La Historia da debate. Lee y participa
La historia refleja un intento por parte de los individuos y las comunidades de entender la naturaleza cronológica de la vida humana. “Recordar el pasado” nunca es sencillo.
La historia tiene un carácter específico dentro de las ciencias humanas porque, en general, los actores del
conocimiento no pueden observar el pasado directamente. Esta característica de
la historia da lugar a muchas preguntas sobre el conocimiento. Veamos algunas:
¿Por qué estudiar historia? ¿Es posible saber quiénes somos sin un conocimiento del pasado?¿Hasta qué punto es posible hablar con certeza sobre cualquier cosa del pasado?Si la verdad es difícil de probar en la historia, ¿quiere esto decir que todas las versiones son igualmente aceptables?¿En qué medida depende la historia de quienes guardaron o conservaron los documentos escritos?¿Se puede usar la historia como propaganda? Si es así, ¿cómo?¿Qué entiende por el comentario de George Orwell, “Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado”? ¿En qué medida está de acuerdo con él y con sus implicaciones?
Documento para el comentario:
España, el Holocausto y la memoria perdida
La propaganda de Franco
hizo creer, con cierto éxito, que su régimen contribuyó a la salvación de miles
de judíos. En realidad fichó a 6.000 sefardíes por iniciativa falangista
Los aniversarios son como
mojones que sirven de referentes para la memoria y la reflexión. Deben ser
también ocasión para salir al paso de distorsiones u ocultamientos de
acontecimientos del pasado. Hace ahora 70 años Europa se desangraba en una
feroz guerra, a la vez que vivía el horror, hasta entonces impensable, de la
puesta en marcha de la decisión nazi de exterminar masivamente a los judíos,
mediante una minuciosa organización industrial. Estamos en el 70º aniversario
de graves acontecimientos a los que España no fue tan ajena como algunos han
venido pretendiendo.
A finales de agosto de 1942
se iniciaba la batalla de Stalingrado que se prolongaría hasta finales de enero
de 1943 en que el general Von Paulus se rindió ante el Ejército Rojo. Esta
derrota de los alemanes en la batalla en la que se luchó con una ferocidad sin
precedentes en la historia de las guerras, marcaría el comienzo del declive
bélico de la Alemania hitleriana. Mientras la Wehrmacht y el Ejército Rojo se
disputaban la ciudad luchando encarnizadamente calle a calle, casa a casa,
durante cinco meses decisivos, un contingente militar español, la célebre
División Azul, integrada en el Ejército alemán, vistiendo su uniforme y
entrenada por oficiales alemanes, combatía a los rusos desde octubre de 1941
cerca de Novgorod.
Otro acontecimiento, de
especial gravedad, que comenzó a desarrollarse en 1942, es merecedor de ser
recordado. Me refiero a la conocida como “solución final”, la decisión nazi de
exterminar físicamente a los judíos de Europa en campos industrialmente
diseñados para realizarlo de manera masiva. Esa criminal decisión fue adoptada,
como es bien sabido, en la reunión secreta de 14 oficiales de las SS, que tuvo
lugar el 20 de enero de 1942 en el palacio de Wansee, a las afueras de Berlín.
A esa estrategia asesina
planificada e impulsada por los nazis se sumaron dirigentes políticos de otros
países europeos. El pasado 22 de julio, la República Francesa conmemoraba lo
ocurrido hace 70 años en el Vel d’Hiv (velódromo de invierno) de París los días
16 y 17 de julio de 1942. La policía francesa, siguiendo las órdenes de las
autoridades de Vichy, se sumaba activamente a la política nazi de exterminio de
los judíos. Hizo una redada masiva en la que detuvieron a 13.152 personas, incluidos
miles de mujeres y niños, que fueron encerrados en esa instalación deportiva y
seguidamente trasladados en trenes a campos de exterminio, principalmente a
Auschwitz (Polonia) donde la mayoría fueron asesinados en las cámaras de gas.
En toda esa operación no intervinieron los nazis. Fue planificada y ejecutada
por la policía y la gendarmería francesas.
El discurso de François Hollande
sobre “la verdad de lo ocurrido” ha seguido la misma línea del que pronunció
Jacques Chirac en el mismo lugar el 16 de julio de 1995, con el que por primera
vez reconoció oficialmente que “Francia había cometido lo irreparable”.
Hollande reafirmó en su discurso, frente a los que siguen sosteniendo que ese
crimen no se puede atribuir a Francia, la necesidad de luchar sin descanso
contra toda forma de falsificación de la Historia y expresó la necesidad de que
la Shoah se enseñe en todos los centros escolares.
