martes, 22 de abril de 2014

Aunque Dios haya muerto no todo está permitido


Respondiendo a Carlota.  ¿Existen principios éticos universales?

Aunque es correcto utilizar la moral y la ética como sinónimos vamos a hacer una distinción en el lenguaje para pensar con mayor claridad lo que representan ambos. Se suele entender por ética el estudio del comportamiento humano, no en tanto en lo que las personas hacen sino en lo que deberían hacer.
Este debería puede ser incondicional (imperativo categórico kantiano) el respeto a la  la ley moral que tiene su origen en la razón que el sujeto se da a sí mismo si quiere que su acción sea moral. Pero también podemos hablar de un debería condicional si lo que esperamos es obtener como consecuencia una vida plena.
Así las cosas podríamos decir que la moral sería el conjunto de reglas que prescriben cómo deberíamos actuar que cada individuo se impone o prohíbe a sí mismo con el fin de permanecer fiel a una determinada idea de humanidad y de uno mismo.
La moral, aunque te parezca raro, es lo que yo debo hacer y no tanto lo que deben hacer los demás (los que se ocupan de lo que deben hacer los demás se llaman “moralistas”). Pero si la moral es un asunto particular, ¿a quién debemos rendir cuentas? Pues fundamentalmente a mi conciencia, que es la única regla.
Pero esta idea nos llevaría –puedes pensar- a interpretar que hay tantas morales como individuos.  Efectivamente podríamos pensarlo así pero no sería correcto, pues la paradoja de la moral es que siendo sólo válida en primera persona, es universalmente válida para todo ser humano dotado de conciencia moral.
Pero ¿de dónde procede esa conciencia moral?, pues es sabido que para algunos (llamados naturalistas) dicha conciencia forma parte de nuestro modo de ser humano, por eso somos capaces, en tanto humanos, de reflexionar sobre nuestros actos, valorarlos y darnos normas de conducta. Tenemos pues ciertas inclinaciones que provocan en nosotros el rechazo de la crueldad, por ejemplo. Aunque también es se afirma que para otros (llamados convencionalistas), la conciencia moral es el resultado de la educación y la influencia social.
Ambos en todo caso, coincidirían en que dicha “conciencia” es una cualidad específicamente humana, al margen de la sociedad en la que hayamos sido educados, como lo es la racionalidad o la capacidad de actuar y elegir libremente.
 De este modo aunque no hay una moral absoluta, no todo nos está permitido, pues es una condición de supervivencia el hecho de que vivo inexcusablemente en sociedad por lo que la conciencia moral siempre tiene que ver con los demás (sería imposible un comportamiento moral en una isla desierta).
Pero ¿cómo puede mi conciencia saber lo que está bien o mal? Aquí el papel de la imaginación es inestimable, pues imagínate cómo sería una sociedad en la que mentir, robar, humillar o aterrorizar al otro fuese el principio de regula la acción. ¡Cómo podríamos querer vivir en un mundo así!
“Obra únicamente conforme a una máxima que hace que puedas querer al mismo tiempo que se convierta en una ley universal” (dice Kant).
Una acción así solo es buena si puede valer para todos. No necesitamos un fundamento de valor indiscutible que garantice la validez de nuestros valores. Quizás no haya que buscar ni en Dios ni en la Naturaleza dicho fundamento, pues difícilmente podríamos en cuestión de moral encontrar un fundamento racional que garantice que tenemos razón en nuestras elecciones morales, pues aquel sujeto que concede más importancia a sus creencias religiosas, o a su egoísmo ¿qué le importa lo universal si solo vive para sí y para los que comparten sus prejuicios?
Pero podrías pensar ¿cómo puedo demostrarle que está equivocado?, ¿cómo puedo desmostar -como decía Spinoza- que “nadie está obligado a vivir según el criterio de otros, sino que cada cual es el garante de su propia libertad”. Puedes intentarlo pero frente a quien no quiere hacer uso de su razón sino solo de su fe, no hay argumentos, así que lo que necesitamos no es tanto un fundamento sino voluntad (buena voluntad kantiana) y respeto por la humanidad que hay en nosotros y en los demás.
La moral es respetar la humanidad en uno mismo y en el otro. Este es el verdadero fundamento de la moralidad -como nos recuerda el espíritu de la Ilustración-. No es la religión la que fundamenta la moral; es la moral, más bien la que justifica la religión. No es la autoridad (sea esta divina o mundana) la que me obliga a obrar bien. Es porque debo obrar bien por lo que puedo desear que exista un Dios o una ley que me permita tener la esperanza en la Justicia. La moral no depende ni de la religión ni del derecho, ni puede reducirse a ellos.
Mi único deber es ser humano (no como especie natural sino como una conquista de la civilización), y esta exigencia es universal y necesaria. El amor, la amistad, la felicidad también son importantes, pero necesito a los demás para sentirlos, para ser moral solo yo me basto, pues en mi conciencia moral fundamento mi autoestima. No puedo sentirme orgulloso de ser quien soy sino más bien de ser como soy, una persona que elige ser libre y da valor a sus propias elecciones. Y eso no nos viene dado, tenemos que ganarlo cada uno de nosotros, aunque ello exija valor pues como dijo John Stuart Mill:”Quien deja que el mundo –o el país donde vive- escoja por él su plan de vida no necesita de otra facultad que la de la imitación simiesca. En cambio quien elige su propio plan pone en juego todas sus facultades”.
Ciertamente hay que tener valor para ser verdaderamente autónomo, pero sin en el postulado de la libertad hablar de moralidad es como hablar del sexo de los ángeles.
Seguimos en clase.

Para más información.
 André Comte-Smponville. Invitación a la filosofía

Victoria Camps. El gobierno de las emociones.

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