viernes, 20 de febrero de 2015

De vivir a sobrevivir.


        “Enciérrese tras la alambrada de púas a millares de individuos diferentes en edades, estado, origen, lengua, cultura y costumbres, y sean sometidos aquí a un régimen de vida constante, controlable, idéntico para todos y por debajo de todas las necesidades: es cuanto de más riguroso habría podido organizar un estudioso para establecer qué es esencial y qué es accesorio en el comportamiento del animal-hombre frente a la lucha por la vida.
          No creo en la más obvia y fácil deducción: que el hombre es fundamentalmente brutal, egoísta y estúpido tal y como se comporta cuando toda superestructura civil es eliminada, y que el Häftling es un hombre sin inhibiciones. Pienso más bien que, en cuanto a esto, tan sólo se puede concluir que, frente a la necesidad y el malestar físico oprimente, muchas costumbres e instintos sociales son reducidos al silencio”

          El fragmento anterior pertenece a la obra Si esto es un hombre, de Primo Levi. En él se resume el experimento humano y político que constituían los campos de concentración nazis, en los cuales, como se ha dicho en entradas anteriores, se privaba de identidad a los prisioneros, tratando hacerlos iguales a otros, constituyendo una masa homogénea de “personas” a las cuales se les han usurpado sus costumbres, su nombre, su pelo…

En los campos de concentración, los prisioneros dejaban a un lado el concepto de vivir con todo lo que implica, como la dignidad o la justicia, y lo cambiaban por el de sobrevivir. Quedaban denigrados y se los trataba como si fuesen animales, despojándolos de su identidad y obligándolos a olvidarse de las necesidades de los demás y de socializar, para centrarse únicamente en sobrevivir. Ahora bien, una de las preguntas que se me ocurren con todo esto es: ¿Por qué no se revelaban contra los guardias, a sabiendas de que no iban a sobrevivir ni conseguir mejorar sus condiciones?

Una de las respuestas a la pregunta anterior se halla en el fragmento de la obra antes mencionada, puesto que los presos de los campos de concentración estaban tan agotados por todo el trabajo físico realizado a diario y aturdidos por todo lo que allí ocurría que no tenían tiempo ni ganas de pensar en una posible rebelión.


Otra posible respuesta a la cuestión es el hecho de que lo que los mantenía (y lo que nos mantiene a la mayoría de nosotros haciendo cosas que realmente no nos gustan) es la esperanza de que algún día lograrían salvarse y se acabaría todo el sufrimiento.

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