Lo someto a vuestra consideración.
“El
descubrimiento es ajeno a la erudición. Los grandes matemáticos y físicos
muestran su genialidad siendo muy jóvenes. Einstein tuvo su annus mirabilis a la edad de 26, desarrollando la
teoría de la relatividad a partir de una intuición de adolescente.
La Filosofía y la Ciencia comparten el afán epistémico,
pero su método es diferente. La erudición en vastos campos del saber favorece
la construcción filosófica sistemática. Para un científico es mejor no saber
casi nada y crear desde esa ignorancia. Los ejemplos abundan. La Biología
Molecular se desarrolló inicialmente por parte de físicos. La computación con
moléculas de ADN se le ocurrió a Adleman tras oír hablar por primera vez de esa
molécula. Hay quien construye origamis con ADN porque sí, por jugar, aunque
después resulte que tengan aplicación práctica. La gran ciencia surge del juego
y de la curiosidad. Siendo actividad lúdica, supone la permanencia de lo mejor
de la infancia, su creatividad y su sed de exploración de preguntas sobre lo
esencial.
La investigación científica realmente válida supone
ausencia de proyecto (decía Kornberg que el mejor proyecto era no tenerlo),
puro juego de materias y lenguajes para satisfacción de una mirada infantil
omnipotente que se extasía ante lo bello, a tal punto que es esa belleza la que
frecuentemente sugiere la verdad de la teoría construida, como afirmaba Dirac.
Es triste ver cómo la infancia se sofoca mediante la
imposición de currícula escolares y extraescolares sobrecargados que cercenan
lo lúdico y lo mágico. Es triste ver la asfixia del mito vivificante en aras de
lo técnico. Esa educación inhumana creada por “expertos” y deseada por muchos
padres conduce a lo peor. En ausencia del mito y del juego, sin héroes, la
ciencia es tomada en serio y pasa a profesionalizarse, a industrializarse, a
servir al comercio. Nadie que no se haya preguntado lo importante en su
infancia podrá hacerlo nunca por mucha historia de la filosofía que estudie;
sólo mostrará erudición inútil. Pero abundan los profesionales del saber,
quienes, despreciando la narración heroica y considerando que la ciencia debe
ser seria, hacen de ella un mito descafeinado deificándola, convirtiéndola en
la única posibilidad de salvación y amaestrando a la juventud hacia la peor
distopía, la cientificista.
Cuando uno no cree en Dios (y quién sabe qué quiere decir
esa palabra) cree en cualquier cosa, decía Chesterton. Cuando se abandona la
riqueza mítica y se ignora el método científico, se sucumbe fácilmente al
atractivo de lo paranormal, de lo New
Age o del higienismo, tantas
veces preludio de la dictadura. “
Sólo desde
una perspectiva infantil es posible la Ciencia, del mismo modo que sólo desde
la infantilización subyacente a tantas seriedades se la adora o se la confunde
con ídolos miserables.
Javier Peteiro Cartelle es médico, experto en Análisis
Clínicos y jefe
de la sección de bioquímica del Complexo Hospitalario Universitario A Coruña.
Amante de la ciencia y de la filosofía, es autor del libro El autoritarismo
científico.
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