Enrique Flores |
Recordando lo trabajado en clase, os llamo la
atención sobre este artículo que se puede leer hoy en el diario El país: Un relato de España, de Adela Cortina es
catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia.
Cosmopolita o “ciudadano del mundo” es un concepto griego
usado por primera vez por los filósofos estoicos allá por el año 301 a.C,
pensado como modelo de ciudad de común, de una razón universal de la cual
participan todos los seres humanos.
Marco Aurelio, filósofo y emperador romano
escribió: “ Si la mente nos es común, la razón, por la
cual somos racionales, no es también común; y si esto es así, nos será
igualmente común la razón que dispone lo que se ha de hacer o no. Admitido lo
cual, la ley no es común, y siendo así, somos ciudadanos y participamos, por
ende, de un cuerpo político, por el cual el mundo viene a ser como una ciudad.” Pensamientos
Más allá de la
cuestión filosófica, actualmente los
cosmopolitas creen que la persona debe adquirir compromisos voluntarios y
el derecho a la participación activa en el lugar que selecciona para residir.
De esta manera, más que el sentimiento de pertenencia a una etnia, cultura, o
lugar, el cosmopolita defiende una comunidad de ciudadanos libres de cualquier prejuicio nacional,
étnico, sexual o religioso, la equidad de género, la globalización
democrática y la educación y atención sanitaria para todos.
Todavía recordamos
cuando al hilo de la mezcla de culturas y formas de vida, decíamos que
Barcelona era una ciudad cosmopolita, lamentablemente el relato que nos
traslada es otro. Hoy escribe, la profesora de ética, Adela Cortina que el sí a
la independencia en Cataluña supone anclarse en una forma excluyente de entender
la ciudadanía, rechazando “el vínculo entre los pueblos de España, que tienen
mucho que ofrecer en el concierto mundial desde una articulación de unidad y
pluralidad que tan pocos países han sabido engarzar”.
España adolece de un
relato, nos dice, sin embargo “ como los relatos
arrancan del pasado y sobre todo han de proyectarse al futuro, a las altura del
siglo XXI, en el horizonte de un mundo global, no creo que haya proyecto más
ilusionante y atractivo que el que esbozaron los ilustrados en el siglo XVIII,
haciendo pie en el estoicismo y el cristianismo: el de construir una sociedad
cosmopolita, en que sea posible erradicar la pobreza y el hambre, reducir las
desigualdades, conseguir que ningún ser humano se vea obligado a emigrar,
porque todos son ciudadanos de ese mundo. La globalización ha traído recursos
que nunca pudimos soñar para ir adensando el grado de democratización de los
distintos países, reforzando los vínculos legales y éticos con otras
comunidades, que hoy en día ya comparten soberanía gracias a las uniones
supranacionales, como la Unión Europea, y a la multiplicación de entidades
internacionales, que podrían ser el germen de una gobernanza mundial. Es sin
duda un proyecto y un relato que une los sentimientos a la razón”.
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