domingo, 6 de enero de 2013

La Herencia el viento y los reyes Magos


 La Herencia el viento y los reyes Magos
Hoy 6 de enero, día festivo marcado en el calendario de nuestras tradiciones como el día de los reyes Magos de Oriente, es probable que algunos de vosotros añore el tiempo mágico de vuestra niñez, cuando con ilusión y expectación renovada, año tras año, acudíais al encuentro del milagro de esas “reales presencias sobrenaturales”, representada en la figura de los “reyes Magos”. Un ritual en el que no estabais solos, pues en él, participaban vuestros familiares y amigos, con sus preguntas, admoniciones y narraciones varias sobre ese extraordinario ritual.
 En un día así, de fantástica presencia, enfatizada por los medios de comunicación, recuerdo que en una ocasión en clase, salió el tema sobre la conveniencia o no de fomentar la creencia en los reyes Magos o en Papa Noel en las criaturas. Aunque esto es algo que dejo a vuestra consideración, es un tema sobre el que, de vez en cuando, deberíamos considerar en sus implicaciones; es decir ¿por qué enseñamos deliberadamente a creer en la existencia de seres de los que no hay pruebas de su existencia? Podríamos argumentar que, en el caso de los más pequeños, es una forma de fomentar la ilusión y la imaginación, pues ya de adultos aprenderán a diferenciar la ficción de la realidad. Sin embargo la estadística es tozuda y, a veces, nos arroja datos que deben movernos a reflexionar igualmente.
 Por ejemplo, en su obra El fin de la fe (2007), el neurocientífico y filósofo estadounidense Sam Harris, aporta los siguientes datos: “Según la agencia Gallup, el 35 por ciento de los norteamericanos cree que la Biblia es la palabra literal e infalible del Creador del Universo. Un 48 por ciento cree que es la palabra “inspirada” por Dios, igualmente infalible, aunque algunos de sus pasajes deban interpretarse de forma simbólica para que su verdad se haga pública. Sólo el 17 por ciento dudamos de que existiera una personificación de Dios que, en su infinita sabiduría, se molestó en redactar este texto, o que, ya puestos, crease la Tierra con sus 250.000 especies de escarabajos. Un 46 por ciento de los norteamericanos dan por válida una visión literal de la creación (el 40 por ciento creen que Dios ha guiado la creación a lo largo de millones de años). Esto significa que hay 120 millones de personas que sitúan en Big Bang unos 2.500 años después de que babilonios y sumerios aprendieran a fermentar la cerveza. Si aceptamos las encuestas, casi 230 millones de americanos creen que un libro que no evidencia unidad de estilo o coherencia interna alguna fue escrito por una deidad omnisciente, omnipotente y omnipresente”.
 Probablemente el sagaz cazador de falacias que anida ya en vuestro interior, se preguntará si el paralelismo que se pretende establecer es correcto; es decir, si es razonable afirmar que creer en lo reyes Magos es como creer en Dios. A lo que podemos convenir que, efectivamente, no es lo mismo; sin embargo, en tanto epistemólogos que sois, debéis indagar sobre el fundamento y el carácter probatorio de las creencias que nos sostienen en nuestra vivencia del mundo, ya que en términos objetivos, las pruebas de aquellos que creen probar la existencia de Dios, no tienen más solidez que estas fantasías infantiles.
La cuestión es cómo hacemos revisión de esas creencias en nuestro proceso de socialización, en un mundo social atravesado por la virtualidad, y por un sistema de enseñanza que en nuestro país, se afana en mantener la religión como asignatura de oferta obligatoria en el programa oficial de enseñanza.
Al margen de las razones históricas e ideológicas de este enclave formativo, y sin vulnerar el respeto al artículo 18 de la Declaración universal de los derechos humanos en el que se enfatiza que: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, “por la enseñanza”, la práctica, el culto y la observancia”. No es ocioso preguntarse de qué modo de adultos superamos ese aprendizaje infantil.
 Permítase el siguiente ejemplo. Estos días, paseando entre los anaqueles de las librerías, me sorprendió ver entre las lista de los libros de “no ficción” más vendidos en nuestro país, el último libro de la trilogía escrita por el Papa Benedicto XVI sobre la figura de Jesús de Nazaret, titulado La Infancia de Jesús. En esta obra se aportan “datos” sobre el nacimiento virginal de Jesús, señalando que "no es un mito, sino una verdad". Todos recordareis que se armó “el belén” con el tema del buey y el asno en el pesebre, pero esto no dejaría de ser anecdótico si no fuera por el carácter pretendidamente probatorio del citado texto, en el que el Pontífice también se muestra convencido de que Jesús, además de un nacimiento a partir de un parto virginal,  fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
 Sacad vosotros las conclusiones que convengan que serán debatidas en su momento, pero no dejéis para mañana la película que os he recomendado para empezar nuestro segundo trimestre: La  herencia del viento (1960). Os animo a ver este interesante trabajo Stanley Kramer, basada en uno de los casos más espectaculares de la jurisdisprudencia estadounidense, conocido como el Caso de Scopes o más vulgarmente como “el juicio del mono”.
 Como conclusión, quizá es buen momento para desearos un feliz año de experiencias y aprendizajes creativos, y recordar una cita de Samuel Butler cuando decía: “Una mente crédula encuentra el mayor deleite en creer cosas extrañas y, cuanto más extrañas son, más fácil le resulta creerlas; pero nunca toma en consideración las que son sencillas y posibles, porque todo el mundo puede creerlas”.
Nos vemos en el aula. ¡Feliz día de reyes Magos!

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