lunes, 7 de octubre de 2019

El poder omnímodo o el significado de "poder oscuro de la fuerza"


El experimento de Pitesti o sobre el poder omnímodo 
El mal existe y no es difícil transitar de la zona gris en la que, santidades aparte, nos encontramos la mayoría de los mortales, al lado "oscuro de la fuerza"; este el el tema sobre el que trata El experimento de Pitesti o sobre el poder omnímodo del disidente e intelectual rumano Virgil Ierunca (1920-2006), que acabo de conocer y espero leer pronto, en que se narra un intento más de reeducación para la nueva realidad, en este caso comunista, para generar un "HOMBRE NUEVO" que claro está, nos recuerda a las eficaces técnicas que emplearon los nazis para anular la humanidad de todos los desdichados, en su mayoría judíos, que fueron raptados de sus hogares, de sus vidas humanas, para acabar en ese infierno de factura humana.
Me ha interesado especialmente esta obra que el profesor Jacinto Rivera de Rosales (profesor de Filosofía de la UNED, presenta y que inicia con estas palabras:
"Hay utopías, religiosas o sociales y políticas, que han querido ser llevadas plenamente a la realidad (“seamos radicales”) y que han creado en su interior diversos niveles de tormento y desolación. Parece que el hombre sólo pudiera vivir en el término medio aristotélico, evitando los extremos, dejando que las diversas fuerzas que lo impulsan se limiten las unas a las otras, si bien de manera flexible y oscilante según las circunstancias, y sin dejar que una de ellas, por muy bendita que parezca, ocupe todo el escenario. Pero los fanáticos suelen estar poseídos por un pensamiento lineal según el cual una idea-fuerza nos procuraría en su expansión ilimitada toda clase de bienes sin mezcla de mal alguno. Se anulan entonces otras necesidades esenciales del ser humano, que son trituradas en el camino, de modo que el ser humano queda desgajado de sí mismo. Por esa violencia, la pretendida idea-fuerza utópica es puesta a la postre al servicio de intereses privados y personales, que necesariamente se encuentran entonces en directa contradicción con otros y por tanto también con el bien general, la justicia y la convivencia.
Ha habido y hay regímenes teocráticos, al servicio de una religión, sobre todo si ésta es revelada por Dios o sus mensajeros. El intento de hacer a todos los ciudadanos santos, y además con la idea particular que el líder o el grupo dominante tiene de la santidad, convierte a la ciudad en un lugar inhabitable, como lo logró por ejemplo Savonarola en Florencia, o algunos grupos islámicos actuales. Los que no comulgan con esa creencia o no siguen sus preceptos tienen difícil la existencia. Podríamos hablar igualmente de las dictaduras nacionalistas, entre las que sobresale el nacionalsocialismo alemán de Hitler y sus campos de concentración. Allí es la idea que el líder o los dirigentes tienen de su comunidad la que impera sobre el destino de los individuos. Esta colectividad puede buscar su fundamento en la raza o bien en la procedencia cultural e histórica, y califica a los otros como ciudadanos inferiores, de segunda clase, o incluso como siervos o esclavos o carne de exterminio. Dicho nacionalismo puede manifestarse también en diferentes formas de colonialismo de un pueblo, que se considera superior, sobre otro.
Las utopías de la libertad absoluta, pensada como perteneciente exclusivamente al individuo, la que se daría en el liberalismo total, se encaminan, por su parte, hacia una contienda de todos contra todos y convierten al hombre en lobo para el hombre, porque no han comprendido que el modo de ser de la libertad racional humana no es sólo individual, sino también esencialmente comunitario.
En el otro extremo encontraríamos la afirmación de la igualdad de todos y del predominio completo de lo colectivo sobre la libertad del individuo pensado como virtud y justicia frente a la explotación de los pobres por los ricos. En este lado encontramos diferentes ensayos de sociedades comunistas, empezando por la rusa. Son hechos bien conocidos las sangrientas imposiciones dictatoriales de Lenin, de Trotsky y sobre todo de Stalin. Pero también podemos apuntar a Mao y su revolución cultural china, y sobre todo al gobierno de Pol Pot (Saloth Sar) y sus jémeres rojos, que, con la ayuda de los regímenes comunistas de China y de Vietnam, convirtieron a Camboya entre 1975 y 1979 en un manicomio de reeducación y torturas y en un campo de exterminio en donde cayeron cerca de dos millones de personas, una cuarta parte de la población, de las que más de doscientas mil fueron por ejecuciones extrajudiciales.
El libro que tiene en las manos el lector se sitúa en esta última clase de horrores, y en concreto en la Rumanía comunista, no aún la del bien conocido Ceauşescu, de trágico final, que fue secretario general del Partido Comunista Rumano de 1965 a 1989, sino la de su predecesor, Gheorghe Gheorghiu-Dej, secretario general desde 1944 hasta su muerte en 1965, pero bajo el gobierno de Petru Groza, que fue primer ministro de Rumanía de 1945 a 1952. Eran tiempos en los que Stalin imponía su ley en sus zonas de influencias. Groza logró en 1947 aplastar violentamente a la oposición y que el rey Miguel abdicara y se exiliara, instaurando la República Popular de 1948 a 1952 con una constitución similar a la de otros países soviéticos. En 1949 se definió finalmente al régimen como una dictadura del proletariado. Es en ese nuevo “orden” comunista, aún naciente y que llegó a implantarse de manera definitiva en Rumanía con Gheorghiu-Dej, en el que tiene lugar El experimento de Pitesti desde diciembre de 1949 a agosto de 1952...…. "


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