Con el ánimo de
abundar en las ideas tratadas en clase sobre la necesidad de fomentar un
espíritu cívico en nuestra convivencia social y política, os dejo la aportación
del Foro Cívico de Opinión, un grupo de pensadores y expertos que se agruparon para participar a la
opinión pública sus sugerencias con el fin de repensar nuestro sistema democrático.
En este
artículo, se subraya la falta de un marco ético en el que se pueda hacer “buena
ciudadanía” o dicho en otros términos, ciudadanía virtuosa.
25/08/2012
“Con el deseo de aportar algunas
sugerencias para la elaboración de ese marco, el Círculo Cívico de Opinión
dedica el sexto de los Documentos que ha publicado al tema Democracia de calidad: valores
cívicos frente a la crisis, y en él apunta a modo de ejemplo medidas como
las siguientes:
Perseguir un bien común. En una democracia que es, a su vez, un
Estado de derecho, es preciso perseguir un bien común que amplíe el horizonte
de los intereses individuales como los únicos fines de la actividad económica y
política. Por legítimos que sean los intereses privados, las instituciones y
los ciudadanos se deben también a unos intereses comunes.
La
equidad como fin. Sostener
la equidad y mejorarla debería ser el principio irrenunciable de un Estado de
derecho.
Debe cambiar el orden de
los valores. Los años de
bonanza económica pasados han propiciado una cultura de la irresponsabilidad y
del dinero fácil, que ha traído consigo corrupción, evasión de impuestos y un
consumismo voraz. Si algo puede enseñar la crisis es que debe cambiar la
jerarquía de valores transformando las formas de vida, entendiendo que el
bienestar no se nutre solo de bienes materiales y consumibles. Formas de vida
que fortalezcan cultural y espiritualmente al individuo y a la sociedad con
valores como la solidaridad, la cooperación, la pasión por el saber, el
autodominio, la austeridad, la previsión o el trabajo bien hecho.
Decir
la verdad. La costumbre
de ocultar la verdad por parte de políticos y controladores de la economía de
distintos niveles ha sido responsable de la crisis en buena medida. Pero esa
costumbre se ha extendido también entre intelectuales y otros agentes de la
vida pública, plegados a lo políticamente correcto, sea de un signo o de otro.
Entre la incompetencia y la ocultación saber qué pasa y anticipar con
probabilidad qué puede pasar es imposible para la gente de a pie.
Cultura
de la ejemplaridad. Los
protagonistas visibles de la vida pública tienen un deber de ejemplaridad,
coherente con los valores que dan sentido a las sociedades democráticas. La
corrupción, la malversación de bienes públicos, el despilfarro, el desinterés
por el sufrimiento de quienes padecen las consecuencias de la crisis, la
asignación de sueldos, indemnizaciones y retiros desmesurados producen
indignación en ocasiones, pero también modelos que se van copiando con
resultados desastrosos.
Rechazar
lo inadmisible. Para que
una sociedad funcione bien es necesario que las leyes sean claras y que se
apliquen, pero también que la ciudadanía rechace las conductas inaceptables. Es
verdad que hay que ir con mucho cuidado con eso que se ha llamado la “vergüenza
social” y que es una de las formas que tiene una sociedad para desactivar
actuaciones que considera reprobables. Esa vergüenza ha causado tanto daño y es
tan manipulable, la utilizan tan a menudo unos grupos para desacreditar a
otros, que solo puede recurrirse a ella como una cultura, vivida por todos los
grupos sociales, de que determinadas conductas no pueden darse por buenas.
Potenciar el esfuerzo. Lo que vale cuesta. Dar a entender que
se pueden alcanzar las metas vitales sin trabajo alguno es engañar, condenar a
las gentes a ser carne de fracaso y destruir un país. Aprender, por el
contrario, que esfuerzo y ocio son dos caras del buen vivir, que ayudan a
construir un buen presente y un buen futuro.
Superar
la partidización de la vida pública. La
partidización de la vida pública es uno de los lastres de nuestra política, que
impide agregar voluntades para encontrar salidas efectivas y consensuadas a los
problemas que nos agobian. Cuando ante cada uno de los problemas públicos la
sociedad se divide siguiendo los argumentarios de los partidos políticos se
destruyen la cohesión social y la amistad cívica indispensables para llevar una
sociedad adelante.
El
sentido de la profesionalidad. La
profesionalidad, en todos sus ámbitos de ejercicio, es un valor que no debe
medirse solo por la eficiencia y la competencia científica y técnica, siendo
ambos valores altamente encomiables. Ser un buen profesional significa
incorporar también ideales que hagan de las distintas profesiones un servicio a
la sociedad y al interés común. Es buena la gestión estimulada no solo por la
obtención de beneficios materiales, sino por un espíritu cívico y de servicio.
Promover
la educación. El mejor
instrumento de que disponemos para conseguir una sociedad mejor y cambiar el
orden de los valores es la educación, entendida como formación de la
personalidad y como una tarea de la sociedad en su conjunto. El ideal de
autenticidad debe poder conjugarse con los valores propios de la vida
democrática.
Recuperar
el prestigio. Ni las
instituciones ni las personas que ostentan los cargos de mayor responsabilidad
han sabido ganarse la reputación y el prestigio imprescindibles para merecer
confianza y credibilidad por parte de la ciudadanía. Además del déficit notable
de ideas para gestionar y resolver la crisis, se echa de menos un liderazgo
compartido por el conjunto de grupos políticos, que actúe con valentía y con
prudencia, que corrija los despilfarros de otros tiempos, que sepa discernir la
gravedad de cada problema y que tenga visión de futuro y no atienda únicamente
al corto plazo.
Construir
un marco de valores comunes. Es
urgente construir un suelo de valores compartidos, fortalecer los recursos
morales que surgen de las buenas prácticas porque solo así se generará
confianza. Pero también crear espacios de deliberación que hagan posible
construir pueblo, y no masa, que fortalezcan la intersubjetividad y no se
disgreguen en la suma de subjetividades. Generar pueblo y sociedad civil tanto
en España como en Europa, donde somos y donde queremos estar, es uno de los
retos, porque tal vez sea esta una de las claves del fracaso de Europa: no
haber intentado reforzar la conciencia de ciudadanía europea, la Europa de los
ciudadanos, esa pieza que resulta indispensable para que sean posibles tanto la
Europa económica como la política.
Victoria
Camps, Adela Cortina y José Luis García Delgado,
en representación del Círculo Cívico de Opinión.
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