La muerte no singifica la nada, el olvido, la desaparición. Es más, con la muerte (de otro, por supuesto) la gente comienza a apreciar esa individualidad de los seres humanos, la que nos distingue, la que nos hace inigualables, tanto en lo positivo como en lo negativo. Esto nos lleva a pensar, pero a pensar en el antónimo. Ser conscientes de que la muerte acecha en cualquier esquina alimenta nuestra inquietud, pero también el hecho de avanzar sabiendo que no lo haces en vano y que no tienes nada que perder, porque la vida no se pierde ni se quita, ya que morir no significa estar muerto.
Es también un fundamento que iguala a las personas, que llega por igual, de forma que se puede posponer, pero no evitar. La mayor parte de la población vive con el espejismo de una vida sin final, de una vida en la que el ocaso es eludible. Los epicúreos decían: "no hay que temer a la muerte, pues cuando estamos vivos no llega, y cuando llega ya no estamos vivos para ser conscientes de que ha llegado". Y analizando esta idea debemos darnos cuenta de que muchas veces es innecesario centrar nustras preocupaciones en la muerte, en su cuándo y en su cómo, ya que su por qué es desconocido. Gran parte de este miedo lo genera la propia sociedad, que invita a tener miedo y que obliga a tenerle miedo a la muerte, cuando esta lo que hace es darle sentido a la vida y demostrar que es unica e irrepetible.
El evento de la muerte es, por tanto, la culminación de la vida, y la vida es, entonces, un obstáculo para la muerte.
José Vilas, 1ºBI-Letras.
El título es tan sugerente como su desarrollo reflexivo.
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