jueves, 14 de noviembre de 2013

Si la verdad es difícil de probar en la historia, ¿quiere esto decir que todas las versiones son igualmente aceptables?



El historiador Guillermo Pérez Sarrión (catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Zaragoza y autor de La península comercial (Marcial Pons, Madrid 2012). Escribe hoy un artículo en el diario  El País en el que denuncia críticamente la impostura intelectual y el grave daño que se le hace a la credibilidad de la ciencia histórica cuando se pone al servicio de una ideología pues pierde credibilidad.

  Se une así al debate generado entre  Gabriel Tortella -profesor emérito de Historia Económica en la Universidad de Alcalá-, y Borja de Riquer -catedrático de Historia Contemporánea (UAB)- y Joaquim Albareda  -catedrático de Historia Moderna (UPF)-

El artículo lleva por título Cataluña y la pasión por la causa, y en él podemos leer lo siguiente:
“ Decía Ranke, creo recordar, que el objeto de la investigación histórica es llegar a conocer los hechos tal como fueron. Ya sabemos que eso es, en su literalidad, imposible: pero el trabajo del historiador consiste en acercarse el máximo y además colocar los hechos en un contexto que permita entender lo que realmente pasó.El artículo de Gabriel Tortella sobre el nacionalismo catalán de octubre de 2013 ha tenido una algo airada respuesta de Joaquim Albareda y Borja de Riquer en la que los segundos en algunos asuntos dicen cosas razonables, pero en general es difícil que convenzan a nadie que no sea nacionalista. El interés del artículo de Tortella está en que refleja un estado de opinión muy difundido que quienes le responden creo que no han sabido captar. Tortella argumenta que el nacionalismo catalán ha crecido como resultado de un plan de adoctrinamiento de la Generalitat, y que en ese plan la interpretación sesgada de la historia de Cataluña ha tenido un papel importante. Creo que tiene toda la razón, pero no entraré a polemizar sobre la primera parte, ese plan cuya obviedad es indiscutible, para centrarme en la segunda parte, la interpretación sesgada de la historia por los historiadores nacionalistas. Y lo hago con propósito cívico, en la convicción, tan ingenua como importante: si los historiadores no son capaces de discutir entre sí sobre el pasado con argumentos no pueden exigir a la clase política que lo haga, como sucede…..”
A continuación pasa a señalar las imposturas intelectuales (en contra de toda virtud epistémica) en la que cae la historiografía nacionalista catalana para terminar concluyendo:
“Cuando la profesión se pone al servicio de una causa, en este caso el nacionalismo catalán, se pierde credibilidad. Los historiadores que así proceden tendrán que pensar que los otros, los que no lo son, no tienen los prejuicios asociados a tal posición política, y no se dejarán convencer fácilmente por una historiografía militante que sigue sosteniendo ideas que hoy la historiografía general considera parciales, mal contextualizadas o simplemente erróneas. Los historiadores nacionalistas deben decidir si quieren escribir para los convencidos o por el contrario convencer a los que les lean, sean quienes sean.”

De la lectura atenta de este debate deberíamos poder reflexionar sobre si la verdad es difícil de probar en la historia, ¿quiere esto decir que todas las versiones son igualmente aceptables?

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