El hombre que confundió a su mujer con un sombrero
Del griego ἀγνωσία: «desconocimiento», una agnosia es la incapacidad que
siente nuestro cerebro de reconocer o comprender estímulos,
previamente aprendidos, sin que pueda apreciarse ninguna deficiencia en la
percepción o intelecto. En el caso de la agnosia visual, que vamos a comentar
como ejemplo, el sujeto puede ver con normalidad, ya que el funcionamiento de
su sistema visual es correcto, pero es incapaz de interpretar, describir o
reconocer lo que está viendo.
El caso clínico conocido como: “El hombre que
confundió a su mujer con un sombrero” que da título al libro escrito por Oliver
Sacks, un famoso neurólogo londinense que cuenta en esta obra sus anecdóticos
casos clínicos.
La historia que da nombre a este libro relata el caso de un
paciente: el doctor P, un músico distinguido, que había sido famoso como
cantante, y luego había pasado a ser profesor de una Escuela de Música. Fue
allí donde empezaron a producirse ciertos extraños problemas.
A veces un estudiante se presentaba al doctor P y este no lo
reconocía, no identificaba su cara (prosopagnosia). En cuanto el estudiante
hablaba, lo reconocía por la voz. Estos incidentes se multiplicaron, provocando
situaciones embarazosas, perplejidad, miedo… y, a veces, situaciones cómicas.
El doctor P no sólo fracasaba cada vez más en la tarea de identificar caras,
sino que veía caras donde no las había. Por ejemplo, podía dar palmaditas en la
cabeza a las bocas de incendios y a los parquímetros.
Al principio, todos se habían tomado estos extraños errores
como gracias o bromas, incluido el propio doctor P (anosognosia: no reconocer
sus déficits neurológicos) ¿Acaso no había tenido siempre un sentido del humor
un poco raro y cierta tendencia a bromas? Sus facultades musicales seguían
siendo tan asombrosas como siempre, no se sentía mal y los errores eran tan
ridículos (y tan ingeniosos) que difícilmente podían considerarse serios o
presagio de algo serio.
La idea de que hubiese «algo raro» no afloró hasta unos tres
años después, cuando se le diagnosticó diabetes. Sabiendo muy bien que la
diabetes le podía afectar a la vista, el doctor P consultó a un oftalmólogo,
que le hizo un cuidadoso historial clínico y un meticuloso examen de los ojos.
«No tiene usted nada en la vista», le dijo. «Pero tiene usted problemas en las
zonas visuales del cerebro. Yo no puedo ayudarle, ha de ver usted a un
neurólogo». Y así fue como el doctor P conoció al famoso neurólogo Dr. Sacks.
En su primera visita, se hizo evidente que no había rastro de
demencia. Era un hombre muy culto, simpático, hablaba bien, con fluidez, tenía
imaginación, sentido del humor. El Dr. Sacks no acababa de entender por qué lo
habían enviado a su clínica. Y, sin embargo,…, había algo raro: el neurólogo
llegó a la conclusión de que el doctor P lo percibía con los oídos, pero no con
los ojos. Como si estuviese estudiando cada elemento individual (los ojos, la
nariz, las orejas,…), sin ver la cara por entero, como totalidad.
– ¿Y qué le pasa a usted? —le preguntó el Dr. Sacks.
– A mí me parece que nada —contestó el Dr P— pero todos me dicen que me
pasa algo raro en la vista.
– Pero usted no nota ningún problema en la vista.
– No, directamente no, pero a veces cometo errores.
El Dr. Sacks le enseñó la portada de una revista, una
extensión de dunas del Sahara.
– ¿Qué ve usted aquí?
– Veo un río —dijo el doctor P. Y un parador pequeño con una terraza que da
al río. Hay gente cenando en la terraza. Veo unas cuantas sombrillas de
colores.
No miraba, si aquello era «mirar» la portada, sino el vacío.
Confabulaba rasgos inexistentes, como si la ausencia de rasgos diferenciados en
la fotografía le hubiese empujado a imaginar el río, la terraza y las
sombrillas de colores.
Él parecía convencido de que lo había hecho muy aceptablemente. Hasta
esbozó una sonrisa.
Pareció también decidir que la visita había terminado y empezó a mirar
alrededor buscando su sombrero. Extendió la mano y cogió a su esposa por la
cabeza intentando ponérsela. ¡Parecía haber confundido a su mujer con un
sombrero! Ella daba la impresión de estar habituada a aquellos percances.
El Dr. Sacks descubrió que su paciente no era capaz de
reconocer los objetos, a menos de que lograra identificar algún rasgo o alguna
característica distintiva. Además, su problema se extrapolaba tanto a su
memoria como a su imaginación.
