viernes, 2 de octubre de 2015

¿Hay algo más personal que morirse?


 Andrea, es una niña de 12 años que nació con una enfermedad rara y degenerativa. Desde septiembre de 2014, su salud empeorado gravemente, deteriorándose su estado hasta extremos muy dolorosos, en estos momentos está ingresada en el Hospital Clínico de Santiago de Compostela, en una situación difícil, pues todo parece indicar que ha llegado al final de su camino en la vida, una situación muy personal porque no se puede ceder a otro este trance; es decir, cada uno debe morir por sí mismo, por así decirlo.
     No sabemos qué pensamientos anidan en la cabeza de Andrea, pero sí conocemos la determinación de sus padres, que la han cuidado y seguido en su lucha hasta aquí, de no seguir prolongando su agonía, por ello exigen al equipo médico del Hospital que acabe con su sufrimiento, para así tener la oportunidad de despedirse de su hija, quieren que Andrea pueda tener una muerta digna.  Sin embargo la dirección del centro sanitario sólo se compromete a “limitar el esfuerzo terapéutico” pero no está dispuesto a interrumpir la alimentación artificial que la mantiene aún con vida (a pesar de contar con un informe favorable aunque no vinculante de Departamento de Pediatría). Consultada la consejera gallega de Sanidad sobre la decisión de los facultativos, manifestó que había que dejar a los profesionales que fuesen ellos los que tomen las decisiones.
     El pasado mes de julio, el Parlamento gallego aprobó por unanimidad una ley de derechos para enfermos terminales sin eutanasia, en su artículo 3 se establece que “la limitación de la terapia” supone retirar, o no iniciar, tratamientos inútiles para el paciente si solo consiguen prolongarle la vida biológica, pero sin posibilidad de proporcionarle una recuperación funcional con una calidad de vida dignaEsta ley establece el derecho de que toda persona que padezca una enfermedad incurable y se encuentre en estado terminal, puede rechazar todo procedimiento que prolongue innecesariamente su sufrimiento, así, el personal médico tiene el deber de combatir el dolor y el sufrimiento administrándole los cuidados necesarios al paciente, aunque ello le acelere la muerte. En el caso de Andrea, son sus padres quienes deben tomar una decisión al respecto, dada su condición de menor de edad. Pero entonces, ¿dónde está la controversia?
     Independientemente cual sea el resultado, debemos tener en cuenta que la cuestión de la muerte nos concierne absolutamente a todos, por lo que es conveniente estar informado sobre lo que dice la ley y cuáles son nuestros derechos como ciudadanos ya que aspiramos a vivir y morir con dignidad; así que deberíamos preguntarnos: “Cuando yo esté muriendo ¿recibiré un trato humano?”
      La historia de Andrea  nos incita a reflexionar, con conocimiento de causa, no sólo sobre la muerte que queremos para nosotros mismos sino, sobre todo, lo que deseamos para los seres más próximos y queridos cuyo final, quizás, también, dependerá de nosotros.

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