Bélgica también ha pedido
perdón oficialmente, por primera vez, por su complicidad en las deportaciones
de judíos. A finales del pasado mes de agosto, en un acto celebrado en el
Ayuntamiento de Bruselas, el alcalde, Freddy Thielemans, pidió disculpas por la
creación en 1940 de un censo que permitió fichar a más de 5.600 judíos y sirvió
de gran ayuda a las autoridades alemanas para identificarlos y enviarlos desde
Malinas a Auschwitz.
España no llegó a incurrir
en aquellos sombríos años cuarenta en un comportamiento criminal que pueda
asemejarse a la redada del Vel d’Hiv de París. Pero hizo preparativos que
hubieran podido conducir a resultados parecidos a los de Bélgica. El régimen de
Franco elaboró también un archivo encaminado a colaborar en el Holocausto. El
13 de mayo de 1941, todos los gobernadores civiles españoles recibieron una
circular remitida por la Dirección General de Seguridad, en la que les
ordenaban que enviaran a la central informes individuales de “los israelitas
nacionales y extranjeros afincados en esa provincia”. La circular estaba
firmada por José Finat Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, quien poco después
sería enviado a Berlín como embajador de España (y posteriormente llegaría a
ser nombrado por Franco alcalde de Madrid). Allí entregó a Himmler su lista de
6.000 judíos españoles fichados.
El objetivo de aquella
pesquisa policial no era controlar a los judíos que pasaban por España hacia
Portugal para allí embarcarse hacia América huyendo de la persecución nazi,
sino a los judíos españoles de origen sefardí. “Las personas objeto de la
medida que le recomiendo”, decía la circular, “han de ser principalmente
aquellas de origen español designadas con el nombre de sefardíes, puesto que
por su adaptación al ambiente y similitud con nuestro temperamento poseen
mayores garantías de ocultar su origen y hasta pasar desapercibidos sin
posibilidad alguna de coartar el alcance de fáciles manejos perturbadores”.
En la reunión secreta que tuvo
lugar en el palacio de Wansee, a las afueras de Berlín, en enero de 1942, que
he citado más arriba, se hizo referencia a los 6.000 judíos españoles censados
por el Gobierno español, archivo entregado a las autoridades alemanas.
Elaborado ese censo de
judíos españoles en fechas en que se debatía la inminente participación oficial
de España en la Guerra Mundial junto a la Alemania nazi, esta opción, impulsada
por los falangistas, se vio truncada por las complejas circunstancias
conocidas, y la iniciada colaboración española con lo que llegaría a conocerse
como Holocausto resultó fallida.
Pasado el tiempo, ese censo
de los judíos españoles, como toda la documentación comprometedora para el
régimen franquista sobre la persecución antisemita de los años cuarenta, fue
ocultada y sistemáticamente destruida. Al terminar la II Guerra Mundial, la
propaganda franquista intentó, con cierto éxito, hacer creer que la España de
Franco había contribuido a la salvación de miles de judíos perseguidos por los
nazis. Ha sido la paciente labor investigadora del periodista Jacobo Israel
Garzón, la que ha conseguido aflorar el único rastro documental conocido sobre
el asunto, casualmente conservado en el Archivo Histórico Nacional, y
proveniente del Gobierno Civil de Zaragoza. Lo publicó en la revista Raíces. El
periodista Jorge Martínez Reverte prosiguió la indagación y describió la
frustrada colaboración del Gobierno de Franco con el Holocausto en un reportaje
publicado en EL PAÍS el 20 de junio de 2010, bajo el título La lista de Franco
para el Holocausto.
A esta diligente
colaboración del régimen de Franco encaminada a propósitos criminales, hay que
añadir la pasividad, los silencios y las ocultaciones a la opinión pública
española, por parte de las autoridades franquistas, del desarrollo del
Holocausto a lo largo de 1942, 1943, 1944 y 1945. Franco tuvo noticia del
Holocausto, desde luego a partir de la declaración oficial de los Gobiernos de
los Estados Unidos, Gran Bretaña y otros 10 países aliados, del 17 de diciembre
de 1942, condenando públicamente la política nazi de exterminio. La prensa
española, sometida a estricta censura, no dijo ni media palabra sobre el
asunto. Y en agosto de 1944 el diplomático español Ángel Sanz Briz, destinado
como embajador en Budapest, envió un informe a las autoridades españolas dando
cuenta del exterminio de judíos en Auschwitz. No consta que recibiera
respuesta.
Con razón se ha dicho que
los crímenes masivos de los nazis no hubieran sido posibles sin la complicidad
y los clamorosos silencios y ocultamientos de ciertas autoridades militares,
civiles y eclesiásticas de los demás países europeos.
Félix
Santos, escritor y periodista, es autor de Españoles
en la Alemania nazi, publicado por la editorial Endymion.
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