A
raíz de las diapositivas presentadas en clase, y por el hecho de que no hace
mucho que tuvo lugar el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las
Víctimas del Holocausto, me gustaría compartir esta historia que me he
encontrado, y que he decidido traducir. De todas formas, dejo ya al principio el enlace original en inglés, por si alguien lo prefiere.
“Vale. Ya que estamos recordando el
Holocausto, voy a contar una historia sobre mi abuelo. Era, en general, un
hombre extraño que trató mal a sus hijos y a su mujer. Y las razones eran
complicadas, y nacieron a partir de su estancia en el ejército. Antes de la
Segunda Guerra Mundial, mi abuelo, que deseaba ser cirujano plástico, se había
graduado en medicina. Era el hijo de un inmigrante italiano que se las había
arreglado para terminar el colegio con su propio dinero, para casarse con una
modelo (mi abuela salió en Vogue, según me han dicho) y lo tenía todo preparado
para una gran vida.
Era
un tanto aislacionista, por lo que me ha contado. No le importaban ni Europa ni
sus problemas, y definitivamente no le importaban los judíos. Típicos
estereotipos, los veía codiciosos y hambrientos por el dinero. No quería ir y
luchar. Luego, Pearl Harbor ocurrió. Acabó siendo médico en el ejército. En
realidad se presentó voluntario. Tan enfadado por los ataques sorpresa… Pensaba
que acabaría en el Pacífico, pero las cosas no fueron así. Sirvió en el norte
de África, y después Italia, antes del Día D (hablaba italiano y alemán, por lo
que era valioso).
Por
supuesto que vio un montón de mierda.
Me habló sobre los hombres que vio morir en el Día D, siendo incapaz de hacer
nada por ellos. Sobre la lenta e inexorable marcha a lo largo de Europa, la
urgencia de acabar con los alemanes. Lo contó de una manera clínica, porque a
él casi ni le importaba. Lo que le importó fue lo que pasó después de que
hubiesen alejado lo suficiente a los alemanes. Verás, mi abuelo fue uno de los
primeros americanos en ver un campo de concentración. Como médico, fue uno de
los primeros en tratar a los supervivientes. Y esto lo destrozó. Quiero que te
imagines a ese hombre, sentado en una silla del sótano de la casa de su hijo
unos cuarenta años más tarde, mirando al vacío mientras le cuenta a su nieto sobre
cómo ha visto a gente morir de hambre y disentería. Sobre intentar
alimentarlos, y matarlos. Para mi abuelo, ese momento fue la guerra entera. El
profundo fracaso de su mundo para salvar a esas personas. Era médico, y no
podía salvarlas. Se enfrentó cara a cara con la industrialización del genocidio
y simplemente quedó destrozado, y permaneció destrozado durante décadas.
Volvió
a casa y tuvo hijos (mi padre era el mayor, nacido en 1948), y nunca se
recuperó de lo que había visto. Se metió en cirujía plástica y tuvo bastante
éxito. Ya no quería a su mujer, o a los hijos que había tenido con ella, o a
nada ni nadie. Nada importaba. La idea de que la gente intentaría decirte que
no fue real lo volvió loco. La idea de que podría pasar otra vez aquí, que
cualquiera podría imitar esos mismos descabellados ideales que desembocaron en
la guerra, que sus propios familiares en Italia, que sus propios primos habían
luchado a favor del fascismo… vivió su vida destrozado por esta razón. No
volvió a casa y lo apartó de sí, porque no podía. Me acuerdo de cuando yo era
pequeño, sentado en el sótano con él, mientras temblada y lloraba y me decía
todas estas cosas que yo no era lo suficientemente mayor para entender. Porque
alguien tenía que saberlas, y su propio hijo lo odiaba.
“Me
lo merezco”
Tenía
los ojos marrones. Los recuerdo, cómo eran.
“Debí
haberlos abandonado hace años”
El
Holocausto fue real. Nunca dejes que nadie te diga lo contrario, o que no te lo
intenten hacer ver como lo que fue. Fue un genocidio contra los judíos, Roma y los
homosexuales. Bergen-Belsen no nació, como las flores, del césped. Empezaron
con leyes restrictivas, retóricas, y de ahí crecieron. El oxígeno que avivó ese
fuego fueron los ojos de aquellos que dieron la espalda.
Esto
fue lo que el hombre me contó. Cómo había alimentado a una pequeña niña judía
solo para volver a su lado y encontrarla muerta. El olor a cuerpos y
desperdicios. “Tan pesado en el aire que podía verlo”. Esto es lo que crece
cuando siembras la flor. Niños muertos. Me contó que fue real. Que era la
muerte industrializada. Que fue llevado hasta el final. Que nosotros… USA…
hicimos nada para pararlo, cuando podíamos haberlo hecho. Que gente como él
habían apoyado darle la espalda a botes llenos de judíos en los años 30. Me
acuerdo de todo lo que puedo por él, porque ya no está.
Ana Calvo, 1ºE
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