lunes, 7 de enero de 2013

Enseñar a pensar...



 ¿Debe la educación potenciar fundamentalmente la razón?

La suposición de que lo racional es estar bien informado es uno de los problemas de nuestra época, en la que se considera que tener acceso a mucha información va a desarrollar la razón. La información es útil precisamente para quien tiene una razón desarrollada. No es lo mismo (…) información que conocimiento. Yo creo que hay una distinción importante entre ambos conceptos. El conocimiento es reflexión sobre la información, es capacidad de discernimiento y de discriminación respecto a la información que se tiene, es capacidad de jerarquizar, de ordenar, de maximizar, etc., la información que se recibe. Y esa capacidad no se recibe como información. Es decir, todo es información menos el conocimiento que nos permite aprovechar la información. La educación no puede ser simplemente transmisión de información, entre otras razones porque la información es tan amplia, cambia tanto, existen tantas formas de acceder a ella, y cada vez más, de una manera on-line, permanente, que sería absurdo que la función educativa fuera simplemente transmitir contenidos informativos. Lo que hace falta es transmitir pautas de comportamiento que permitan utilizar y rentabilizar al máximo la información que se posee. Ése es uno de los puntos fuertes del planteamiento de la educación en general y de cualquier asignatura en particular.

Fernando Savater

Potenciar la razón. Fragmento de la conferencia pronunciada el 1 de diciembre de 1998 (Ver el texto completo en el siguiente enlace:

http://www.nonopp.com/ar/filos_educ/00/educa4.htm



¿Son las ideas un tipo especial de creencias?

Las creencias constituyen la base de nuestra vida, el terreno sobre que acontece. Porque ellas nos ponen delante lo que para nosotros es la realidad misma. Toda nuestra conducta, incluso la intelectual, depende de cuál sea el sistema de nuestras creencias auténticas. En ellas "vivimos, nos movemos y somos". Por lo mismo, no solemos tener conciencia expresa de ellas, no las pensamos, sino que actúan latentes, como implicaciones de cuanto expresamente hacemos o pensamos. Cuando creemos de verdad en una cosa no tenemos la "idea" de esa cosa, sino que simplemente "contamos con ella".
En cambio, las ideas, es decir, los pensamientos que tenemos sobre las cosas, sean originales o recibidos, no poseen en nuestra vida valor de realidad. Actúan en ella precisamente como pensamientos nuestros y sólo como tales. Esto significa que toda nuestra "vida intelectual" es secundaria a nuestra vida real o auténtica y representa a ésta sólo una dimensión virtual o imaginaria.
José Ortega y Gasset, Ideas y creencias.

¿Puede la razón regular lo virtuoso con respecto a lo vicioso?

Hablo aquí de la virtud moral; porque ella es la que concierne a las pasiones y a los actos del hombre, y en nuestros actos y en nuestras pasiones es donde se dan, ya el exceso, ya el defecto, ya el justo medio. Así, por ejemplo, en los sentimientos de miedo y de audacia, de deseo y de aversión, de cólera y de compasión, en una palabra, en los sentimientos de placer y dolor se dan el más y el menos; y ninguno de estos sentimientos opuestos son buenos. Pero saber ponerlos a prueba como conviene, según las circunstancias, según las cosas, según las personas, según la causa, y saber conservar en ellas la verdadera medida, este es el medio, esta es la perfección que sólo se encuentra en la virtud. 
     Con los actos sucede absolutamente lo mismo que con las pasiones: pueden pecar por exceso o por defecto, o encontrar un justo medio. Ahora bien, la virtud se manifiesta en las pasiones y en los actos; y para las pasiones y los actos el exceso en más es una falta; el exceso en menos es igualmente reprensible; el medio únicamente es digno de alabanza, porque él sólo está en la exacta y debida medida; y estas dos condiciones constituyen el privilegio de la virtud. Y así, la virtud es una especie de medio, puesto que el medio es el fin que ella busca sin cesar.      Además, puede uno conducirse mal de mil maneras diferentes; porque el mal pertenece a lo infinito, como oportunamente lo han representado los pitagóricos; pero el bien pertenece a lo finito, puesto que no puede uno conducirse bien sino de una sola manera. He aquí cómo el mal es tan fácil y el bien, por lo contrario, tan difícil; porque, en efecto, es fácil no lograr una cosa, y difícil conseguirla. He aquí también, por qué el exceso y el defecto pertenecen juntos al vicio; mientras que sólo el medio pertenece a la virtud:  "Es uno bueno por un sólo camino; malo, por mil."        Por lo tanto, la virtud es un hábito, una cualidad que depende de nuestra voluntad, consistiendo en este medio que hace relación a nosotros, y que está regulado por la razón en la forma que lo regularía el hombre verdaderamente sabio. La virtud es un medio entre dos vicios, que pecan, uno por exceso, otro por defecto; y como los vicios consisten en que los unos traspasan la medida que es preciso guardar, y los otros permanecen por bajo de esta medida, ya respecto de nuestras acciones, ya respecto de nuestros sentimientos, la virtud consiste, por lo contrario, en encontrar el medio para los unos y para los otros, y mantenerse en él dándole la preferencia.       He aquí por qué la virtud, tomada en su esencia y bajo el punto de vista de la definición que expresa lo que ella es, debe mirársela como un medio. Pero con relación a la perfección y al bien, la virtud es un extremo y una cúspide. 
"la fe platónica en las ideas trascendentes salvó a Grecia del solus ipse en que la hubiera encerrado la sofística. La razón humana es pensamiento genérico. Quien razona afirma la existencia de su prójimo, la necesidad del diálogo, la posible comunicación mental entre los hombres"
¿Existen distintos campos de verdad?

