De cara a nuestro
próximo debate sobre la actualidad de los mitos y el papel de la ciencia y la
filosofía en la sociedad actual, transcribo el oportuno artículo del profesor e investigador español Jorge
Wagensberg: ¿Se puede vivir sin religión?, a propósito de la publicación del libro Homo Deus. Breve historia
del porvenier de Yuval Noah Harari.
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Yuval
Noah Harari es un joven profesor de Historia que ha escrito dos libros sobre la
condición humana y que ha pillado al mundo académico con el paso cambiado. El
primero, tituladoSapiens (más
de un millón de ejemplares en 30 idiomas), despliega una gran narrativa de lo
que ha ocurrido hasta ahora. El segundo, titulado Homo Deus, acaba
de aparecer en español y reflexiona sobre lo que puede ocurrir a partir de
ahora. ¿Se puede decir algo nuevo sobre la historia de la humanidad? ¿Se puede
decir algo sobre su futuro que la prospectiva científica o la ciencia-ficción
no haya explorado ya? Se puede. Pero para ello se necesita un raro talento que
bien podríamos nombrar como prejuicida. Los juicios de la
inteligentísima prosa de Harari no manan de prejuicios cultivados por sus
mayores. Sus argumentos recién hechos fluyen frescos como si el autor acabara
de aterrizar en el planeta. Dos son las preguntas iniciales. ¿Qué es un humano?
¿Qué es la religión?
Un
humano, como cualquier animal, vive en un mundo de objetos físicos (rocas,
ríos, plantas…) y de emociones (placer, dolor, euforia, depresión…). Un humano,
como cualquier animal, tiene un lenguaje para comunicarse con su entorno. Sin
embargo, el lenguaje humano es único en una cosa: sirve para crear ficciones,
cosas que no están en los objetos ni de las emociones, como el dinero, los
mitos, los dioses… ¿Y para qué sirven las ficciones?
Pues
nada menos que para cohesionar elásticamente un colectivo numeroso de
individuos. Los leones, los chimpancés o los neandertales solo forman
colectivos de pocos individuos porque el líder necesita invertir mucho tiempo y
energía para actualizar su autoridad. Los insectos sociales sí pueden reunirse
en colectivos homogéneos de millones de individuos, pero de una manera desesperadamente
rígida. En cambio, un humano solo tiene que montar una buena ficción (un dios,
una bandera o unos colores deportivos) para conseguir, cómodamente, una fuerte
unidad colectiva.
Por
su mayor corpulencia y por su mayor cerebro, un neandertal superaba con creces
a un sapiens en el combate uno a uno, pero este último lograba
mantener unidos colectivos más numerosos gracias a su habilidad para crear
mitos, bulos y chismorreos. (La prensa del corazón tiene raíces más profundas y
antiguas de lo que parece). Según esta original teoría alternativa, el
neandertal no desapareció por el cambio climático, sino por su incapacidad para
contar mentiras.
De
aquí surge una brillante definición de religión: todo conjunto de normas para
la conducta humana garantizado por una autoridad suprahumana, lo cual a su vez
puede lograrse de dos modos: por vía sobrenatural (una divinidad) o por vía
natural (una ley de la naturaleza).
La física cuántica no es una religión porque,
aunque se basa en leyes naturales, de ella no se derivan juicios morales o
reglas de convivencia. Y el ajedrez tampoco es una religión porque, aunque
dicta reglas que regulan el comportamiento, estas son humanas y las podemos
cambiar si hace falta. El gran mérito de esta definición extendida es que sirve
para releer la historia de la humanidad de punta a punta: religión es el
paganismo griego, religiones son los monoteísmos tradicionales, religión es el
budismo (aunque no hable de dios), el estalinismo, el nazismo o el humanismo
liberal. Los faraones dominaron el mundo con sus ficciones durante tres
milenios, los papas con las suyas durante más de un milenio y el humanismo con
las suyas durante dos o tres siglos. Las religiones teístas ofrecen un paquete
compacto y completo de certezas para garantizar la cohesión colectiva y para
calmar el ansia de inmortalidad individual. El mayor descubrimiento de la
ciencia ha sido la ignorancia. Pero ha tolerado la emergencia de otros mitos.
El crecimiento indefinido por ejemplo es una ficción de cualquier economía
moderna que contradice descaradamente el segundo principio de la termodinámica.
La
inmortalidad en el más aquí es el mito para una nueva religión. Un organismo
vivo es un algoritmo y nada impide que este persista indefinidamente. Ni
siquiera hace falta ya comprender la realidad. Todo son datos. Un buen sistema
de información me conoce mejor desde fuera que yo a mí mismo desde dentro. El
humanismo ha muerto, viva el dataísmo. Los datos predicen tormentas,
recomiendan tratamientos médicos (la doble mastectomía de Angelina Jolie, por
ejemplo), la música que me apetece escuchar, Google, que sabe muy bien lo que
leo, se anima a proponerme lecturas (de momento con algún fallo porque me
recomienda mis propios libros)…
¿Se
puede vivir sin religión? Quizá no, por definición de humano, por definición de
religión, porque un colectivo humano sin ficciones quedaría inerme frente a
cualquier otro que se invente un dogma con el que sus creyentes puedan
reconocerse y cohesionarse. Ya les pasó a los neandertales.
Homo
Deus. Breve historia del porvenir. Yuval Noah Harari. Traducción de
Joandomènec Ros. Debate. Barcelona, 2016. 496 páginas. 23,90 euros
Entendiendo religión en un sentido amplio como grupo de conocimientos, ideas y creencias que cohesionan un grupo humano tal como dice el autor Jorge Wagensberg, mi opinión al respecto es que la religión es necesaria para la vida porque no existe una sociedad que no esté basada en una ideología o en un conjunto de características comunes. Pero si por el contrario utilizamos el significado más tradicional de religión, es decir conjunto de creencias o dogmas a cerca de una divinidad, la respuesta es si. De todos modos según mi opinión personal, la vida de las personas se puede enriquecer mucho con el cuidado y cultivo de una dimensión espiritual sana (no opresiva) que permita responder las preguntas existenciales que no responden la filosofía o la ciencia.
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