Posiblemente,
una de las características en las que nos fijemos al juzgar y conocer una persona sea, después del aspecto físico,
su lenguaje. Según su competencia lingüística prejuzgaremos su procedencia social,
su nivel cultural e incluso, según la
estructura y argumentos utilizados, su rol de género. Inconscientemente nos
haremos una idea predefinida de su contexto social, de ahí la fuerza que posee el uso de la palabra como
marca de identidad social.
Dado que somos socializados a través de la
palabra, esta nos predispone a ocupar un lugar u otro socialmente. Puede que
sea en los tres primeros años de vida, donde la diferencia en el lenguaje sea
más notable: un niño que empiece la escuela
y provenga de una familia, no con mayor nivel económico, pero sí con
cierto nivel intelectual e interesada
por el mundo actual, tanto en política, economía o cultura,
tendrá un mayor vocabulario específico y mejor dominio del saber formal,
tan solo por lo que haya oído en casa,
que un niño proveniente de un grupo social cuyo saberes no se reflejan
en los programas escolares. Así dos
niños, escolarizados a la misma edad, en el mismo centro y en el mismo contexto
educativo partirán de un nivel
diferente, poniendo en desventaja a las personas con menos recursos y
condenándolos a una situación que se prolongará hasta pasados varios años, en
los que el alumno aventajado seguirá formándose y aprendiendo fuera de la
escuela, mientras que el otro se limitará a lo que aprenda en la escuela o por
su propia cuenta.
Estas diferencias en el lenguaje también se
extienden a las diferencias de género,
pero son ya más biológicas que
sociales. Un ejemplo de estas
diferencias es que las mujeres utilizamos ambos hemisferios para
comprender las conversaciones mientras los hombres tan solo utilizan uno (véase
video: http://www.portalpsicologico.org/multimedia-video/cerebro-y-lenguaje-diferencias-de-genero.html).
También son notables estas
diferencias a la hora de estructurar argumentar un discurso, así mientras los
discursos masculinos tienden a ser más categóricos y cerrados, los femeninos
son más ambiguos, sugerentes y abiertos a múltiples lecturas.
En definitiva, el lenguaje provoca una gran relevancia a la
hora de juzgar una persona, mucho más de lo que
creemos, y en parte es lógico, que como seres sociales con un complejo y
desarrollado lenguaje, prestemos mucha
más atención a la forma de hablar de una persona que a otros aspectos.
En la película, esta capacidad (positiva o
negativa) de las personas para juzgar la podemos apreciar en el momento, en el
que uno de los hombres antes su incapacidad de argumentar la culpabilidad del
muchacho, ridiculiza a otro y lo tacha de “finolis”, prejuzgando así su carácter, condición social…
Como
conclusión, cada vez que mantengamos una
conversación o demos un discurso, seremos juzgados y etiquetados; romper con
los esquemas, desenmascarar las diferencias de clases, acabar con los
prejuicios… será parte ya de nuestra
lucha interna y batalla externa por
concebir un mundo más justo y mejor.
Noa Rodríguez Méndez 1º BIC
Tu interesante ensayo me recordó una deliciosa película que se rodó en 1938 en el Reino Unido: Pigmalión. Basada en una comedia de Bernard Shaw, un profesor –especialista en fonética-, acomete con éxito el proyecto de transformar a una humilde joven vendedora de flores, en una respetable dama. El procedimiento consiste en un aprendizaje de modales y sobre todo, en adquirir la fonética y el vocabulario de la alta sociedad inglesa. No cabe duda, como bien dices, que las élites siempre se han servido de códigos de comunicación restringidos para perpetuar el sistema de clases.
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