
La Herencia el viento y los
reyes Magos
Hoy 6 de enero, día festivo
marcado en el calendario de nuestras tradiciones como el día de los reyes Magos
de Oriente, es probable que algunos de vosotros añore el tiempo mágico de
vuestra niñez, cuando con ilusión y expectación renovada, año tras año,
acudíais al encuentro del milagro de esas “reales presencias sobrenaturales”,
representada en la figura de los “reyes Magos”. Un ritual en el que no estabais solos,
pues en él, participaban vuestros familiares y amigos, con sus preguntas,
admoniciones y narraciones varias sobre ese extraordinario ritual.
En un día así, de
fantástica presencia, enfatizada por los medios de comunicación, recuerdo que en
una ocasión en clase, salió el tema sobre la conveniencia o no de fomentar la
creencia en los reyes Magos o en Papa Noel en las criaturas. Aunque esto es
algo que dejo a vuestra consideración, es un tema sobre el que, de vez en
cuando, deberíamos considerar en sus implicaciones; es decir ¿por qué enseñamos
deliberadamente a creer en la existencia de seres de los que no hay pruebas de
su existencia? Podríamos argumentar que, en el caso de los más pequeños, es una
forma de fomentar la ilusión y la imaginación, pues ya de adultos aprenderán a
diferenciar la ficción de la realidad. Sin embargo la estadística es tozuda y,
a veces, nos arroja datos que deben movernos a reflexionar igualmente.
Por ejemplo, en su obra El fin de la fe (2007), el
neurocientífico y filósofo estadounidense Sam Harris, aporta los siguientes
datos: “Según la agencia Gallup, el 35 por ciento de los norteamericanos cree
que la Biblia es la palabra literal e infalible del Creador del Universo. Un 48
por ciento cree que es la palabra “inspirada” por Dios, igualmente infalible,
aunque algunos de sus pasajes deban interpretarse de forma simbólica para que
su verdad se haga pública. Sólo el 17 por ciento dudamos de que existiera una
personificación de Dios que, en su infinita sabiduría, se molestó en redactar
este texto, o que, ya puestos, crease la Tierra con sus 250.000 especies de
escarabajos. Un 46 por ciento de los norteamericanos dan por válida una visión
literal de la creación (el 40 por ciento creen que Dios ha guiado la creación a
lo largo de millones de años). Esto significa que hay 120 millones de personas
que sitúan en Big Bang unos 2.500 años después de que babilonios y sumerios
aprendieran a fermentar la cerveza. Si aceptamos las encuestas, casi 230
millones de americanos creen que un libro que no evidencia unidad de estilo o
coherencia interna alguna fue escrito por una deidad omnisciente, omnipotente y
omnipresente”.
Probablemente el sagaz
cazador de falacias que anida ya en vuestro interior, se preguntará si el
paralelismo que se pretende establecer es correcto; es decir, si es razonable
afirmar que creer en lo reyes Magos es como creer en Dios. A lo que podemos
convenir que, efectivamente, no es lo mismo; sin embargo, en tanto
epistemólogos que sois, debéis indagar sobre el fundamento y el carácter
probatorio de las creencias que nos sostienen en nuestra vivencia del mundo, ya
que en términos objetivos, las pruebas de aquellos que creen probar la
existencia de Dios, no tienen más solidez que estas fantasías infantiles.
La cuestión es cómo hacemos
revisión de esas creencias en nuestro proceso de socialización, en un mundo
social atravesado por la virtualidad, y por un sistema de enseñanza que en
nuestro país, se afana en mantener la religión como asignatura de oferta
obligatoria en el programa oficial de enseñanza.
Al margen de las razones
históricas e ideológicas de este enclave formativo, y sin vulnerar el respeto
al artículo 18 de la Declaración
universal de los derechos humanos en el que se enfatiza que: “Toda persona
tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este
derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la
libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente,
tanto en público como en privado, “por la enseñanza”, la práctica, el culto y
la observancia”. No es ocioso preguntarse de qué modo de adultos superamos ese
aprendizaje infantil.
Permítase el siguiente
ejemplo. Estos días, paseando entre los anaqueles de las librerías, me
sorprendió ver entre las lista de los libros de “no ficción” más vendidos en
nuestro país, el último libro de la trilogía escrita por el Papa Benedicto XVI
sobre la figura de Jesús de Nazaret, titulado La Infancia de Jesús. En esta obra se aportan “datos” sobre el
nacimiento virginal de Jesús, señalando que "no es un mito, sino una
verdad". Todos recordareis que se armó “el belén” con el tema del buey y
el asno en el pesebre, pero esto no dejaría de ser anecdótico si no fuera por
el carácter pretendidamente probatorio del citado texto, en el que el Pontífice
también se muestra convencido de que Jesús, además de un nacimiento a partir de
un parto virginal, fue concebido por
obra y gracia del Espíritu Santo.
Sacad vosotros las
conclusiones que convengan que serán debatidas en su momento, pero no dejéis
para mañana la película que os he recomendado para empezar nuestro segundo
trimestre: La herencia del viento (1960). Os animo a
ver este interesante trabajo Stanley Kramer, basada en uno de los casos más
espectaculares de la jurisdisprudencia estadounidense, conocido como el Caso de
Scopes o más vulgarmente como “el juicio del mono”.
Como conclusión, quizá es
buen momento para desearos un feliz año de experiencias y aprendizajes
creativos, y recordar una cita de Samuel Butler cuando decía: “Una
mente crédula encuentra el mayor deleite en creer cosas extrañas y, cuanto más
extrañas son, más fácil le resulta creerlas; pero nunca toma en consideración
las que son sencillas y posibles, porque todo el mundo puede creerlas”.
Nos vemos en el aula.
¡Feliz día de reyes Magos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario