que lleve años gestándose y hayamos decidido sacarla a la luz cuando todo se ha venido abajo? ¿Puede incluso que la “crisis de valores” sea la causa de la crisis económica?
Se preguntaba Irea hace unos días, hacia dónde íbamos, en qué nos estamos convirtiendo, conocemos lo que sucede en el mundo, las injusticias que tienen lugar cada día en el mundo y nos lamentamos desde el sofá, nos decimos “pobres esos lejanos niños...” o “ay, ojalá se hiciera algo al respecto...” Y sin embargo no hacemos nada. Nos excusamos ante nosotros mismos y ante los demás diciendo que no tenemos las posibilidades, los medios o la capacidad para solucionar algo, porque por mucha buena intención que se tenga, uno solo no puede cambiar el mundo, las cosas son así y nosotros no vamos a embarcarnos en una aventura peligrosa hasta el cuerno de África porque en el fondo, no supondrá ningún cambio. Pero es que ahora, además se nos recuerda que no hace falta viajar a África para encontrar miseria, porque no ya en nuestro país, sino en nuestra ciudad, en nuestro barrio hay familias en la pobreza. Y como nuestra excusa de... “es al otro lado del mundo, no hay nada que yo pueda hacer” ya no vale, consolamos nuestra pequeña conciencia haciendo obras benéficas, recolectando comida o colaborando en bancos de libros; es decir, damos rodeos, rodeos muy útiles, sí, y necesarios, también, pero rodeos al fin y al cabo. Evitamos el auténtico problema. Porque bien solidarios éramos en Navidad con aquellos que no podían comer, bien nos tirábamos cubos de agua para buscar la cura a una grave y poco investigada enfermedad, pero ¿y hoy? ¿Los tenemos presentes en nuestro día a día?
No es que debamos ayudar a las personas con menos recursos, es que tenemos un deber para-con ellos, no es que seamos responsables ante los demás, sino que somos responsables de ellos, al igual que ellos de nosotros. Porque no se necesita caridad, sino justicia. Y la justicia es un derecho que todo ser humano tiene; un derecho, no un regalo. Y no es el único derecho que tiene, todo ser humano tiene derecho a la libertad, a la vida digna, a la felicidad... Y todos tenemos el deber de respetar y hacer respetar estos derechos. Derechos Universales. Sí, universales, para todos en todo momento y lugar; da igual donde sea que esos derechos no se respetan, da igual cuan lejos o cerca quede de nuestro cómodo sofá, porque el conocimiento entraña responsabilidad y si sabemos que no se cumplen, entonces debemos levantarnos, dejar el cojín en el suelo y reaccionar. No os digo que nos convirtamos en un Kailash Satyarthi, ni en una Malala, no. Pero nuestra capacidad de acción no se reduce únicamente a la caridad y a la ayuda, va mucho más allá. Porque como nos decía el señor Satyarthi, cuando compramos algo, cuando hablamos, cuando votamos, cuando participamos en una propuesta decidimos que clase de sociedad estamos creando, porque por mucho que a veces nos cueste reconocérnoslo, ¿qué es la sociedad sino nosotros, que la formamos?
Y volviendo a mi afirmación inicial, cuando digo que me gustaría que no hubiera Premios Nobel de la Paz quiero decir que todos deberíamos obrar en el sentido que los hacen ellos, los galardonados, “los que han trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz”. Todos deberíamos luchar por los derechos de aquellos que no pueden hacerlo, trabajar en favor de la paz, de la libertad y de la justicia, no porque así lo hayamos querido, sino porque es nuestro deber como seres humanos.Y ojalá llegue un día en que el comité que otorga el galardón diga que es imposible designar un ganador porque todo el planeta es merecedor de él y hasta entonces, solo sigamos el ejemplo de aquellos hombres y mujeres que se lo han ganado...
Estos días en clase de filosofía hemos explorado temas como la filosofía política, la ética, los derechos, los deberes, las libertades... Ideas muy amplias y en un primer momento muy abstractas pero que, sin embargo, desempeñan, o al menos deberían desempeñar, un papel fundamental en nuestra sociedad.Pero cada día estos conceptos parecen difuminarse más y más, desaparecidos entre titulares sobre corrupciones, indemnizaciones, programas electorales y encuestas y sondeos varios. Y una frase parece haberse puesto de moda “crisis de valores”. Así es, parece ser que esta “crisis económica” ha provocado una”crisis de valores” en nuestra comunidad. ¿Pero qué valores están en crisis? ¿Por qué están en crisis? Y sobretodo, ¿por qué asumir que ha sido la crisis económica la que ha provocado esta crisis de valores? ¿Podría ser que la crisis de valores sea anterior a la económica? ¿Puede que lleve años gestándose y hayamos decidido sacarla a la luz cuando todo se ha venido abajo? ¿Puede incluso que la “crisis de valores” sea la causa de la crisis económica?