Esto se hizo evidente cuando al cabo de unos días el Dr. Sacks
fue a ver al doctor P a su casa. Este último se acercó a darle la bienvenida a
su casa. Se mostró algo distraído, la mano extendida hacia el reloj de péndulo,
pero al oír la voz del neurólogo se corrigió y le dio la mano. En la casa
habían fotos, que el Dr. Sacks cogió y enseñó al doctor P. Este no fue capaz de
identificar ni a su familia, ni a los colegas, ni a sus alumnos, ni siquiera se
reconocía él mismo. Sin embargo, identificó en una foto a Einstein por el
bigote y el cabello característicos. Ningún rostro le era familiar, no lo veía
como correspondiendo a una persona, lo identificaba sólo como una serie de
elementos, como un objeto. Y junto a esto estaba su indiferencia o ceguera a la
expresión.
El Dr. Sacks le dió al doctor P un guante:
– ¿Qué es esto? —le preguntó el neurólogo.
– Una superficie continua plegada sobre sí misma. Parece que tiene cinco
bolsitas que sobresalen, si es que se las puede llamar así.
– Sí, bien. Me ha hecho usted una descripción. Ahora dígame qué es.
– ¿Algún tipo de recipiente? Podría ser un monedero, por ejemplo, para
monedas de cinco tamaños.
Nada le parecía familiar. Visualmente se hallaba perdido en un
mundo de abstracciones sin vida. No tenía en realidad un verdadero mundo
visual, lo mismo que no tenía un verdadero yo visual. Podía hablar de las
cosas, pero no las veía directamente. El doctor P actuaba, en realidad,
exactamente igual que actúa una máquina. Podía identificar el esquema, sin
captar en absoluto la realidad.
El Dr. Sacks exploró el mundo interior del doctor P. Descubrió
que igualmente tenía afectada la imaginación y memoria visual. Podía recordar
lo que decían los personajes de una novela, pero no sus caras; y aunque podía
citar textualmente, gracias a su notable memoria, las descripciones visuales
originales, dichas descripciones eran para él, algo absolutamente vacío y
carente de realidad sensorial, imaginativa o emocional. Así pues, había también
agnosia interna. Esto sólo sucedía, según se pudo comprobar, con ciertos tipos
de visualización: de caras, escenas,… Sin embargo,… podía jugar una partida
mental de ajedrez.
El doctor P no luchaba por rescatar aquello que había perdido,
porque ni siquiera sabía lo que había perdido. El Dr. Sacks se preguntaba a sí
mismo qué era más trágico o quién está más condenado: el que sabe lo que ha
perdido o el que lo desconoce.
– ¿Cómo puede ser capaz de hacer las cosas? ¿Qué pasa cuando se viste,
cuando va al retrete, cuando se da un baño? —preguntó el Dr. Sacks a la esposa
del doctor P.
– Es lo mismo que cuando come. Yo le coloco la ropa que va a ponerse en el
sitio de siempre y él se viste sin ningún problema, canturreando. Todo lo hace
así, canturreando. Pero si hay algo que lo interrumpe y pierde el hilo, se
paraliza del todo, no reconoce la ropa… ni su propio cuerpo. Canta siempre:
canciones para la comida, para vestirse, para bañarse, para todo. No puede
hacer nada si no lo convierte en una canción.
El doctor P podía desenvolverse siempre y cuando pudiera
escuchar o tararear su música para cada tarea.
El doctor P evolucionaba hacia una profunda agnosia visual, en
la que iba desapareciendo toda capacidad de representación e imaginación, todo
sentido de lo concreto, todo sentido de la realidad. Esto le fue evidente al
Dr. Sacks cuando vió la evolución de los cuadros que el doctor P solía pintar:
desde el realismo hacia líneas y formas abstractas. Si bien había ido perdiendo
capacidad para lo concreto, iba ganándola en lo abstracto, adquiriendo una
mayor sensibilidad hacia todos los elementos estructurales, líneas, límites,
contornos. Esto llevó al Dr. Sacks a determinar que su enfermedad era
degenerativa.
– Bueno, doctor Sacks. Ya veo que le parezco a usted un caso interesante.
¿Puede decirme qué trastorno tengo y aconsejarme algo?—preguntó el doctor P.
– No puedo decirle cuál es el problema, pero le diré lo que me parece
magnífico de usted. Es usted un músico maravilloso y la música es su vida. Lo
que yo prescribiría, en un caso como el suyo, sería una vida que consistiese
enteramente en música. La música ha sido el centro de su vida, conviértala
ahora en la totalidad.
A pesar del avance gradual de la enfermedad (un proceso
degenerativo o tumor enorme en las zonas visuales del cerebro), el doctor P
enseñó música y la vivió hasta los últimos días de su vida.
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