¿Afecta el uso del género en el lenguaje a
la forma de pensar o de sentir de las personas hacia lo representado en las
palabras?
En la medida que este tema se plantea, a menudo en nuestra sociedad, como tema a debate en los medios de comunicación.Y dado que sabemos que:
· Algunos idiomas clasifican sus palabras según el género: los sustantivos son masculinos o femeninos, sin tener relación a seres con sexo, objetos o ideas; y otros como el finlandés, no utilizan el género para distinguir el género “el” o “ella”, como sí distingue, por ejemplo, el español.
Vamos a formular las siguientes preguntas:

¿Cuándo utilizamos un sustantivo femenino nos viene a la mente las características de este sexo/género?
¿Afecta el lenguaje la manera en qué pensamos acerca del mundo?
Jugamos tranquilas, ¿eh?
Cierto
político proclamó una vez en un acto electoral, hace unos 15 años: “Compañeros
y compañeras, lo que defendemos nosotros y nosotras...”.
Y claro,
ese “nosotras” sonó raro. Porque “nosotras”, con arreglo a la gramática, es un
pronombre inclusivo del sujeto que habla; de modo que quien lo pronuncia se
sitúa dentro del grupo que menciona. Así que un hombre no puede decir
“nosotras”, en puridad; sino sólo “nosotros”. Quizás aquel político debió
elegir para tal frase “nosotros y vosotras”, y nadie le habría tomado el pelo.
Sin
embargo, algo está sucediendo en nuestra lengua, porque algunos varones
empiezan a incluirse en los términos femeninos con toda naturalidad. Es decir,
sin forzar el idioma y probablemente sin darse cuenta.
El 5 de
agosto, a las 20.22 horas, dijo el periodista Francisco José Delgado, en la
Cadena SER, al transmitir un partido de waterpolo femenino en los Juegos
Olímpicos:
- ¡Si
ganamos, estamos clasificadas!
Podría
parecer anecdótico, fruto de la buena voluntad de un periodista educado en la
tolerancia y en el espíritu de igualdad; o tal vez consecuencia de su deseo de
implicarse en la victoria de la selección nacional. Pero no se quedó eso en un
ejemplo aislado, porque el entrenador del equipo femenino de balonmano aconsejó
pocos minutos después a sus jugadoras durante un tiempo muerto, en el minuto 28 de partido y cuando
vencían 24-20 a Noruega:
-
¡Jugamos tranquilas, ¿eh?!
Y a
partir de ese momento, todos empezamos a jugar tranquilas.
Todavía
más. A las 23.25 del mismo día, Manu Carreño, director delCarrusel
Olímpico, aventuraba
en la misma emisora:
(Se
refería a las posibilidades de la regatista española Marina Alabau enwindsurf, que iba camino de la medalla).
Disfrutábamos
así de tres ejemplos significativos en solamente una hora de radio y televisión
(confieso que veo la televisión mientras oigo la radio y ojeo el As). Eran
tres casos reales de varones que utilizaban genéricos femeninos incluyéndose
ellos en el grupo.
Y aún se
añadiría un cuarto ejemplo, el día siguiente, 6 de agosto, a las 20.44 horas:
el periodista de la SER José Antonio Ponseti anunciaba, un tanto decepcionado,
pues tenía mejores expectativas para las nadadoras de la sincronizada:
- Somos
terceras después de las rusas.
Uno se
imagina de inmediato a Ponseti siendo tercera después de las rusas, y enseguida
se apunta al grupo en solidaridad con él. Yo también era tercera, y me parecía
una injusticia que a las nadadoras españolas de sincronizada nos hubieran dado
una puntuación tan inferior a nuestros méritos.
¿Un
quinto ejemplo? Lo hay, y muchos más que ya dejé de anotar. Jesús Gallego, a
las 0.13 del viernes 10, hablando de la derrota en la final de waterpolo:
“Hemos pecado un poco de inexpertas”.
Y sí,
creo que los españoles fuimos un poco inexpertas en ese partido.
Bienvenida
sea esta evolución (por supuesto muy incipiente), que acierta a coincidir en
este caso con el criterio de quienes sostienen que la lengua se adapta a la
realidad como el agua a la vasija; y que si cambiamos la realidad y fomentamos
la presencia de la mujer en todos los órdenes de la vida donde antes estaba
discriminada, cambiaremos con el mismo esfuerzo el lenguaje; frente a quienes
defienden, con idéntica buena voluntad, que primero hay que cambiar el lenguaje
porque así se cambiará más fácilmente la realidad.
Sea como
fuere, viene a cuento aquí esa diferencia entre género y sexo tan explicada
antes por los gramáticos y tan despreciada ahora por ese lenguaje oficial que
habla de la violencia machista como “violencia de género” (la violencia siempre
fue “de género femenino” —decimos “mucha violencia” o “violencia innecesaria”,
pero no “mucho violencia” ni “violencia innecesario”—; violencia de género
femenino aunque la perpetren generalmente hombres y la combatamos todos): el
género era un fenómeno gramatical, y existían tres géneros: masculino, femenino
y neutro (el, la, lo;
él, ella, ello; este, esta, esto); y el sexo, un fenómeno biológico
(una silla tiene género, pero no sexo); y sólo hay dos: mujer y hombre. (Para
mejor información y mayor precisión, véase el Diccionario
Panhispánico de Dudas, entrada “género”). No estoy seguro de que
esa antigua diferencia entre género y sexo vaya a sobrevivir, pero permítanme
usarla al menos en el siguiente párrafo.
Lo cierto
es que en estos tiempos, y por fortuna, ya hay hombres que, cuando se hallan
ante una idea que refleja la presencia predominante de mujeres, empiezan a
incluirse voluntaria y espontáneamente en el género femenino... sin por ello
haber cambiado de sexo. Me parece un avance formidable. Sobre todo porque las
españolas hicimos unos sensacionales Juegos Olímpicos.
http://elpais.com/elpais/2012/10/11/opinion/1349975926_432322.html
Para ampliar: ¿La lengua tiene género? ¿Y sexo? http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/04/actualidad/1330896843_065369.html)
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