viernes, 4 de julio de 2014

Emociones y razones


    Hoy os recomiendo un artículo del pensador y profesor de economía Félix Ovejero sobre el papel que  juegan las emociones en la legitimación de los derechos. Como ya sabéis últimamente el debate político en  nuestro país está en gran parte monopolizado por argumentaciones falaces de superación de la crisis, como la deriva nacionalista y el pretendido derecho a decidir, que encuentra su justificación en el principio último del deseo (“es que lo quiero”)

Veamos el comienzo:
 La apelación nacionalista a los sentimientos es constitutiva. Sucede con ideas fundamentales, como identidad (“yo me siento más catalán que español”), y también con otras más circunstanciales, como desafección (“no nos sentimos queridos”). Un uso peculiar del lenguaje. Querer a pueblos enteros me parece una desmesura para la que me reconozco incapaz. Tampoco lo demando. Resignadamente, sólo aspiro a que me quieran mi pareja y algún amigo. De mis conciudadanos espero que defiendan mis derechos y consideren mis opiniones. Por otra parte, para lo que importa, yo soy catalán, español, europeo y, puestos a precisar, terrícola. No estoy orgulloso de tales títulos que no he hecho nada para merecer. Por lo mismo, no le doy mayores vueltas a la idea de sentirme catalán, español, europeo o terrícola. Si mi vecino me dice que se siente americano o marciano, me parece raro, pero no le concedo a su sentimiento relevancia política, por más que no deje de preguntarme qué sentirá exactamente. Me empiezo a preocupar cuando quiere levantar fronteras a partir de tales extravagancias. No me gusta que los sentimientos de algunos decidan la ciudadanía de otros. Por ejemplo, no contemplo que los españoles, sintiéndonos explotados por —y distintos de— los gallegos, pudiéramos votar su expulsión.

Así critica que el sentimiento actúe como principio último de práctica política, cuestionando el hecho de que se le atribuya calidad a la emoción:
Resulta valiosa por sí misma y no necesita justificación ulterior. La argumentación se apuntala en tres premisas: la primera sirve para liberarse de responsabilidad (“yo lo siento así”, “son mis sentimientos”); la segunda, para evitar la discusión (“son emociones, no razones”); la tercera, para imponer silencio sobre las emociones (“se han de respetar mis sentimientos”). De ahí, con cierta naturalidad, concluye: “No cabe pedirme explicaciones de aquello que rige mi conducta”. En esas condiciones, a los demás no nos queda otra que entender, comprender y, de facto, someternos a las emociones.
Argumentar de este modo no satisface las exigencias de racionalidad pues precisa una base empírica que proporcione realismo a dicho afecto, al tiempo que debemos estar en condiciones de valorar su contenido, pues no todas las emociones merecen ser respetadas. Reconocer que las emociones son ciertas no quiere decir que sean indiscutibles. Ese es nuestro reto y nuestra obligación.

Podéis leer el artículo completo en el siguiente enlace.

No hay comentarios:

Publicar un comentario