¿Puede equivocarse la gente sobre sus propias
emociones?
La
respuesta a esta pregunta es más compleja de lo que puede parecer en principio;
dependerá de a qué persona se lo preguntes, ya que seguramente la gente tendrá
diferentes opiniones al respecto; a quién le haya pasado con frecuencia y se
haya dado cuenta, aceptando su error, creerá que el hecho de equivocarse es una
verdad indiscutible pero, por el contrario, habrá gente que no querrá aceptarlo
porque se sentirá ofendida por la duda sobre su capacidad de sentir.
Personalmente,
como me siento parte del primer tipo de sujetos, opino que esto pasa más a
menudo de lo que pensamos. Y creo que la cuestión no consiste en si sentimos lo
que nos rodea, sino en si relacionamos correctamente lo que vivimos con una
emoción en concreto. Opino que esta situación está siempre ligada a
sentimientos potentes, como el amor, el deseo, el odio, el asco, la
inseguridad, el respeto, el cariño o la pena; casos en los que no es fácil
elegir.
¿Quién sería capaz de
afirmar que el 100% de las veces que ha sentido amor por una persona ha sentido
solo amor y no ha sido puro deseo o simplemente aprecio o cariño relacionado
con la amistad? Porque una cosa es querer pasar innumerables horas con una
persona compartiendo nuestros deseos, sentimientos y experiencias más íntimos,
otra diferente es querer simplemente disfrutar con ella en una ocasión puntual
y concreta y otra bien diferente significa querer contarle tus cosas, pasarlo
bien juntos y ayudaros con vuestros problemas. Creo que esta cuestión es la más
difícil de resolver acerca de nuestros sentimientos hacia las personas que nos
rodean en el día a día; sobre todo en esta etapa de la vida, la llamada
adolescencia, en la que tu mente es una fábrica de constante actividad
emocional y actúa como un cajón repleto de sentimientos, muchos de ellos
confusos y reprimidos. Muchas veces gritan hasta que crecen, se hacen oír y
afloran, provocando en nosotros distintas emociones que impactan en una misma
persona.
Otros buenos ejemplos serían saber distinguir entre sentir odio y simple pena, asco y
mera decepción o entre inseguridad y puro miedo. No siempre es fácil contarles
a nuestros amigos, padres o quienes quieran que sean nuestras personas de
confianza qué sentimos exactamente, qué emociones nos preocupan. Mi corta
experiencia me inclina a pensar que esta situación se produce por esos cambios
bruscos que sufrimos los adolescentes en cuanto a los sentimientos, algo que
nos lleva a la confusión de una forma brutal, alterándonos durante un tiempo.
En estas ocasiones lo mejor es relajarse, reflexionar y hablar sobre el tema
con una persona racional que te pueda reflejar con claridad e imparcialidad lo
que sientes, asegurándote antes de que esa persona no está pasando por la misma
situación; por lo que no sentirá esa confusión y podrá afrontar ese problema
con mucha más facilidad y comunicarte la solución.
Por lo tanto, para
concluír, solo me queda decir que creo pertenecer a la gran mayoría de la
gente. Y espero que ese número de personas que vamos siendo son conscientes de esta
realidad crezca cada día, ya que se trata
de algo muy importante aceptar esta dificultad a la hora de tener claro lo que
sentimos y expresárselo al mundo.
Iago Regueira Rodríguez, 1º BI-C.
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