La libertad
para pensar es un requisito de toda sociedad que se pretenda democrática, por
ello dicha sociedad deber proveer lo necesario para la que la investigación y
el avance del conocimiento sea posible. Pero podemos preguntarnos ¿para qué
innovamos?
Innovamos para
que cada vez sean más las personas que logran sacar provecho de ese “ascensor
social” que es la educación; para que se reconozca y estimule el talento y las
capacidades de hombres y mujeres, para que el ejercicio de los derechos humanos
sea cada vez más una realidad y no un desiderátum.
Para eso innovamos, por ello si consentimos
que el desarrollo del conocimiento se dirija fundamentalmente en aras
del mercado de trabajo y la concentración del capital, nos estamos equivocando
de modelo, pues sabemos que ese modelo económico no tiene la justicia social
como un fin. ¿Debemos pensar la crisis entonces en términos éticos? Creo que es
irrenunciable.
Para entender
la ética se debe pensar, ante todo, cuál es el fin o el bien que perseguimos,
pues la bondad o maldad de los actos que juzguemos será el resultado de la
adecuación a tal fin. Son muchos, desde luego, los países y las empresas que se
apuntan a la innovación científicotecnológica como fin de sus políticas, pero son pocos los que están dispuestos a innovar
teniendo presente fines éticos de justicia social. Mientras se produzca esta
brecha no podemos pensar que podremos afrontar de un modo razonable y ético el
problema de vivir que se nos plantea en nuestro tiempo.
Os dejo con
una charla muy interesante sobre este tema de la impagable pensadora asturiana y
universal Amelia Valcárcel.
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