“Enciérrese
tras la alambrada de púas a millares de individuos diferentes en edades,
estado, origen, lengua, cultura y costumbres, y sean sometidos aquí a un
régimen de vida constante, controlable, idéntico para todos y por debajo de
todas las necesidades: es cuanto de más riguroso habría podido organizar un
estudioso para establecer qué es esencial y qué es accesorio en el
comportamiento del animal-hombre frente a la lucha por la vida.
No creo en la más obvia y fácil
deducción: que el hombre es fundamentalmente brutal, egoísta y estúpido tal y
como se comporta cuando toda superestructura civil es eliminada, y que el
Häftling es un hombre sin inhibiciones. Pienso más bien que, en cuanto a esto,
tan sólo se puede concluir que, frente a la necesidad y el malestar físico
oprimente, muchas costumbres e instintos sociales son reducidos al silencio”
El fragmento
anterior pertenece a la obra Si esto es
un hombre, de Primo Levi. En él se resume el experimento humano y político
que constituían los campos de concentración nazis, en los cuales, como se ha
dicho en entradas anteriores, se privaba de identidad a los prisioneros,
tratando hacerlos iguales a otros, constituyendo una masa homogénea de “personas”
a las cuales se les han usurpado sus costumbres, su nombre, su pelo…
En los campos de
concentración, los prisioneros dejaban a un lado el concepto de vivir con todo lo que implica, como la
dignidad o la justicia, y lo cambiaban por el de sobrevivir. Quedaban denigrados y se los trataba como si fuesen
animales, despojándolos de su identidad y obligándolos a olvidarse de las
necesidades de los demás y de socializar, para centrarse únicamente en
sobrevivir. Ahora bien, una de las preguntas que se me ocurren con todo esto
es: ¿Por qué no se revelaban contra los
guardias, a sabiendas de que no iban a sobrevivir ni conseguir mejorar sus
condiciones?
Una de las respuestas a la
pregunta anterior se halla en el fragmento de la obra antes mencionada, puesto
que los presos de los campos de concentración estaban tan agotados por todo el
trabajo físico realizado a diario y aturdidos por todo lo que allí ocurría que
no tenían tiempo ni ganas de pensar en una posible rebelión.
Otra posible respuesta a la
cuestión es el hecho de que lo que los mantenía (y lo que nos mantiene a la
mayoría de nosotros haciendo cosas que realmente no nos gustan) es la esperanza de que algún día lograrían
salvarse y se acabaría todo el sufrimiento.
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