Constantemente, estamos vendiendo armas a países
no democráticos desconociendo, o más bien queriendo desconocer qué se hará con
estas, pese a que no resulte muy difícil de imaginar y de considerarlo, cuanto menos,
cuestionable. Pero no interesa saber. No interesan las dudas ni los cuestionamientos
éticos acerca de nuestro grado de responsabilidad en el empleo de esas armas.
Interesa seguir siendo pragmáticos. Interesa conseguir beneficios económicos a
cualquier precio, y la industria del armamento no es una excepción. Este es el
mundo en el que vivimos, donde el fingir que no vemos, no escuchamos y no
sabemos se ha convertido en una máxima. Donde se prohíbe la industria de la
droga por ser considerada asesina pero no la del armamento. Donde cada día
mueren 60000 personas por hambre o por desamparo mientras que cada uno de esos
días se gastan 4000 millones de dólares en armamento. Donde se podría haber
eliminado el hambre que mata a unas 35000 personas diarias con simplemente el
1% de los recursos que sin mayor problema Europa le dio a los bancos privados y
donde, sin embargo, sigue sin haber dinero para acabar con el hambre. Donde se
reacciona ante la llegada de inmigrantes que huyen de la miseria y de la guerra
poniendo una valla. Con concertinas. Donde el 10% de la población mundial posee
el 86% de los recursos del planeta mientras que el 70% más pobre sólo cuenta
con el 3%. Donde las máquinas cuya finalidad inicial era ganar tiempo
(vehículo, ordenador, televisión, teléfono…) se acaban apoderando de este. Donde se
confunde ‘’a los relojes con el tiempo, al crecimiento con el desarrollo y a lo
grandote con la grandeza’’. Donde se acepta la pena de muerte pero no la
eutanasia. Donde se establecen por nacimiento dos grupos: los salvados y los
hundidos. Donde los pertenecientes al primero de ellos consumen su vida
consumiendo y recurren a la tecnología del desvínculo para impedir la remota y
peligrosa posibilidad de pararse a pensar que su paraíso se sostiene a través
del infierno de los hundidos. Donde abundan las contradicciones y el cinismo y
faltan las coherencias. Un mundo inmaduro, menor de edad, al que le falta educación, y que probablemente
no esté preparado para jugar con fuego. Así que: ¿hacia dónde vamos? y ¿hacia dónde
queremos ir?
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