La dificultad para la adaptación a los cambios en sus principios es inherente a la naturaleza humana. Es comprensible que alguien que ha basado su comportamiento, decisiones vitales y convicciones morales en una determinada creencia, se niegue a reconocer en el final de su vida que ha estado equivocado. Normalmente esos principios se fundamentan en razonamientos lógicos que no pueden ser despreciados aunque la ciencia demuestre que no eran correctos. Los fundamentos de las religiones más antiguas fueron desarrollados por pensadores y derivaron de una forma u otra de la filosofía. Por ejemplo, en las antiguas religiones, el alma era lo que daba vida a la materia, algo que diferenciaba un cuerpo vivo de otro no vivo y tenía la cualidad de seguir existiendo después de la muerte. Los filósofos griegos le añadieron la capacidad de contener el conocimiento, con lo que únicamente los poseedores de conocimiento, es decir lo seres humanos, podían tener alma. El cristianismo adquiere el concepto del alma de la filosofía griega pero la convierte en totalmente dependiente de Dios. Para la ciencia, es la mente la que contiene la voluntad, el conocimiento y los sentimientos.
Si bien es cierto que las religiones han puesto muchas trabas al desarrollo del conocimiento, también lo es que a ellas debemos muchas de las más bellas expresiones artísticas del ser humano. Desde las pirámides de Egipto a las catedrales cristianas, pasando por las mezquitas. El problema se presenta cuando la reticencia a aceptar cambios se debe al temor a perder el instrumento de poder que representan la mayoría de las religiones. El miedo a perder la confianza y sumisión de los fieles que les haría perder poder político y económico.
La
interpretación que hizo la Iglesia Católica para admitir la teoría
de la evolución, fue que Dios pudo servirse de un animal que ya
existía, al que añadió el alma para convertirlo en hombre. Aún
hoy existen religiones, como los Testigos de Jehová, que no admiten
la teoría de la evolución, incluso tienen datado con fechas
aproximadas (unos 6.000 años a.d.c.) el momento de la Creación.
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