 Aristóteles, Moral a Nicómaco, Libro Segundo, VI

¿Se puede combatir el solipsismo?

Antonio Machado. Juan de Mairena, XV, 1936.



Buscar la verdad por medio del examen racional de nuestros conocimientos consiste en intentar aproximar­nos más a lo real: ser racionalmente veraces debería equi­valer a llegar a ser lo más realistas posible. Pero no todas las verdades son del mismo género porque la realidad abarca dimensiones muy diversas… Las ciudades medievales solían te­ner en sus afueras una explanada llamada «campo de la verdad» donde se libraban los combates que dirimían agravios y litigios: se suponía que el ganador de la riña estaba en posesión de la verdad de acuerdo con el vere­dicto de la ordalía o juicio de Dios. Pues bien, una de las primeras misiones de la razón es delimitar los diversos campos de la verdad que se reparten la realidad de la que formamos parte. Consideremos por ejemplo el sol: de él podemos decir que es una estrella de mediana magnitud, un dios o el rey del firmamento. Cada una de estas afir­maciones responde a un campo distinto de verdad, la as­tronomía en el primer caso, la mitología en el segundo o la expresión poética en el tercero. Cada una en su cam­po, las tres afirmaciones sobre el sol son razonablemente verdaderas pero el engaño o ilusión proviene de mezclar los campos (dando la respuesta propia para un campo en otro campo distinto) o, aún peor, no distinguir los campos, creer que no hay más que un solo campo para todo tipo de verdades. Hace tiempo escuché a un catedrático de física explicar con la mejor voluntad divulgadora a unos periodistas la compleja teoría del big bang como origen físico del universo. Impaciente, uno de ellos le interrumpió: «De acuerdo, muy bien, pero... ¿existe o no existe el Dios creador?». He aquí un caso flagrante de confusión entre campos de verdad distintos, porque Dios no es un principio físico.

Las preguntas de la vida. Fernando Savater

¿La Verdad puede ser individual?
 “Tu verdad, no: la Verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.” Antonio Machado

¿La fe es racional o irracional?

La Moral, en cuanto que está fundada sobre el concepto del  hombre como un ser libre que por el hecho mismo de ser libre se  liga él mismo por su Razón a leyes incondicionadas, no necesita ni  de la idea de otro ser por encima del hombre para conocer el deber  propio, ni de otro motivo impulsor que la ley misma para  observarlo. Al menos es propia culpa del hombre si en él se  encuentra una necesidad semejante, a la que además no se puede  poner remedio mediante ninguna otra cosa; porque lo que no  procede de él mismo y de su libertad no da ninguna reparación  para la deficiencia de su moralidad.-Así pues, la Moral por causa  de ella misma (tanto objetivamente, por lo que toca al querer, como  subjetivamente, por lo que toca al poder) no necesita en modo  alguno de la Religión, sino que se basta a sí misma en virtud de la  Razón pura práctica.-En efecto, puesto que sus leyes obligan por la  mera forma de la legalidad universal de las máximas que han de  tomarse según ella -como condición suprema (incondicionada ella  misma) de todos los fines-, la Moral no necesita de ningún  fundamento material de determinación del libre albedrío, esto es:  de ningún fin, ni para reconocer qué es debido, ni para empujar a  que ese deber se cumpla; sino que puede y debe, cuando se trata del deber, hacer abstracción de todos los fines. Así, por ejemplo,  para saber si yo debo (o también si puedo) ser veraz ante la justicia  en mi testimonio o ser leal en caso de que me sea pedido un bien  ajeno confiado a mí, no es necesaria la búsqueda de un fin que yo  pudiese tal vez conseguir con mi declaración, pues es igual que  sea de un tipo o de otro; antes bien aquel que, siéndole pedida  legítimamente su declaración, aún encuentra necesario buscar  algún fin, es ya en eso un indigno.

Emmanuel Kant
La Religión Dentro de los límites de la mera Razón
Prólogo a la primera edición, del año 1793

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