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su blog: El
laberinto de la identidad (domingo, 7 de diciembre de 2014)
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Fernando Broncano. Filósofo |
"Entiéndanme, ser o no ser racionalista no tiene nada
que ver con la razón ni con la racionalidad. La razón es básicamente un
problema para médicos, psicólogos y psiquiatras. Es una capacidad humana para
detectar y responder a razones o con razones. La racionalidad es el ejercicio
de la razón en nuestras vidas, y particularmente en la interacción con otros.
La razón es más o menos una cuestión de hecho, de cómo están organizados
nuestros sistemas perceptivos, cognitivos y afectivos, y cómo se movilizan para
formar juicios, decisiones o llevar a cabo acciones. La racionalidad es un
término de valor, de alabanza, como cuando decimos, "míralo, a sus casi
ochenta años y corre una media maratón sin despeinarse". La racionalidad
es un término con el que valoramos el uso de la razón por parte de los otros
(la irracionalidad, como la ideología, como el mal aliento, es algo que siempre
se dice de los otros).
Ser racional o irracional tiene que ver, pero no
mucho, con la razón. "Racional" e "irracional" son adjetivos, uno de logro, el otro de fracaso,
de aplicación difícil. Ser racional depende de circunstancias internas, de cómo
se articulan las razones, de cuán lúcido uno sea acerca de sus propios planes,
deseos, objetivos y fines, de si uno sufre o no de autoengaño, de la fuerza de
voluntad que se tenga para llevar a cabo lo que se decide, de una gestión
adecuada de las propias pasiones (del miedo sobre todo). Pero también depende
de circunstancias externas, pues a veces el mundo está desorganizado y es
difícil ser racional. Las decisiones que uno considera sabias o adecuadas se
muestran equivocadas o catastróficas, o simplemente las cosas se han puesto tan
duras que no hay solución buena, como cuando tienes que actuar bajo el terror o
la amenaza. Hay veces en las que para poder ser racional hay que cambiar el
mundo previamente. Mientras tanto hay que capear el temporal sabiéndonos bajo
un mal destino (o mala suerte racional, como diría el lúcido filósofo Bernard
Williams).
Ser racional a veces exige razonar. Deliberar o
razonar no tiene que ver demasiado con aplicar la lógica. Es un ponerse a
buscar razones para hacer algo o para saber qué hacer, o simplemente para saber
si los fines que nos proponemos son adecuados. Es una investigación en
ocasiones en el mundo y en ocasiones en nuestro propio interior. Entraña hacer
balance de los hechos, de las normas, de nuestros propios deseos y de nuestros
derechos y deberes. Para los técnicos y científicos entraña a veces hacer
cálculos y para los filósofos o juristas encontrar argumentos adecuados para
convencer o convencerse. Pero no siempre es racional ponerse a deliberar. Puede
que razonar sea la peor opción cuando el tiempo apremia y la ocasión o los
otros exigen una rápida respuesta. Entonces hay que confiar en las propias
disposiciones y en que el carácter y temperamento de uno dé con una salida
aceptable. De hecho en la vida cotidiana apenas razonamos, sólo lo hacemos
cuando la incertidumbre nos obliga y el tiempo lo permite.
Un racionalista no tiene nada que ver con todo
esto. Es un pensador de gatillo rápido
que anda por la vida poniendo etiquetas de "racional" o
"irracional" a todo lo que ve. Como si fuera fácil, como si no
tuviera consecuencias ni produjese daños colaterales. El racionalista es como
el juez de la horca en la pradera, que tarda poco en decidir y es rápido en
poner en práctica su juicio. No se toma el tiempo necesario para comprender al
otro, ni cree que haya que hacerlo pues le bastan los indicios que observa. No
cree que haya que perder horas entrando en el lenguaje o en el silencio del
otro, pues ya sabe de antemano que ese lenguaje es ininteligible o que su
silencio es la prueba de su irracionalidad.
Un racionalista suele ser una persona "de
principios", alguien que considera que ser racional es atenerse a
principios, es decir, a normas de aplicación universal e incondicional. A veces
son principios lógicos como la consistencia o la refutabilidad, a veces
principios prácticos como los imperativos categóricos. Como si la consistencia
no fuese tantas veces el resultado de la falta de imaginación, o como si la
perseverancia contra las evidencias no nos protegiese otras veces contra la
manipulación y desinformación, como si ponerse en el lugar del otro no fuese en
muchas ocasiones el modo de imponerle nuestra propia condición y carácter,
porque el lugar del otro a veces es un lugar que nadie puede ocupar o que no
debe ser ocupado impunemente. Como si los principios nos liberasen de la
prudencia...."
Fernado Broncano, profesor en la Universidad Carlos III.
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