Comparecencia del presidente del gobierno español en rueda de prensa |
El cansancio que nuestra sociedad muestra hoy ante el espectáculo de lo
político se manifiesta, no tanto en la indignación que genera el ambiente de
corrupción -cuyas causas abiertas jalonan los juzgados de nuestro país-, como en
el hartazgo de las imágenes y afirmaciones huecas que ofrecen sus representantes,
diestros en la repetición de las consignas de partido que entorpecen la discusión
en el ágora de la vida pública.
Como antídoto al malestar que generan los tapujos contables y
los desvíos fraudulentos de fondos públicos, los partidos políticos han
comenzado a esgrimir el concepto de “transparencia”. Lamentablemente dicho
concepto se ha banalizado, como dice el filósofo Manuel Cruz, en el artículo Las opacidades de la
transparencia, pues se ha confundido la obligación que tienen los que gobiernan de
dar cuenta a los ciudadanos de todos sus actos -especialmente del uso del
dinero- con la sobreexposición de su presencia en la redes sociales y medios de
comunicación, como un modo de acercamiento con el fin de generar confianza entre
quien pide transparencia
Como dice Cruz: “ desde el instante en
que se desliza la idea de que el modelo de conocimiento es la mera visión (porque
se da por descontado que lo importante es poder verlo todo, o que nada quede
oculto a la mirada de la ciudadanía), se empobrece radicalmente la esfera
pública, que abandona su antigua condición de ágora en la que debatir para
transformarse en escenario de una representación en la que la palabra (esto es,
el argumento, el discurso) termina por resultar perfectamente insustancial” de ahí como señala más adelante que podría afirmarse que “la imagen no tiene memoria. Probablemente
se derive de ahí la compulsión de algunos de nuestros políticos —tanto los
emergentes como los de más rancio abolengo— por aparecer de manera constante en
esos espacios privilegiados de visibilidad que son los medios de comunicación
de masas y las redes sociales, desentendiéndose casi por completo del contenido
de sus mensajes, que suelen quedar relegados por lo general al rango de meras
consignas de paso universal.”
Necesitamos, pues, más razones y menos
imágenes, opiniones o consignas. Si “la imagen no tiene memoria”, el logos sí
la tiene. De nuevo tendremos que hacer una lectura de la alegoría de la caverna
para renovar las lecciones que el mito platónico todavía nos sigue ofreciendo.
Nos vemos en clase.
Manuel
Cruz es catedrático de
Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona
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