Ayer,
día 9 de noviembre, en Berlín sus ciudadanos conmemoraron el Día de la Memoria,
recordando el muro que derribaron en 1989 y que todavía recuerdan en su
imaginación. Son muchos los muros que pueblan nuestra existencia, algunos
invisibles como el muro de silencio, la indiferencia y la apatía que asfixia la convivencia en la que se oculta el sufrimiento de aquel con el que se
convive. Algunos muros se quiebran y otros se levantan, cuando ante el canto de
las sirenas de la “Patria”, se expulsa a aquel que no forma parte de ella. A
propósito de estas elucubraciones, he tenido el placer de conocer y leer a
Edurne Portela, por lo que agradezco a la Fortuna, quien a veces es propicia y me regala
pensamientos preciosos por su rareza y lucidez como el que hoy os descubro.
Se
trata del artículo Despertar del Letargo: Literatura vasca contra la
indiferencia y el silencio, de Edurne Portela. Revista de Estudios
Hispánicos 47 (2013). Constituye una llamada de atención a todo intento de construcción de una imagen de la víctima desde los parámetros políticos de los partidos políticos que no resuelven la necesidad de recordar aquello que ahonda la brecha social del conflicto.Para muestra un
fragmento:
“Para que la brecha social no siga abriéndose
se debe evitar el discurso de la victimización en lo social y cultural e
intentar despertar un cambio en la mentalidad colectiva que ha echado mano de
la indiferencia para evitar responsabilidades. Debemos recurrir al campo cultural
para alimentar una imaginación que permita otras maneras de verse, de
relacionarse con la herencia de la violencia, y de entender el papel de cada
uno en este drama. Para imaginar cómo representarlo, empezando por uno de sus
mecanismos imprescindibles: el silencio. Considero que el cómplice principal de
la indiferencia es el silencio, ya que a través de la negación de la
articulación del pensamiento y su proyección fuera de uno mismo se hace posible
la separación con el otro. Este deseo de no articular el pensamiento puede
venir provocado por el miedo, el miedo a descubrirse como parte del entramado
violento, el miedo a descubrirse como verdugo o posible víctima, el miedo a ser
rechazado por la comunidad. Así, el silencio protege, porque impide la
articulación del conocimiento y el saberse cómplice o víctima de la violencia.
Es fácil escudarse en el silencio, negar la evidencia para seguir viviendo en
una supuesta paz. Despertar la imaginación ética a través de la representación
requiere primero plasmar el silencio, no tanto para romperlo, sino para
entender sus mecanismos, sus entresijos, analizarlo y desmigarlo, sentir su
textura, su opacidad, sumergirnos en él para ver qué tenemos ahí escondido.”
El silencio, y no sólo la violencia ha sido el mejor
síntoma de la indolencia social.
Cuando el silencio cómplice se utiliza en una sociedad como instrumento para
evitar la reflexión, refleja el hundimiento del juicio que conduce a la falta de particularidad, a la
masa.
El silencio, y no sólo la violencia crea al
conforme, algo que no existe,
un individuo igual a otro, alguien común, no particular, acorde con otro.... es
decir, conforme. Un individuo de conducta uniforme, un replicante que
atiende y entiende la realidad a través de consignas y de representaciones
visuales y afectivas. Alguien que ha perdido la costumbre de interrogarse. Un
replicante que se animaliza y pierde su autonomía y por lo tanto su conciencia
hasta ser capaz de reírse, interiormente, del dolor de los demás.
Es en esta figura de la
indiferencia ante el sufrimiento del otro, en donde la sociedad abre un abismo
en el que puede sucumbir si persiste en iniciativas como las que hoy se
desarrollan en el País Vasco con la conmemoración de un “Día de la Memoria”, que constituye
una impostura ética e intelectual inaceptable si con ello nos referimos a todas
las víctimas, las víctimas del terrorismo y las de la propia organización
terrorista ETA que actuó como verdugo y que ahora, los que la apoyan y “comprenden”,
quieren incluir en la categoría de víctimas de su propia barbarie. Proponer un
día para las víctima en general, lleva implícito el empeño torticero de
confundir y engañar a la sociedad con la idea de que ha llegado el momento de
la reconciliación, en el que todos debemos hacer un “ejercicio de contrición”
sobre las vilezas humanas y del “estado del mundo” del que “todos” somos
responsables.
Pues no, no podemos
aceptar los atajos y las simplificaciones y caer en la tentación de la reconciliación
de tapadillo. Ha habido víctimas y
verdugos, y mientras los segundos sigan ocultándose a sí mismos su condición
victimaria, mientras se nieguen a responder de sus acciones y sigan buscando
protección en el silencio, la convivencia seguirá siendo amarga.
Así que sería preferible
no esperar de las instituciones y partidos políticos propuestas imaginativas de una
sociedad que pueda mirarse al espejo y ver lo que su imagen le devuelve, sino
del ámbito de la propia cultura, en la que sus creadores sientan la llamada de
la decencia para desandar el camino cómplice de la indiferencia y el silencio
con sus obras críticas y crueles, pues –como nos recordaba la semana pasada el escritor
José Ovejero (en la entrega del Premio Spinoza a su obra Ética de la crueldad) la crueldad en la ficción se encuentra en su
función desmitificadora de la realidad, que no ofrece certidumbres y que nos
obliga a ver aquello que nos empeñamos en ocultar.
Entonces, siguiendo a la pensadora Edurne
Portela “¿Puede la ficción comenzar a desandar
el camino del silencio cómplice e indiferente, plantear nuevas maneras de ser
en esta sociedad e imaginar un futuro alternativo?”. Apostamos que sí aunque para ello sea necesario que nos
sintamos concernidos y dispuestos a que dichas ficciones se cuelen
violentamente en nuestras vidas, para decirnos cosas que no les hemos
preguntado y que nos dejan reflexivos y atónitos ante aquello que antes ignorábamos.
Nada de esto nos ofrece un producto melifluo y compasivo como “Ocho apellidos
vascos” de Emilio Marínez-Lázaro. Mientras la sociedad se contente con obras de
entretenimiento que le reconcilian con esa “materia oscura” de la realidad, la
opacidad, el silencio y la infamia seguirán su camino.
Elena Gómez Gálkina
Elena Gómez Gálkina
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