En Los comerciantes
del engaño, el escritor Antonio Muñoz Molina nos recomienda un documental
Merchans of Doubt. Dirigido por Robert Kenner. EE UU, 2014 que explora la manipulación de la verdad
por parte de grandes compañías multinacinales, en el que el trabajo de
pseudo-científicos desvían la atención de la ciudadanía sobre los peligros
reales que los intereses comerciales de industria y de los distintos gobiernos
nacionales quieren ocultar
La manera más
segura de no ver algo es empeñarse en no verlo. Ojos que no ven, corazón que no
siente. De toda la variedad de las capacidades humanas una de las más
misteriosas es la de negar la evidencia, la de cerrar los ojos a lo
irrefutable, o incluso mantenerlos abiertos sin aceptarlo. “Caminamos guiados
por la fe y no por nuestros ojos”, dice con orgullo san Pablo. Parece que no
mirando las cosas se logra que no existan, o que si se aprietan un rato los
párpados con fuerza suficiente lo que da miedo o incomoda habrá desaparecido
cuando vuelvan a abrirse.
A los aficionados a la divulgación científica nos gusta enterarnos de cómo se
descubrieron leyes de la naturaleza o se comprendieron enigmas que habían
permanecido insolubles durante siglos; pero una historia igual de aleccionadora
sería la de todos los descubrimientos que hubieran podido hacerse y no se
hicieron, todas las cosas evidentes que estaban a la vista y no se llegaron a
ver. Aristóteles sostenía que las mujeres tienen menos dientes que los hombres.
Con solo pedirle a una que abriera la boca habría corregido su error, si bien
al precio incómodo de contradecir su teoría sobre la inferioridad de las
mujeres, tan evidente para él como la de los esclavos.
El cirujano suizo
Ignaz Semmelweis observó, hacia 1840, que si se lavaba las manos antes de
atender un parto era menos probable que la nueva madre muriera de
fiebres puerperales. En su hospital los médicos hacían autopsias y
después atendían a partos, y entre una tarea y otra conservaban la misma ropa
formal y desde luego no se lavaban las manos. Lavarse las manos parecía cosa de
criados. Cuando Semmelweis insistió en la conveniencia de esa medida tan poco
fatigosa de higiene —a la que había llegado por pura observación empírica, ya
que faltaba mucho para que Pasteur identificara la naturaleza microbiana de las
infecciones—, sus compañeros ofendidos lo sometieron al boicot y al escarnio, y
continuaron asistiendo a mujeres que daban a luz sin lavarse antes las manos.
Dudar de la limpieza de un médico, ¿no era tanto como dudar de sus
conocimientos, de su mismo honor? Semmelweis murió pobre y desacreditado unos
años después.
A no ver lo evidente ayudan mucho la soberbia, la
cobardía, la pereza, el instinto gregario. También ayudanesas dos grandes formas de
manipulación del siglo XX que se han vuelto más eficaces todavía en el XXI,
la propaganda y la publicidad, por separado o juntas. Hay personas
predispuestas a no ver la realidad, y hay otras que se dedican profesionalmente
a favorecer esa ceguera, o a hacer pasar por hechos de la realidad las
invenciones del delirio.
A no ver las cosas y
a hacer lo posible para que no se vean ayuda también mucho los beneficios
colosales que se pueden obtener gracias a la explotación de la mentira. Durante
muchos años las compañías tabaqueras americanas tuvieron la certeza, gracias a
sus propias investigaciones internas, de la toxicidad de los cigarrillos. Mucho
antes que los ministerios de Sanidad, los laboratorios de las tabaqueras
descubrieron el riesgo del cáncer y de las enfermedades coronarias y las
propiedades adictivas de la nicotina. Lo descubrieron y lo ocultaron. Y cuando
ese conocimiento comenzó a difundirse peligrosamente entre el público, una máquina poderosísima
de relaciones públicas se puso en marcha, primero para negar lo evidente, y
luego para emprender una maniobra más sutil y todavía más tramposa: extender la
idea de que los datos científicos no eran concluyentes, que había dudas y
controversias entre los mismos expertos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario