lunes, 21 de abril de 2014

El ejercicio abyecto del poder político

Frecuentemente en los diarios nos encontramos con una nueva encuesta sobre actitudes que pone de manifiesto la creciente apatía de la gente joven hacia la actividad política, esto no debe extrañarnos si -como parece ser el resultado de la experiencia vivida recientemente y comentada en este Blog- el ejercicio del debate político convierte al Parlamento en un espacio donde los aplausos y las reprobaciones están en función del color político del interlocutor, en un juego de astucia y amenazas, trasiego de intereses sustentados por lugares comunes que alimentan un burdo conformismo de consecuencias letales para la cultura política y democrática de nuestra sociedad, pues reduce a la ciudadanía a un estado de resignación e impotencia al ver como se gestiona, desde la ignorancia, el principio más básico del sistema democrático: la libertad de expresión. Esto es así pues sus señorías los diputados, al construir sus discursos sobre tópicos y descalificaciones, hacen un uso ilegítimo de la libertad de expresión, ya que el derecho a hablar en público exige el deber de decir algo con sentido.
 Lamentablemente hoy parece como si cualquier idea, por el mero hecho de ser emitida, tuviese el derecho a existir sin necesidad de ser justificada. Pero si esto es grave, peor resulta el vergonzoso espectáculo de escuchar la consigna de partido repetida, con mayor o menor acierto, una y mil veces a modo de eclesial letanía. Desgraciadamente vivimos en una sociedad donde es posible la libertad de expresión para no decir nada, donde hay libertad para tener un pensamiento propio para no pensar nada. Aquellos que nos dedicamos a fomentar la reflexión y el pensamiento entre los más jóvenes no nos sorprende su indignación tras esta clase de ejercicio abyecto del poder político.
Espero que esta experiencia se convierta en un revulsivo suficiente para entender que la práctica política no puede entenderse solo como un equilibrio de fuerzas, como un deseo de poder, sino que debe estar al servicio de principios como la justicia y la prevención de la desigualdad que la sociedad genera. Así que puesto que no podemos esperar de la política la “vida buena”, al menos debemos exigir que contribuya decididamente a evitar el miedo y el sufrimiento. Estamos en nuestro derecho a exigir el cumplimiento de este deber inexcusable. 

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