En
la sociedad en la que vivimos, muchos de nuestros conocimientos
son adquiridos de una manera casi automática: absorbemos los saberes
sin plantearnos su procedencia o los razonamientos que han llevado a
esa determinada conclusión. Son muchas las ocasiones en las que no
reflexionamos de forma profunda y razonada sobre un tema y tomamos
decisiones de manera precipitada.
El
saber distinguir entre los argumentos válidos e inválidos y las
buenas y malas razones resulta
tan complicado como importante: el
que el individuo sea
capaz de no aceptar y confiar en una opinión por el simple hecho de
serla y que necesite argumentos y razones para tomarla como cierta,
además de que esté abierto a cambiar la suya propia, le permite
ampliar sus fronteras y conocimientos y llegar a comprender y
aceptar
culturas, tradiciones y costumbres diferentes a la suya.
Una
sociedad formada por personas capaces de analizar una opinión,
distinguiendo entre los argumentos que la soportan aquellos que son
válidos de los que no, ya tiene más probabilidades de ser justa
e igualitaria porque
será capaz de diferenciar lo que realmente necesita de aquello que
cree necesitar.
Un
ejemplo de esta situación es la publicidad: todos los días nos
encontramos ante un sinnúmero de anuncios que tratan de convencernos
de que necesitamos tal o cual producto. Ser capaces de analizar los
argumentos que nos aportan y diferenciar aquellos que son lógicos de
lo meramente persuasivos, nos permiten llegar a la conclusión de si
realmente lo necesitamos y en caso negativo evitar un desembolso de
dinero innecesario.
Otro
ejemplo de todas las ventajas que tiene distinguir la validez de los
argumentos, lo
encontramos en la
película de “Doce hombres sin piedad”, donde sin la revisión
exhaustiva de las pruebas promovida por uno de los miembros del
jurado, a
pesar de la reticencia del resto, los cuales ya había decidido su
veredicto de culpabilidad, un
hombre habría sido condenado a la pena capital. Si
un solo hombre mediante el uso de la razón y de la duda fue capaz de
evitar semejante injusticia, ¿de qué sería capaz toda una sociedad
razonable?
Raquel Fernández Vieitez 1ºBI
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