domingo, 12 de noviembre de 2017

¿La era de la posverdad?


      “Hay que saber distinguir entre las noticias falsas y las verdaderas mentiras”

          El humor crítico de El Roto representado en esta viñeta publicaba el día 18 de enero de este año, días antes de que Trump se alzase inesperadamente con la presidencia de una de las mayores potencias del mundo, nos hacía una llamada de atención, en forma de rompecabezas,  sobre el triunfo de la posverdad representada en un candidato a la presidencia, repudiado por su propio partido, pero que supo conectar con una parte importante del electorado, haciendo de la mentira su estrategia política fundamental, sin sonrojo y total impunidad.  Trump demostró al mundo que él no tenía  porque responder ante los hechos sino ante un electorado al que sabía decir lo que quería oír, fuese o no verdad. Y así fue, como las profecías que se cumplen de tanto creerlas, las "noticias falsas" de Trump, consiguieron 278 delegados en el Colegio Electoral norteamericano, frente a las "verdades mentiras" de Clinton que solo obtuvo 281.

         A partir de entonces se ha hablado y escrito mucho sobre la llamada posverdad como sinónimo de la era Trump, para representar el triunfo de un fenómeno, que aunque no es nuevo, ha cobrado unas dimensiones nuevas en el ámbito de lo político en las sociedades democráticas, que no solo preocupa a las élites sino que debe hacernos pensar a todos, sobre lo que sucede cuando estamos dispuestos a renunciar a los hechos, como límites de credibilidad de lo que nos es dado pensar como verdadero o falso.

       El escándalo que provoca la  posverdad es que no se identifica con la mentira simplemente, dado que no oculta los hechos o los deforma hasta hacerlos irreconocibles; el problema es que simplemente los ignora y toma por verdad la apariencia o la opinión sobre los hechos, apelando a emociones o creencias personales; es así que lo que se admite como aceptable, es lo que responde a mis intereses particulares y no a los hechos mismos. No importa si hay hechos, solo las apariencias y la capacidad para transmitir el relato inventado con impunidad, porque en este caso parece que la ficción, en tanto que mentira, no tiene penalización y se legitima porque responde a mis opiniones aunque desafíen la honestidad intelectual de esperar que uno diga la verdad cuando se expresa.

       En política esto es especialmente grave, como hemos visto en el caso del Brexit en Inglaterra que se ganó manipulando datos y divulgando informaciones falsas, o las discursos de Lepen en Francia, dos ejemplos de demagogia, de los que nuestro país no está al margen; por ejemplo cuando oímos repetidamente que España nos roba, los políticos son una casta, no ha aumentado la desigualdad económica, la pobreza infantil no existe, las leyes pueden desobedecerse si uno discrepa de ellas, etc… No importa que haya evidencias de que eso no es objetivo o demostrable, muchos están dispuestos a deshacerse de su capacidad para razonar si creen que les puede beneficiar. 

      El problema, entre otros, sobre los que creo que debemos parar nuestra atención, está en que si la llamada posverdad se instala definitivamente en el discurso público y mediático sin que opongamos resistencia, entonces se acabó la confianza y la credibilidad de una comunidad política y sus instituciones democráticas que tienen por fin, el interés común porque es de todos en tanto ciudadanos. 

    Por lo tanto, es preciso que nos mantengamos alertas y vigilantes ante el menosprecio de los hechos, porque cuando ya no podamos ponernos de acuerdo sobre lo que es importante defender en la espera pública como interés común, nuestros derechos correrán igual suerte.

Mañana lunes debatiremos sobre la era de la posverdad por si alguno está interesado en asistir.


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