viernes, 2 de mayo de 2014

Compasión e Indignación: Emociones de la justicia.


Dice Aristóteles en su Retórica que la compasión es la tristeza por la desgracia inmerecida de alguien, en tanto que la indignación es la tristeza causada por el éxito inmerecido de alguien. Téngase en  cuenta que nos estamos refiriendo a los daños que los humanos nos hacemos unos a otros, no a los males fruto del azar o la fortuna. En un interesante libro sobre la compasión “Apología de una virtud bajo sospecha”. El, siempre recomendable, pensador Aurelio Arteta se pregunta por la razón que hace que la compasión no llegue a alcanzar el beneplácito y el reconocimiento social que sí tiene la solidaridad. Quizás sea, argumenta,  porque la compasión relega al individuo a una posición humillante, pues no es suscitar piedad lo que busca, sino justicia. Pero podemos preguntarnos ¿puede la justicia actuar sin el reconocimiento del daño causado y la necesidad de que sea reparado?

Vamos a defender que tanto la compasión y la indignación son emociones de la justicia. Sentir compasión nos lleva a reconocer que el otro es un ser con valor, del que me apiado porque soy capaz de ponerme en su lugar –lo contrario es pensar que uno está libre de sufrir tamaña desgracia y por eso me complace el mal del otro pues me hace sentir superior- Sentir empatía y compadecerme del otro es una emoción que me obliga a comprometerme porque suscita en mi la indignación.

Ambas emociones, compasión e indignación me predisponen a hacer justicia. No sentir ni compasión ni indignación ante el dolor de los otros me predisponen a ser permisivo con la injusticia. Por lo que quizás no bastan solo los principios morales que racionalmente impulsan el cumplimiento de lo que mi conciencia me dicta como un deber. Pero es posible que acertadamente contraargumentéis que la justicia la administran las instituciones políticas, no nosotros. 

Es verdad, sin duda pero la compasión precede a la justicia obligando a los poderes públicos a que fijen su atención en los desfavorecidos. Pensemos como lo movimientos sociales antideshaucios obligó a los poderes públicos a tomar medidas para modificar la legislación al respecto.  Diariamente nos encontramos con situaciones de las que no podemos desentendernos; por ejemplo: Jóvenes emigrantes intentando saltar una valla fronteriza; ancianos en situación de vulnerabilidad y dependencia;  niños en situación de riesgo de pobreza; familias en situación de exclusión asistencial...Problemáticas que nos interpelan,  que movilizan una emoción compasiva que exige su complemento en la justicia, pues si no fuese así, nuestra indignación tendría que alertarnos de esa “línea roja” que se franquea con impunidad. Las políticas públicas y las iniciativas privadas necesitan detrás actitudes individuales que las impulsen. Nuestro protagonismo es inexcusable, por ello ante los distintos principios éticos que puedan llegar a fundamentar nuestras acciones, la compasión, el reconocimiendo de la vulnerabilidad humana, tanto en mi persona como en la de cualquier otro, y el rechazo de la crueldad, es todo lo que necesitamos para empezar a fundar una ética de la compasión y una praxis ciudadana.

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