miércoles, 1 de octubre de 2014

El lenguaje y el prejuicio

      
          El lenguaje es lo más importante en las relaciones sociales, tanto el corporal o el hablado, puesto que es nuestro medio de comunicación directo con las demás personas. Esto se respalda tan sólo con pensar que el hablar es lo que nos diferencia a las personas de los animales. Según nuestra forma de expresarnos (tono, gestos…) podemos dar a entender pensamientos opuestos aún presentados con las mismas palabras. Nuestra forma de comunicarnos engendra en los demás una imagen de nosotros, por la cual somos juzgados. Por ejemplo, una persona que diga reiteraciones constantes o use un vocabulario vulgar puede considerársela tosco; y viceversa, otro que utilice un vocabulario culto constante pueden calificarlo de pedante.

     Creamos así prejuicios, en los cuáles encajamos a las personas tan sólo por su modo de hablar, y donde unos salen más favorecidos que otros. En la gran mayoría de los casos, una persona que tiene un cargo superior a otra sobresale a los demás a la hora de dar su opinión, aunque no sea el campo de su dominio. O igualmente ocurre dependiendo de la edad,  en este caso se unen los convencionalismos sobre que una persona adulta siempre tendrá un argumento más válido por sus experiencias de más años, aunque un joven con mejores fundamentos en la cuestión.

        Es tan rápido y fácil establecer recelos por cualquier apariencia que no nos molestamos en comprobarlo. Al final terminamos repulsando a una persona por cualquier mínimo detalle, que ya no nos paramos a observar más allá de cualquier cargo. Y alcanzando el peor de los casos el prejuicio llega a ser social y sin ser conscientes acabamos juzgando a completos desconocidos únicamente por el testimonio de oídas, normalmente dudoso.

      Por estas razones, muchas veces de forma subconsciente, en las que oímos el típico: “Me cae mal, no sé porqué, sólo me cae mal”, nosotros mismos estamos favoreciendo el predisponer un odio irracional. Por lo tanto si usamos la duda razonable podemos acabar abriendo los ojos más allá de los estereotipos formados, y ver la realidad.

                                                                           
     Sandra Gigirey García Santamarinas 1º BI

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