lunes, 15 de diciembre de 2014

La sociedad del espectáculo




 En 1967 el politólogo Guy Debord publicó La sociedad del espectáculo, obra que supuso una gran conmoción en el ambiente cultural del mayo francés del 68, ya que ponía en cuestión la sociedad moderna de producción capitalista como sistema de producción de imágenes que la legitimaban. La realidad expresada en su “ser representada”, “interpretada” a través de unos “marcos ideológicos” que  pasaban desparcerbidos a la conciencia de los que los vivían como realidad. Debord argumenta que la historia de la vida social debía de ser entendida ya como “la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer”. 

El espectáculo crea espectadores, la vida de la experiencia, “vividores”. ¿En qué punto nos encontramos hoy 47 años después? El sentido de la obra de Debord, puede ser interpretado en nuestros días como esa tendencia a interpretar la complejidad de nuestra realidad social a través de los simulacros que encierran las imágenes y las representaciones simbólicas, que nos ofrecen los medios de comunicación y los distintos poderes que las utilizan, contribuyendo así a reforzar la interpretación de dichas representaciones como mediaciones especializadas sin las cuales seríamos incapaces de encontrar sentido humano a nuestra experiencia. Así lo dicho, podemos preguntarnos ¿es cierto que el mundo de lo social no puede ser comprendido e interpretado sin recurrir  a dichas imágenes?, y si es así, nos formula otras preguntas ¿cómo nos estamos mirando? ¿qué consecuencias tiene para el conocimiento esta forma de mirar? ¿No es esto una impostura por lo que tiene de simulacro, en la medida que la imagen intenta suplantar lo representado? (Recordemos la alegoría de la caverna platónica).

Ayer el magnífico escritor y Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, nos ofrecía en su artículo “Los impostores”, una caracterización del mundo espectáculo en el que vivimos:En estos días, el personaje más mediático en España es el “pequeño Nicolás”, un joven veinteañero que, desde que era un adolescente, se las arregló, embaucando a medio mundo, para hacerse pasar por amigo de la realeza, de grandes empresarios, autoridades y políticos de alto vuelo y del servicio de inteligencia, todos quienes le habrían encargado delicadas e importantes misiones. Lo extraordinario del caso es que buen número de estos personajes se tragaran sus patrañas, lo recibieran, lo escucharan y (al parecer) hasta lo gratificaran por sus servicios. En la era del espectáculo en que vivimos, el histrión es el rey de la fiesta (…..).
Vivimos una época en que los embaucadores nos rodean por todas partes y la inmensa mayoría de ellos —banqueros, autoridades, dirigentes políticos y sindicales, jueces, académicos— miente y delinque para enriquecerse, sórdido designio vital, sin que sus historias trasciendan las previsibles trapacerías del ratero vulgar.

Y cita la obra de Javier Cercas: El impostor, que narra la historia de Enric Marco, un embaucador que se hizo pasar por superviviente de los campos de exterminio nazis, y que había publicado libros, artículos, ofrecido conferencias, a la par que representaba como presidente, a la asociación de supervivientes españoles de los campos.

 Y continúa: “La verdad es que nunca se lucró con sus mentiras y las sostuvo y defendió con una energía admirable, trabajando como un verdadero galeote y, es cierto, haciendo tomar conciencia a muchos jóvenes, y a buen número de hombres y mujeres maduros, de lo que significaron los campos de la muerte del nazismo y de la obligación cívica de reivindicar a sus víctimas. ¿Que Marco era, que es, un narciso codicioso de publicidad, un ávido mediópata, obsesionado por salir siempre en la foto?
Sin la menor duda. Pero su enfermedad es una enfermedad de nuestro tiempo, la de una cultura en la que la verdad es menos importante que la apariencia, en la que representar es la mejor (acaso la única) manera de ser y de vivir.
La ficción ha pasado a sustituir a la realidad en el mundo que vivimos y, por eso, los mediocres personajes del mundo real no nos interesan ni entretienen. Los fabuladores, sí. No es de extrañar que en una época así, el “pequeño Nicolás” y el gigantesco Enric Marco hayan sido capaces de perpetrar sus fechorías, perdón, quiero decir sus proezas. La culpa no es de los novelistas, ellos sólo cuentan las historias que les gustaría vivir a sus lectores.

Recogemos este reto que nos deja Vargas Llosa, si la culpa no la tienen aquellos que generan las ficciones que nosotros consumimos y disfrutamos como espectáculos, ¿de quién es la responsabilidad del simulacro?

Quizás, hoy más que nunca, en la producción de pensamiento y análisis de lo que pueda significar el “conocer”, la tarea de analizar, con una mirada crítica, las imágenes de las que nos nutrimos, se haya vuelto algo inexcusable.

Para estos días sin clase, y con el fin de pensar de un modo divertido y cruel, este problema de conocimiento que representa la sociedad del espectáculo, os propongo que veáis todos los capítulos de la serie británica Black Mirror, creada por el genial Charlie Brooker.
A la vuelta, hablamos,mientras si se os ocurre algo, el blog está aquí siempre esperando vuestras aportaciones. 

¡Feliz Papá Noel y Reyes Magos!

Leer todo el artículo en el País del 14-12-2014

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