20 de noviembre de 2014
«No hay filosofía verdadera sin diálogo y, en un mundo globalizado, ese diálogo debe abarcar las diversas sabidurías que influyeron en los pueblos a lo largo de la historia y que no siempre están bastante presentes ni documentadas en los manuales clásicos.»
Irina Bokova, Directora General de la UNESCO
Porque seguimos ahí, os propongo un artículo para seguir pensando filosóficamente, ¿por qué no?
Los
dioses castigan tanto a Prometeo como Adán por curiosear más de la cuenta; por
su pretensión de romper el monopolio divino del conocimiento y repartirlo entre
los mortales. Para nuestros teóricos de Internet, la Red sería hoy su
reencarnación: el nuevo héroe que rompe el monopolio institucional de la
información para distribuirlo entre los usuarios de Google.
El exceso de
información de Internet tiende a generar confusión
El término red -o en red- ha venido asociándose desde entonces a una libre y masiva difusión de los saberes.
El término red -o en red- ha venido asociándose desde entonces a una libre y masiva difusión de los saberes.
Frente a su tradicional distribución jerárquica y
parsimoniosa, estos saberes se estarían haciendo hoy inmediatamente,
democráticamente accesibles a todos.
Pero no nos
precipitemos: mejor quizá demorarnos por un momento en las palabras mismas y su
aura. Nietzsche decía que "las palabras son metáforas que hemos olvidado
que lo eran". Ahora bien, si dejamos que las palabras repercutan en
nosotros, que nos golpeen con toda la carga de su origen, pronto descubrimos
que la palabra red evoca un universo de asociaciones muy distinto,
opuesto incluso al anterior.
Entonces la
palabra red no nos sugiere algo que difunde sino algo que más
bien retiene; no nos suena tanto a acumulador o difusor como a filtro o
malla que captura ciertos elementos (peces o datos) y permite a otros pasar. Y
lo decisivo es entonces la trama más o menos tupida de nuestra red; de una red
que nos permita atrapar todos -y sólo- los datos o informaciones relevantes
para el caso que nos ocupa.
¿Y no será
-me pregunto ahora- que en el saber, como en el pescar, lo importante es la
correspondencia entre el tupido de la red y el tamaño de la presa a capturar?
Una cuestión de ajuste, de encaje, adecuación, acomodo o como quiera
llamársele. En todo caso, no una cuestión de pura cantidad o intensidad. Y así
son al cabo -pienso aún- todas las operaciones delicadas, sean de la naturaleza
que sean: sea el Faeton de Ovidio siempre en peligro de ser víctima del
"calentamiento global", sea la observación microscópica de
Heisenberg, que, como la mirada del Basilisco, puede distorsionar o incluso
matar lo observado, sea la candela que, según dicen los mexicanos, no hay que
colocar "ni tan cerca que queme al santo ni tan lejos que no le
alumbre".
Esta
cuestión de acomodo o proporción ha sido abordada por Manuel Castells, pero
parecen olvidarla en gran número de estudios sobre la Sociedad de la
Información. Y ello contra toda evidencia de que la pura acumulación degenera a
menudo en atasco; de que pocas veces, si alguna, lo máximo resulta ser lo
óptimo.
La máxima
información, en efecto, tiende a generar confusión: Aranguren fue mi mejor
maestro precisamente porque me señaló los textos y libros que no era necesario
leer (Wikipedia, por el contrario, me ofrece demasiados). El continuo
flujo de moribundos en pateras nos escandaliza, ciertamente, pero a menudo nos
coarta y paraliza toda respuesta personal frente a algo que parece rebasarnos.
La competencia rápida y fácilmente adquirida -el pollito que sale del huevo y
ya anda- es propio de especies inferiores que no alcanzan "adolescer"
de una larga adolescencia. El crecimiento desmesurado y sin control de una
célula es lo que los médicos llaman metástasis o cáncer.
Y así en
todo: incluso en la memoria más gigas de la cuenta, como la del pobre
Funes borgiano incapaz de olvidar nada, ahíto de bites, atontado. Como les
ocurre a menudo a nuestros ordenadores, Funes había perdido aquella
"capacidad de olvido" ensalzada por Rousseau: "Aquel defecto de
memoria que nos deja en el feliz estado de tener la suficiente para que todo
nos sea comprensible pero carecer lo bastante de ella para que todo nos
aparezca como nuevo".
Kant
advirtió ya que la pura información sin criterio alguno de selección es ciega.
Bacon y Popper añadieron que la naturaleza es muda mientras no
aprendemos a hacerla hablar con preguntas a la vez pertinentes e intencionadas
(crueles incluso, según Bacon, que comparaba el laboratorio moderno al torno
con el que el Gran Inquisidor hacía "cantar" al hereje -un hereje que
hoy sería el ADN o los agujeros negros-).
Norbert
Wiener fue más preciso todavía: "Existe un techo al número de variables o
de informaciones con las que podemos operar y que sabemos manejar
operativamente". Un techo del que era bien consciente un veterano
político, sobrado y lenguaraz, que me aconsejaba en el Parlamento la siguiente
estrategia informativa para con los miembros de la oposición: "Si no
puedes darles menos información de la que necesitan, dales más de
la que pueden asimilar: colápsalos".
Ciegos,
mudos, colapsados: así es, en efecto, como puede dejarnos una eufórica
utilización de la Red que olvide su parentesco lógico y etimológico con la red
del pescador.
Xavier
Rubert de Ventós es
filósofo.
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