Se preguntaba Irea hace unos días, hacia dónde íbamos, en qué nos estamos convirtiendo, conocemos lo que sucede en el mundo, las injusticias que tienen lugar cada día en el mundo y nos lamentamos desde el sofá, nos decimos “pobres esos lejanos niños...” o “ay, ojalá se hiciera algo al respecto...” Y sin embargo no hacemos nada. Nos excusamos ante nosotros mismos y ante los demás diciendo que no tenemos las posibilidades, los medios o la capacidad para solucionar algo, porque por mucha buena intención que se tenga, uno solo no puede cambiar el mundo, las cosas son así y nosotros no vamos a embarcarnos en una aventura peligrosa hasta el cuerno de África porque en el fondo, no supondrá ningún cambio. Pero es que ahora, además se nos recuerda que no hace falta viajar a África para encontrar miseria, porque no ya en nuestro país, sino en nuestra ciudad, en nuestro barrio hay familias en la pobreza. Y como nuestra excusa de... “es al otro lado del mundo, no hay nada que yo pueda hacer” ya no vale, consolamos nuestra pequeña conciencia haciendo obras benéficas, recolectando comida o colaborando en bancos de libros; es decir, damos rodeos, rodeos muy útiles, sí, y necesarios, también, pero rodeos al fin y al cabo. Evitamos el auténtico problema. Porque bien solidarios éramos en Navidad con aquellos que no podían comer, bien nos tirábamos cubos de agua para buscar la cura a una grave y poco investigada enfermedad, pero ¿y hoy? ¿Los tenemos presentes en nuestro día a día?
No es que debamos ayudar a las personas con menos recursos, es que tenemos un deber para-con ellos, no es que seamos responsables ante los demás, sino que somos responsables de ellos, al igual que ellos de nosotros. Porque no se necesita caridad, sino justicia. Y la justicia es un derecho que todo ser humano tiene; un derecho, no un regalo. Y no es el único derecho que tiene, todo ser humano tiene derecho a la libertad, a la vida digna, a la felicidad... Y todos tenemos el deber de respetar y hacer respetar estos derechos. Derechos Universales. Sí, universales, para todos en todo momento y lugar; da igual donde sea que esos derechos no se respetan, da igual cuan lejos o cerca quede de nuestro cómodo sofá, porque el conocimiento entraña responsabilidad y si sabemos que no se cumplen, entonces debemos levantarnos, dejar el cojín en el suelo y reaccionar. No os digo que nos convirtamos en un Kailash Satyarthi, ni en una Malala, no. Pero nuestra capacidad de acción no se reduce únicamente a la caridad y a la ayuda, va mucho más allá. Porque como nos decía el señor Satyarthi, cuando compramos algo, cuando hablamos, cuando votamos, cuando participamos en una propuesta decidimos que clase de sociedad estamos creando, porque por mucho que a veces nos cueste reconocérnoslo, ¿qué es la sociedad sino nosotros, que la formamos?
Y volviendo a mi afirmación inicial, cuando digo que me gustaría que no hubiera Premios Nobel de la Paz quiero decir que todos deberíamos obrar en el sentido que los hacen ellos, los galardonados, “los que han trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz”. Todos deberíamos luchar por los derechos de aquellos que no pueden hacerlo, trabajar en favor de la paz, de la libertad y de la justicia, no porque así lo hayamos querido, sino porque es nuestro deber como seres humanos.Y ojalá llegue un día en que el comité que otorga el galardón diga que es imposible designar un ganador porque todo el planeta es merecedor de él y hasta entonces, solo sigamos el ejemplo de aquellos hombres y mujeres que se lo han ganado...
Como muy bien ha dicho Raquel en esta entrada, conceptos como derechos, deberes y libertades (entre otros) se difuminan más y más cada día. Desde mi punto de vista, existe una clara confusión entre los derechos y deberes de un individuo: algo interpretado como derecho puede ser en realidad algo que no está en nuestro deber.
ResponderEliminarEn el mundo en el que vivimos, las vidas de aquellos que ni siquiera son capaces de sobrevivir por si solos dependen en última instancia de las acciones de aquellos países que autodenominamos "desarrollados". De alguna manera, con el paso del tiempo, nos hemos apropiado de sus vidas sin tener ningún derecho a hacerlo. Y con la colonización de imperios europeos empezó esta confusión entre conceptos.
Por lo tanto, ¿tenemos nosotros derecho a decidir sobre sus vidas?¿O quizá sea un deber más que un derecho? Al fin y al cabo nosotros somos el desencadenante de esta situación. Y, por último, ¿cuáles serían los límites de ese derecho/deber de decidir por ellos? ¿No entendemos a caso que nuestra libertad termina cuando empieza la suya? Puede que la gente que confunda estos conceptos sea la que se contenta con donar de vez en cuando un eurillo a una ONG, para contribuir con su granito de arena, pero por muchos que seamos en este mundo, esa no es la solución al problema.