Salvar a la ciudad
Víctor Gómez Pin
El País. 24 de agosto de 2013
Miles de filósofos se han reunido a
principios de agosto en la capital griega con motivo del XXIII Congreso Mundial
de Filosofía, cuya anterior edición, cinco años atrás, tuvo lugar en Seúl, una
de las ciudades faro del sistema económico mundial. Retorno pues de la
filosofía a una Atenas sumergida en la penuria y la desmoralización, lo cual no
hace sino resaltar el mérito de los organizadores de la Universidad de Atenas,
confrontados, como lo estamos nosotros, a la brutal ruptura que supone
sustituir el ideario de la paideia,la educación fertilizadora de
las facultades que hacen la riqueza esencial de los humanos, por el imperativo
de la instrucción, compendio de reglas y técnicas que faciliten la inserción en
un mundo cuyos valores son asumidos sin previa sumisión a criterio.
En el congreso de Atenas reaparecieron
cuestiones que animaban ya a los clásicos, y alguna sesión tuvo lugar en el
propio marco de la Academia platónica y del Liceo aristotélico. Cuestiones para
cuyo abordaje se requiere una disposición de ánimo que busca menos respuestas
definitivas que nuevas formas de interrogar, ahora sustentadas en disciplinas
de las que la filosofía no es nunca disociable. Así la más rigurosa filología,
la física cuántica o la genética, aportaban savia fresca a problemas que han obsesionado
desde Aristóteles a Einstein, entre ellos el de la realidad objetiva del mundo,
o la eterna cuestión del ser del hombre. La numerosa presencia de filósofos no
europeos, permitía a veces el enfoque desde muy diversos horizontes culturales,
dando así testimonio de que la exigencia filosófica constituye un auténtico
universal antropológico. En una sesión especial, Jürgen Habermas se veía sobre
todo obligado a responder a preguntas relativas a las desventuras europeas en
relación a Grecia. Y es que, efectivamente, esta vez el lugar dónde se
celebraba el congreso pesaba casi tanto como los contenidos del mismo.
La filosofía, tal como suele entenderse,
nace en Grecia en base a una concepción antropológica que Aristóteles sintetiza
desde el arranque mismo de su Metafísica: entre las facultades
animales, aquellas que habilitan para la técnica, el arte y el razonamiento,
constituyen el rasgo más claramente específico del animal humano, y en razón de
ello “todos los humanos se hallan naturalmente inclinados al saber”. Corolario
inmediato es que un orden social que no posibilite el despliegue de nuestra
potencia de intelección y simbolización nos está mutilando en lo esencial.
Pero el propio
Aristóteles sostenía asimismo que manifestaciones del espíritu como la
filosofía, la tragedia o las matemáticas, precisamente por ser expresión mayor
de que se ha superado la genérica necesidad animal para afrontar lo
especificamente humano, brotan mayormente “en los lugares dónde algunos hombres
empiezan a gozar de libertad”. De ahí que el objetivo filosófico-científico de
“salvar los fenómenos”, de conferir a lo que la naturaleza muestra un soporte explicativo,
fuera indisociable del proyecto de “salvar la ciudad”, salvar el marco de
existencia cabalmente humana de la subordinación a intereses particulares,
posibilitando así que todo ciudadano pudiera sentirse concernido por aquello
que sólo la comunidad política posibilita, en primer lugar las actividades del
espíritu, empezando por la representación trágica. De ahí asimismo que la
reivindicación de la disposición filosófica pueda sonar a sarcasmo en la actual
Grecia de la penuria educativa o sanitaria, el abismo del paro y el retorno de
enfermedades que se creían abolidas. Pero precisamente tal situación, en Grecia
como en España, hace imperativa la interrogación: ¿está el ser humano reducido
a considerar que sobrevivir ya es mucho, oscilando entre un trabajo
generalmente embrutecedor, el miedo a perderlo y el consuelo (o desconsuelo)
por lo aleatorio de un resultado deportivo?
Cabe recordar que se ha filosofado en
campos de concentración, como se ha hecho música y se han resuelto teoremas.
Quiero con ello indicar que la tarea filosófica está siempre al alcance de la
mano. Pues una cosa es la vana esperanza de que el pensamiento nos hará reyes
pese a las cadenas, y otra muy diferente la tensión por mantener vivo el
pensamiento, y en general las facultades que singularizan al humano,
precisamente para que las cadenas sigan resultando insoportables. Ahí está el
asunto: la filosofía es una guerra contra la estulticia, porque la estulticia
hace soportable lo que es contrario a la dignidad humana. Por eso la actividad
filosófica, teórica por excelencia, es ya en si misma una praxis.
La filosofía, que otorga unidad focal de
significación a disciplinas que van de la matemática al canto trágico, ha sido
designada como ciencia... buscada, tan intrínsecamente buscada como lo es la
libertad, hasta el extremo que renunciar a la una equivale posiblemente a
renunciar a la otra. Pues, como la filosofía, la libertad no se alcanza en lo
instantáneo de “un pistoletazo”, sino en la continuidad de una permanente
creación. De alguna manera la lucha por la libertad confiere ya libertad, como
la lucha por alcanzar la intelección matemática hace ya al ser humano
matemático, y en general la lucha por reducir la resistencia del símbolo,
matemático o artístico, recrea la condición de ser simbólico, es decir de ser
propiamente humano.
Víctor Gómez Pin es catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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