El pasado lunes 24 de febrero se presentó en nuestro Instituto Rosalía de Castro (Santiago de Compostela) la película
documental La huella de los abuelos. Tuvimos la fortuna de contar
con la presencia de su director y guionista Xosé Abad, del profesor de Historia Víctor Santidrián, y de Sandra García Rey, que participó en el guión de esta película, en la que se recoge el camino
emprendido por un grupo de estudiantes de segundo de bachillerato del IES
Adormideras (A Coruña), para conocer la historia de la generación de los
abuelos, represaliados por la dictadura franquista, a través del testimonio de
los hijos de José Villaverde, fusilado en A Coruña, y de Amada García, fusilada
en Mugardos.
El testimonio de sus hijos,
víctimas también, nos recuerda que no es posible repensar el pasado personal en
singular, sin tener en cuenta la perspectiva social de la memoria. Una memoria
que se dice de muchas maneras porque participa de muchos mundos personales.
Recuerdo estos días cuando mi amiga Irina, a propósito del fallecimiento de mi
madre, me decía que cuando una persona se va, se va un mundo con ella. Es
verdad, cada uno de nosotros somos un mundo insustituible, en el que la
temporalidad da sentido a nuestra existencia, y en donde el reconocimiento de
nuestra identidad única e irrepetible, necesita de los otros para saber quiénes
somos. Hay autoconciencia porque hay memoria y sólo puedo acordarme de mí,
recordando a los otros, que a su vez, espero que se acuerden de mí. Yo soy yo y
mi memoria, es la clave de nuestra identidad.
De ahí la importancia de
evocar, en el relato, la memoria de los otros, que cuentan para nosotros y que
contribuyen, sin lugar a dudas, a afianzar el sentido de pertenencia, de
cohesión e identidad que nos vincula necesariamente, a algo que a veces
denominamos vagamente como Humanidad, pero que nos recuerda que no estamos
solos, que nos necesitamos. Por este motivo resulta trágico, injusto, cruel e inhumano, el hecho de silenciar, por imposición, olvido o simple desinterés, esos relatos que
rompen convenciones y falsas armonías, pues ocultan tragedias silenciadas. Hoy
más que nunca necesitamos el testimonio del testigo.
Nacemos para ser, para dejar
huella, de ahí el valor primordial de esta propuesta documental, ya
que ayuda a preservar esta huella, este testimonio, esta mediación. No podemos
olvidar que el futuro no se logra, sino repensamos nuestro presente en función
de nuestro pasado, tomar el pasado como regla del porvenir para evitar el
olvido de los que no están con nosotros, y que merecen ser recordados con
dignidad, pues dicho olvido es una muestra innegable de inhumanidad.
Necesitamos recordar, aunque duela, pues por un lado es probable que el
conocimiento de los sufrimientos pasados nos mantengan vigilantes frente a
situaciones nuevas y sin embargo análogas; y por otro, porque que el recuerdo
es un modo de luchar frente al poder de la barbarie.
Elena Gómez Gálkina
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