Todos hemos pasado a lo largo de nuestra vida por situaciones en las que,
sin haber premeditado, hemos tenido que actuar.
Cuando hacemos algo así, hay un alto riesgo de que nos dejemos llevar por
nuestras emociones, sentidos y percepciones. Después, cuando lo analizamos
podemos ver que lo hemos hecho mal y nos arrepentimos o que simplemente, estas
conforme con la decisión tomada.
Aunque el resultado haya sido el segundo y te sientas orgullosa, suele
haber alguien a tu alrededor que no está de acuerdo.
En estos casos, si se discuten los hechos se puede entrar en una monotonía de
“Yo lo hice de este porque así lo sentí en ese momento”, “Tú no estabas allí”, y
obteniendo una respuesta de “No puedes hacer siempre lo que te parezca en ese
momento”.
Lo cual nos lleva a reflexionar acerca de: ¿Se pueden justificar tus actos
porque tu lo sientas correctos? ¿Cómo de objetivas pueden llegar a ser las
opiniones?
No hace falta decir que cada uno tiene una percepción de la vida diferente
y por esa razón, nos comportamos de formas diferentes pero vivimos en sociedad,
por lo que las pautas individuales no pueden ser tomadas como pautas generales.
Cada día almacenamos tanta energía sobre todos los
ámbitos que es prácticamente no tener una idea preconcebida pero de esa
información hay que separar lo que puede ayudarnos y lo que no puede hacer otra
cosa además de nublarnos la mente y dar otra apariencia de las cuestiones, que
sería la ventaja que tendrían los demás a la hora de actuar y reflexionar, ya que serían más objetivos.
Cristina Fernández Sande 1º BI
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