jueves, 4 de octubre de 2012



                 ¿Puede equivocarse la gente sobre sus propias emociones?


      
       La respuesta a esta pregunta es más compleja de lo que puede parecer en principio; dependerá de a qué persona se lo preguntes, ya que seguramente la gente tendrá diferentes opiniones al respecto; a quién le haya pasado con frecuencia y se haya dado cuenta, aceptando su error, creerá que el hecho de equivocarse es una verdad indiscutible pero, por el contrario, habrá gente que no querrá aceptarlo porque se sentirá ofendida por la duda sobre su capacidad de sentir.
    
      Personalmente, como me siento parte del primer tipo de sujetos, opino que esto pasa más a menudo de lo que pensamos. Y creo que la cuestión no consiste en si sentimos lo que nos rodea, sino en si relacionamos correctamente lo que vivimos con una emoción en concreto. Opino que esta situación está siempre ligada a sentimientos potentes, como el amor, el deseo, el odio, el asco, la inseguridad, el respeto, el cariño o la pena; casos en los que no es fácil elegir.

     ¿Quién sería capaz de afirmar que el 100% de las veces que ha sentido amor por una persona ha sentido solo amor y no ha sido puro deseo o simplemente aprecio o cariño relacionado con la amistad? Porque una cosa es querer pasar innumerables horas con una persona compartiendo nuestros deseos, sentimientos y experiencias más íntimos, otra diferente es querer simplemente disfrutar con ella en una ocasión puntual y concreta y otra bien diferente significa querer contarle tus cosas, pasarlo bien juntos y ayudaros con vuestros problemas. Creo que esta cuestión es la más difícil de resolver acerca de nuestros sentimientos hacia las personas que nos rodean en el día a día; sobre todo en esta etapa de la vida, la llamada adolescencia, en la que tu mente es una fábrica de constante actividad emocional y actúa como un cajón repleto de sentimientos, muchos de ellos confusos y reprimidos. Muchas veces gritan hasta que crecen, se hacen oír y afloran, provocando en nosotros distintas emociones que impactan en una misma persona.

     Otros buenos ejemplos serían saber distinguir entre sentir odio y simple pena, asco y mera decepción o entre inseguridad y puro miedo. No siempre es fácil contarles a nuestros amigos, padres o quienes quieran que sean nuestras personas de confianza qué sentimos exactamente, qué emociones nos preocupan. Mi corta experiencia me inclina a pensar que esta situación se produce por esos cambios bruscos que sufrimos los adolescentes en cuanto a los sentimientos, algo que nos lleva a la confusión de una forma brutal, alterándonos durante un tiempo. En estas ocasiones lo mejor es relajarse, reflexionar y hablar sobre el tema con una persona racional que te pueda reflejar con claridad e imparcialidad lo que sientes, asegurándote antes de que esa persona no está pasando por la misma situación; por lo que no sentirá esa confusión y podrá afrontar ese problema con mucha más facilidad y comunicarte la solución.

  
     Por lo tanto, para concluír, solo me queda decir que creo pertenecer a la gran mayoría de la gente. Y espero que ese número de personas que vamos siendo son conscientes de esta realidad  crezca cada día, ya que se trata de algo muy importante aceptar esta dificultad a la hora de tener claro lo que sentimos y expresárselo al mundo.



                                 Iago Regueira Rodríguez, 1º BI-C.

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