Cuando nos
preguntamos si “están las cosas vivas”, nos encontramos, para empezar, con una
contradicción semántica, ya que la polivalente palabra “cosa”, la solemos
utilizar para casi todo, menos para cuando haya que nombrar algo que esté vivo.
Pero no es tan fácil dictaminar qué es la vida.
Para
convencer a un biólogo de que algo es un ser vivo, basta con que ese algo nazca,
se reproduzca y muera. Pero la vida no es algo tan sencillo si la miramos desde
un enfoque ético y filosófico. ¿Acaso no somos igual que un gran ordenador
controlado por un un disco duro (el cerebro) que envía impulsos nerviosos al
resto del cuerpo? Quizás la Tierra no sea el único planeta con “vida”, a lo
mejor, sencillamente, tiene una forma distinta de funcionar, en la que sus
componentes (plantas, animales…) se mueven, se relevan cíclicamente con el paso
de las generaciones, interactúan con el medio… Pero, al fin y al cabo, todo eso
se reduce a una base física y química.
Nuestras células están formadas por moléculas, igual que las piedrecitas que
hay en Marte, Mercurio, Plutón…
Así que
antes de preguntarse si las cosas están vivas, por qué no preguntarse: ¿Lo
estamos nosotros? Claro que, hoy por hoy, centrarse en responder esa pregunta
sería quizás un paso atrás. Necesitamos suponer
que estamos vivos para dictaminar derechos, obligaciones, en definitiva,
organizar nuestro mundo
Antonio Álvarez, 1ºbI Letras
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