sábado, 5 de abril de 2014

Alguien en quien confiar

En un mundo de complejidad creciente el hecho de poseer conocimiento sobre los entramados que conforman nuestra existencia diaria se ha convertido en una necesidad ineludible y una forma evidente de poder y control. De ahí que la figura del experto se haya convertido en el nuevo “gurú” de nuestra sociedad. A él acudimos inevitablemente para pedir consejo ya que, como es evidente, el común de los mortales carecemos de todos los conocimientos necesarios para tomar las decisiones más adecuadas, así que en la medida que las fuentes de conocimiento no son accesibles para todos, nos vemos obligados a consultar a dichos expertos para que su sagacidad nos guíe de un modo pertinente. Desde una perspectiva individual y colectiva apelamos a la forma de una autoridad en la que depositamos nuestra confianza.
La confianza, al igual que la fe, es una creencia que descansa en la seguridad que otorgamos a una persona o grupo en razón de la competencia que le atribuimos en el manejo de su conocimiento, confianza que se verá reforzada según el resultado de nuestras experiencias.
El problema es que, como nos recuerda el profesor de Filosofía Política Daniel Innerarity en su artículo Alguien en quien confiar, los expertos nos decepcionan con frecuencia, pues no están a la altura de las responsabilidades que han contraído, ni de los sueldos que cobran por asumir este cometido. Todos tenemos en mente algún que otro ejemplo que podría ilustrar este aserto; como el caso tan publicitado de “las participaciones preferentes”, un artículo bancario en el que se emite una deuda, que puede rendir altos intereses en tiempos de bonanza o convertirse en humo en épocas de crisis. El problema es que han sido miles las personas que han visto como sus ahorros se esfumaban porque confiaron en aquellos expertos financieros que así les aconsejaron, sin advertirles que eran inversiones que entrañaban un alto riesgo. 
Así que si alguno de vosotros todavía no tiene tema para su presentación, puede animarse a responder estas cuestiones de conocimiento:
 ¿En qué medida los conocimientos que posee una persona juegan un papel al decidir si una acción es correcta o incorrecta?
 ¿Bajo qué condiciones sería legítimo que una persona alegue ignorancia?
 ¿Es responsabilidad de la gente averiguar tanta información pertinente como les sea posible, o debería confiar en el diagnostico de un experto?

Podéis leer todo el artículo en el siguiente enlace:

Alguien en quien confiar. El País/4/04/2014

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