El otro día os pedía que elaboraseis una reflexión acerca de qué argumentos podíamos emplear para señalar la singularidad del ser humano con respecto a otras especies. Pues bien, como volveremos a tratar este tema en clase, aprovecho este artículo de Óscar Horta, profesor
de Filosofía Moral y Política en nuestra Universidad de Santiago de Compostela, para plantear de nuevo esta interesante cuestión.
Cada vez más gente entiende que todos los seres humanos deberíamos recibir
pleno respeto. A menudo se asume que esto debería ser así por el simple hecho de que somos
humanos. Pero, en realidad, la mera pertenencia a una determinada
especie es más que nada una clasificación biológica.
No es lo que determina que nos puedan dañar. Lo relevante para esto último es algo mucho más simple: nuestra posibilidad de
sentir y sufrir. A esto es a lo que se llama también sintiencia. La
sintiencia es la capacidad de tener experiencias, que pueden ser positivas,
como el disfrute, o negativas, como el sufrimiento.
Ahora bien, esta capacidad no la poseen exclusivamente
los seres humanos. También la tienen muchísimos otros animales. Sin embargo, se
asume habitualmente que únicamente los seres humanos merecen nuestra
consideración. Como consecuencia, los animales (o, más bien deberíamos decir,
los animales no humanos) son tratados como cosas. Son explotados
diariamente de las formas más terribles. Y se les deja sufrir a su suerte cuando están
en situación de necesidad, sin preocuparnos por darles ayuda.
¿Cómo puede justificarse esta actitud? Muchas veces se afirma que los
animales no merecen consideración porque esta solo ha de darse a quienes poseen unas capacidades intelectuales complejas.
Pero quienes defendemos que se respete plenamente a todos los seres humanos
debemos rechazar este argumento discriminatorio. Los seres humanos con
diversidad funcional intelectual significativa, así como los bebés que sufren
alguna enfermedad terminal, merecen exactamente el mismo respeto que cualquier
otro ser humano, pues pueden sufrir por igual. Asimismo, en otras ocasiones se
afirma que solo hemos de respetar a los seres humanos porque únicamente
sentimos estima por ellos. Pero la estima tampoco es un criterio justo. Una
niña huérfana, sin nadie que la quiera y proteja, necesita y merece el mismo
respeto que otra rodeada de seres queridos.
En contraste, hay un método sencillo para juzgar de forma ecuánime a quién
deberíamos respetar. Entendemos normalmente que la justicia requiere
imparcialidad. Pensemos, pues, en lo siguiente. Supongamos que no supiésemos si
fuéramos a nacer como seres humanos o como animales de otras especies: ¿qué
clase de mundo elegiríamos? Bajo tales condiciones de imparcialidad, si
pensásemos honestamente, seguramente escogeríamos un mundo en el que se respetase a los animales. Esto
indica que la actitud de desconsideración hacia estos no está justificada.
Estas razones han llevado a que cada vez más personas vean tal actitud como
una forma de especismo. Con este término, acuñado ya hace medio siglo, se llama
a la discriminación de quienes no pertenecen a una cierta especie. La idea de
que deberíamos rechazar el especismo es todavía novedosa. Por ello, y porque
cuestiona el provecho que obtenemos del sufrimiento animal, es aún fácil
de ridiculizar. Pero lo que importa no es eso, sino que es también una idea
muy difícil de rebatir. Y ese es el motivo por el cual el rechazo del especismo
y la defensa de los animales han llegado para quedarse.
Óscar Horta es profesor de Filosofía Moral y Política en la Universidade de
Santiago de Compostela y autor del libro ‘Un paso adelante en defensa de los
animales’ (Plaza & Valdés, 2017)
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