martes, 10 de marzo de 2015

Religión o ciencia, ¿qué pesa más?

Remontarnos al origen de este cuerpo a cuerpo parece tarea imposible. Desde los inicios de la actividad científica se ha ido fundando una rivalidad que parecer no culminar nunca, aunque arrastra tras de si vidas humanas y diferenciaciones sociales. Hechos vs. Fe, ¿quién gana?
Parecen intentar anularse mutuamente, compitiendo según repercusión en nuestra vida y construyendo un recopilatorio de evidencias que defiendan sus posturas.
Sin embargo, ninguna de las dos puede ser entendida sin ser separada de la otra, puesto que se labran en campos distintos.


El ser humano por naturaleza consta de una dimensión religiosa. En esencia, esto es su afán en una búsqueda de sentido de existencia y sobre su propio ser. Es el hecho y la capacidad que compartimos de reflexividad lo que nos lleva a pensar en algo que está más allá. Más allá de nuestros límites, más allá de nosotros mismos. Irónico, pero podríamos decir que este pensamiento nace en la muerte. En el origen de las religiones, tanto antiguas como contemporáneas, la muerte constituye un punto clave común a todas ellas. La pretensión de entender o intentar justificar lo desconocido constituye la dirección hacia la que apunta el hecho religioso. Pero claro, hay otros caminos.


Por otro lado, la ciencia alimenta la necesidad de verdad del ser humano. Se funda en nuestra curiosidad y afán de conocimiento de nuestro entorno, su funcionamiento y el nuestro propio. Por ello, es importante determinar los límites del conocimiento científico, del mismo modo que los del hecho religioso.
Tales límites no pueden nunca excederse e intentar colindar con los del vecino, cuando menos pretender conquistarlos. Entonces, ¿puede la fe equipararse a la ciencia como formas de conocimiento? ¿quién es el encargado de establecer los límites que marcan su diferencia?
A lo largo de la historia, se han sucedido acontecimientos que dificultan el hecho de encontrar fácil respuesta a estas preguntas. Es el intento de monopolización de algunas religiones que no dejan pie a alternativas: la decisión entre ciencia o fe es indispensable para formar parte de su comunidad, una mala elección podría ser considerada un gesto impío. Y de ahí emergen persecuciones, guerras de religión y adoctrinamientos que, alejándonos del significado de humano, deshumanizan.
Hoy en día, sigue resulando difícil la sincronización de ambas en la vida pública, sin ir más lejos, en el ámbito educativo. Quizá el fallo se encuentre en un mal enfoque de intereses y de la concepción social del significado de los términos. De cualquier formar, el combate (sin haber empezado) no terminará hasta que se ponga cada cosa en su sitio. Nuestra es la responsabilidad. ¿Tiempo muerto?
Aida Carril Barcia 1º BI-C

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