Hace poco leí una noticia sobre la autorización de un anuncio en Nueva York cuyo mensaje era “Matar judíos te acerca a Alá. Es una yihad: ¿cuál es la tuya?”. La cuestión es que este anuncio fue prohibido por posible incitación a la violencia, y el juez que lo volvió a poner de nuevo en vigencia argumentó que “este anuncio no afectará a los neoyorquinos de igual manera que no afectó a los habitantes de San Francisco o Chicago”.
Cuando lo vi me quedé pensando que no era posible que lo hubiese leído correctamente. Si bien la segunda oración es una clara incitación a la violencia (teniendo en cuenta la acepción actual y extendida de la palabra yihad, cuyo significado original, como esfuerzo y dedicación por extender la religión islámica manteniendo el principio del Corán de lograr la paz entre individuos es aún defendido por sectores con mucha menos repercusión mediática que por los considerados como exponentes de la cultura islámica), la primera parte, “Matar judíos te acerca Alá” no es solo una arenga a la brutalidad, sino también, y de manera muy marcada (por lo menos para mí), una violación clara y directa de los Artículos 2 y 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Por ello, no me resulta factible asimilar que alguien como un juez, a quien se supone una persona que debe garantizar la invulnerabilidad del individuo en lo que concierne a sus derechos, legitime este tipo de publicidad aduciendo que todo el mundo puede expresar su opinión libremente.
¿Acaso no termina nuestra libertad en el momento en que violamos la del otro? Parece que no. ¿Es legítimo que un sector de la población con una determinada interpretación de una religión incite a una caza de brujas de personas pertenecientes a otra religión? Parece que sí. Pero es incorrecto. La decisión sobre si ese anuncio puede ser visto en el transporte público o no no puede ser tomada en función de cómo reacciona el espectador ante él. Y menos aún de cómo se cree que reaccionará en función de otros precedentes. Tan pronto como vulnere los derechos de un individuo, ese anuncio es anticonstitucional, y por ello no puede ser legitimado.
¿Por qué es tan fácil para ciertas personas aceptar normas como la Declaración de Derechos estadounidense, y sin embargo dar de lado a otras como la Declaración Universal?
La noticia: http://www.bbc.com/news/world-us-canada-32407880
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