Noticia
publicada esta semana: “Extraen semen de un muerto en accidente
para poder inseminar a su compañera”. La primera pregunta que me
viene a la cabeza, sin leer más de la noticia, es si la persona
fallecida tenía o no la voluntad de ser padre. Y si la tenía, si
realmente quería tener descendencia con esa pareja. Creo que la
decisión de tener o no tener descendencia forma parte de los
principios de cada persona desde que empieza a tener uso de razón y
que cualquiera debe ser libre para optar entre tener o no tener
hijos.
Este
es un ejemplo de cómo muchas veces la ciencia va por delante de la
ética y nos obliga a plantear cuestiones que ni los filósofos más
destacados del pasado habrían imaginado. Al seguir leyendo la
noticia vi que, afortunadamente, alguien había pensado este problema
antes, y existe una ley del año 2006 de Técnicas de Reproducción
Humana Asistida en la que se trata la fecundación postmortem.
De acuerdo con esta ley, si existe un documento en el que el
fallecido demuestre su voluntad de procrear, el material reproductivo
le debe ser entregado a la pareja que podrá utilizarlo en los doce
meses siguientes al fallecimiento. Incluso sin existir ese documento
de consentimiento, el hecho de existir preembriones de la pareja
porque ya hubieran iniciado un proceso de reproducción asistida,
presume el consentimiento del fallecido (art. 9 Ley 14/2006). Pero en
el caso de la noticia se trataría de extraer el material genético
del cadáver por voluntad de su pareja. De esta forma, además del
problema ético, podría generarse otro problema relativo a la
herencia del fallecido.
La
legislación de países de nuestro entorno como Alemania, Francia o
Italia, no permite la fecundación postmortem. Y es que, aún
quedando claro que el fallecido quería ser padre, ¿querría también
serlo de un hijo que premeditadamente nacerá huérfano de padre? Y
en cuanto al futuro hijo ¿es legítimo negarle de antemano la
posibilidad de tener un padre durante su formación como persona?
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